Por Alejandro Saravia

A nosotros los argentinos nos fascinan las teorías conspirativas. Como aquellas, por ejemplo, que apuntan que nuestra decadencia moral,  económica y cultural, que existe y es real, sería producto de un complot de alguna sinarquía internacional, ya sea la sionista, la masónica, la comunista o la socialdemócrata, como manera de exculparnos por nuestra disfuncionalidad colectiva. Sin embargo, el propio Perón señalaba una quinta sinarquía: la Vaticana. Aunque también, a veces, mencionaba a una sexta…

Loris Zanatta, intelectual italiano, estudioso del peronismo, de la Iglesia argentina y —como buen italiano— del Vaticano, tiene varias obras escritas sobre el papel trascendente que tuvo la iglesia argentina en nuestro devenir histórico, y su idea fuerza de “la nación católica” que tuvo eclosión allá por los años 30 del siglo pasado y sigue, con evidencia, en nuestros días.

Y digo que sigue con evidencia en nuestros días por lo sucedido en esta semana con la misa en Luján oficiada por el obispo Radrizzani, por las diatribas del obispo Lugones y por las actitudes del obispo Ojea, y también de  Víctor Fernández, obispo de La Plata y escriba de Francisco, que recibió a Baradel después de 26 días de paro en provincia de Buenos Aires. Extremos, todos, que nos muestran una opción política de estos obispos de la más directa confianza del Papa argentino, Francisco, y que llegaron al extremo de casi solidarizarse con el destino de los Moyano —nuestros Hoffa— que nada tiene que ver con la misión pastoral de aquellos ni, por supuesto, con el rol de dirigentes sindicales de éstos, sino, más bien, parecieran ser miembros descollantes de una asociación ilícita.

Hugo Moyano tiene abiertas ocho causas penales por lavado y defraudación, mientras su hijo Pablo tiene a su vez otras tantas, en una de las cuales esta misma semana un fiscal pidió su detención. Inmediatamente después recibía la bendición obispal. Sin duda alguna una jugada riesgosa de la iglesia por su contenido y por su oportunidad.

A pesar de los conflictos que alguna vez tuvo la iglesia con el peronismo en los finales de la primera etapa de éste en los 50, algo fuerte parece unirlos. Cuando alguien apura a los peronistas para que se definan ideológicamente, balbucean siempre alguna encíclica en las que está dibujada la doctrina social de la iglesia. Aunque, por definición, sólo esté allí enunciado lo social, sin que se haga mención alguna a lo económico que debe sostener ese modelo social. A menos que el modelo económico esté dado por la difusión general de las limosnas como medio de sostén universal. Ojalá fuese tan fácil. 

Insisto, entonces, con la pregunta: ¿qué une a la iglesia con el peronismo? Podríamos responder que los une el “pobrismo”, es decir, aquel modelo social en que los actores principales son los pobres, alpha y omega del propio modelo y su quehacer doctrinario y político. De allí salen en definitiva los clientes naturales de ambas corporaciones. Es decir, los pobres como modelo definitivo, como lugar desde donde se parte y hacia donde debe irse. Actores sociales que tienen, parece que en exclusividad, reservado para ellos al reino de los cielos. ¿Bastaría con eso para hacer que ese modelo sea apetecible para todos?

“Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! 25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios. 26 Ellos se asombraron aún más, diciendo entre sí: ¿Y quién podrá salvarse?…” (Marcos, 10:25).

Ahora, ¿esta ponderación de la pobreza como llave de entrada al reino de los cielos es sinceramente vivida por la dirigencia peronista? A estar a las riquezas acumuladas por ellos, a sus veleidades de nuevos oligarcas, a sus pretensiones y aprontes, todo parece indicar que es sólo una máscara, una fachada. O, mejor dicho, en la pobreza está el reservorio de sus votos legitimadores, canalizados a través de “ese recuerdo que da votos” como diría Julio Bárbaro. Una especie de vale todo. Una pira bautismal. Un Jordán, si quieren.

A esa impostura se suman las causas penales que pendulan sobre sus cabezas. Se trataría, en definitiva, toda esta pantomima nada más que de una nube de humo detrás de la cual pretenden no ya el reino de los cielos sino sólo  salvarse de la cárcel en la tierra. A eso se está asociando la iglesia. Doblemente torpe. Doblemente peligroso. 

¿Y por qué doblemente? Porque en verdad no sé si nuestro modelo, pretendido por todos los argentinos, pasa por ser todos pobres y desde allí ganar el reino celestial. Más bien pienso en una clase media como objetivo compartido. Todas las encuestas y estudios sociológicos muestran que los argentinos se suponen/desean ser de clase media, aún aquellos que en realidad no lo son.

Pero volviendo a las conspiraciones: lo real y objetivo es que logramos destruir un país que según Ortega y Gasset tenía “un destino peraltado”. Quizás sea momento para detectar la eterna disputa nacional de instituciones versus corporaciones. Las primeras responden al modelo liberal de nuestra Constitución, las segundas a la concepción organicista propia de la iglesia y del peronismo. Dos visiones, dos destinos. En el caso concreto a que aludimos, la disputa entre el Poder Judicial con sindicatos e iglesia. ¿Eso es lo que pretende el papa argentino? Si no es eso, lo disimulan muy bien. E, insisto, es un juego muy peligroso.

No hay caso, nuestro país es una tarea de nunca acabar.