El detrás de escena de la riña de los concejales salteños y su posterior reconciliación.
Ya es por todos conocida la anecdótica y vergonzante riña protagonizada por los concejales Alberto Castillo y Martín del Frari, que a estas alturas y conociendo el tenor de sendas denuncias donde ellos mismos confiesan que hubo “arañazos” en la cara y hasta “mechonazos”, lejos estaríamos de calificar el hecho como acto pugilístico, ya que dista diametralmente con las reglas de tamaño deporte, especializado en arte del uso del puño.
Lo cierto es que la situación entre ambos concejales, uno del oficialismo PRO y el otro de la oposición del Frente para la Victoria, iba cobrando cada día mas indicios de posturas irreconciliables, chispazos y mojada de orejas constantes entre ambos, que hacían que el escándalo ocurrido esta semana sea totalmente previsible.
Nadie sabrá nunca, más que ambos concejales que se acusaron mutuamente, quién puso la primer mano, ya que todo sucedió apenas salieron del recinto y sin testigos. Todos llegaron cuando la escaramuza estaba en su punto máximo, alertados por los golpes y gritos de los ofuscados concejales. Uno de los que llegó presuroso a intentar separar a los ediles, fue el atlético Prosecretario administrativo Rodrigo Monzo, quien por su altura y físico esculpido con esmero, logró su cometido. Sin embargo, en el fragor de la lucha, voló una joya preciada por el funcionario con un alto valor sentimental: un reloj de silicona verde flúo comprado en sus primeras vacaciones en Mar del Plata. Fueron infructuosas las diligencias pasado el combate, de concejales, secretarias, asesores, personal de maestranza, por encontrar la pieza que había salido disparada de la muñeca de Monzo.
Siete horas después y cuando todo hacía sospechar que algún dueño de lo ajeno se había apropiado del reloj, el mismísimo concejal Castillo fue el encargado de regresarlo a su dueño. Parece que alguien creyó que la pieza en cuestión, era uno de los tantos souvenirs repartidos en la fiesta de cumpleaños mexicana del concejal PRO y que en la pelea se le había caído, pero como se fue raudamente a hacer la denuncia, se la colocó en el saco. Todos respiraron aliviados en la sede del balneario ya que se pudo descartar la presencia de algún/a cleptómano/a, y Monzo por otro lado, se fue feliz de la vida por haber recuperado su entrañable reloj de silicona flúo.
Mas tarde, en horas de la noche, los concejales en cuestión fueron convocados a la habitual sede de reuniones del saenzcismo conocida como La Tienda. Hasta allí acudieron por iniciativa del Presidente del Concejo Matías Cánepa, alias “Monseñor”, los irascibles Castillo y Del Frari, donde luego del acto confesatorio y de recibir una buena prédica, procedieron al debido acto de contrición consistente en una oración de arrepentimiento por sus faltas, pidiendo perdón y prometiendo que no volverán a protagonizar semejante escándalo.