En las lágrimas de Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, vertidas en ocasión del homenaje que todos los bloques integrantes de esa Cámara le rindieron, estaba impreso el mensaje de estos tiempos: el regreso al gobierno nacional por parte del kirchnerismo es consecuencia directa de la estolidez política del presidente Mauricio Macri y sus dos fieles escuderos: Marcos Peña y Durán Barba.

Ellos lo hicieron, pero, obviamente, la responsabilidad directa, por cuestión de roles institucionales, es exclusivamente de Mauricio Macri, quien, a los 60 años y a dos meses de concluir su mandato presidencial de 4 años, descubrió, muy tardíamente, que la política existía y que es algo más que twiter, Facebook,  instagram o encuestas. Tarde piaste. El diputado cordobés Massot lo sintetizó claramente: no se puede convertir una derrota en un triunfo. Es una forma de autoengaño y, para los de afuera que no son de palo, o es un imbécil o un timador. Sin vueltas.

Por eso mismo, y aunque los Fernández lo elijan una y otra vez como cabeza de la oposición, nunca podrá ya liderar a ésta. Por falta de contenido, por insustancialidad, falta de rumbo, algo indispensable para conducir, carencia de condiciones de persuasión y convencimiento. En una palabra: falta de liderazgo. No puede liderar nada quien no tiene condiciones para hacerlo. Hace ya un buen tiempo que lo venimos diciendo. No basta, insisto, que sea ungido por sus adversarios, quienes lo hacen, claro está, interesadamente. El pobre Macri es, con perdón de los psicoanalistas, mera carne de diván. Ya sé que no es el primero, ni será el último,  presidente fallido que tuvimos y tendremos, pero eso no alcanza para consuelo.

Así como el pecado capital de los Kirchner, en su primera gestión de doce años, fue haber derrochado la mejor oportunidad que la historia le había brindado a nuestro país para establecer las bases de un desarrollo autosostenido, la de Macri fue la de haber derrochado, también, la enorme oportunidad de mostrar que el republicanismo podía ser eficiente, también, en materia económica. Los argentinos, está claro, somos especialistas en no dejar pasar ninguna oportunidad en materia de perderlas. A las oportunidades, claro está.

Cuentan las leyendas urbanas que cuando Cristina Fernández, aún presidenta, tuvo su última reunión con su homólogo chino, Xi Jinping, la conversación duró aproximadamente una hora y media. La de Macri, con el mismo personaje, líder de una de las dos potencias más poderosas de la tierra, duró, cuentan, 18 minutos y giró alrededor de Carlitos Tevez, alias el Apache, jugador de Boca, club de los amores de Macri y su plataforma a la fama, quien por esos tiempos era aún jugador de un club chino. Está claro que, a pesar de ser amigo de Trump, ese hecho no lo habilitó a acceder a la condición de estadista, aunque sea este último el líder vergonzante de la otra gran potencia mundial. La mona, aunque se vista de seda, obvio, mona queda.

En cuanto a los Fernández, está claro que Alberto es, cada vez más,  Cristina. “La mímesis de los Fernández”, podríamos titular a esta etapa del drama argentino. Mientras tanto, Ella, no pierde oportunidad, ahora sí, de mostrar que el poder pasa por su persona y por sus caprichos. No sólo se aposentó en ambas Cámaras del Congreso Nacional sino que lo hizo con lo más rancio del feudalismo provincial. El Senador Mayans, hombre del genocida Gildo Insfran, gobernador feudal de Formosa, es el hombre de Cristina para presidir el bloque oficialista de la Cámara de Senadores. Un energúmeno. A su vez, la senadora Claudia Ledesma Abdala, señora del Gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, otro señor feudal, va a ser la Presidenta Provisional del Senado, el tercer escalón en la línea sucesoria. Un homenaje al modelo político de poder que Néstor había ideado para la pareja de Santa Cruz: la sucesión recíproca. Recordemos que ella, Claudia Ledesma Abdala, sucedió en la gobernación provincial a su marido, Zamora y, luego, éste a aquélla. El mismo esquema ideado por Kirchner y que su muerte dejó trunco.

El papa Francisco estará contento: la Argentina retrograda a estadios previos a la revolución burguesa, el Iluminismo. Volvemos a las oscuridades del feudalismo y de la concepción organicista de la sociedad. El pobrismo es sólo una excusa para convertir a los necesitados en los nuevos siervos. Ejército de votos y de feligreses. La persona, el individuo, el ciudadano, desaparece subsumido por los grupos, los cuerpos colectivos,  los órganos. La Iglesia es la ideóloga y la disciplinadora. Qué importan los degenerados pederastas de las curias. Son sólo un accidente. Son tan oscuros como el rey de la oscuridad: Lucifer. El principio de simetría es eterno…