En su reciente mensaje de Año Nuevo, el Papa Francisco condenó la violencia contra las mujeres y abogó por otorgar más espacio y reconocimiento a las mujeres en la Iglesia. Aunque estos gestos son loables, la visión del Papa sobre la igualdad presenta notables ausencias, especialmente en lo que respecta al papel de las mujeres en la sociedad.

A lo largo de su pontificado, el Papa ha tomado medidas para empoderar a las mujeres dentro de la Iglesia, pero parece que su atención se enfoca mayormente en la esfera eclesiástica, dejando de lado la complejidad de la desigualdad de género en la sociedad. La reciente ola de protestas en Italia, desencadenada por un espantoso caso de violencia contra una universitaria, resalta la necesidad de abordar la arraigada cultura machista, no solo desde una perspectiva religiosa, sino como un fenómeno social.

Es legítimo cuestionar el compromiso del Papa con la igualdad de género cuando observamos su relativa omisión de la dimensión más amplia de la desigualdad. Aunque aboga por los pobres y marginados, incluyendo a los pueblos indígenas y sus hijos, parece haber una tendencia a pasar por alto el impacto diferencial de la pobreza en las mujeres.

En Latinoamérica, una región que ha recibido considerable atención papal, la feminización de la pobreza ha experimentado un preocupante aumento. La participación laboral de las mujeres continúa siendo más baja, enfrentan brechas salariales persistentes y tienen mayores probabilidades de trabajar sin remuneración en comparación con los hombres. A pesar de estos desafíos palpables, la atención directa del Papa a la feminización de la pobreza en la región parece ser insuficiente.

Un punto de preocupación adicional se presenta en la omisión del Papa al abordar temas cruciales para las mujeres, como el acceso al aborto y la anticoncepción. En una región donde las mujeres enfrentan desafíos significativos en estas áreas, la postura tradicional y conservadora del Papa, calificando el movimiento a favor del aborto como una «cultura de la muerte», suscita interrogantes sobre la adaptabilidad de la Iglesia a las necesidades cambiantes de las mujeres.

La crítica no se limita a las políticas específicas, sino que también resalta la falta de reconocimiento de la desigualdad de género arraigada en la sociedad. Aunque el Papa elogia el papel de la mujer como madre y su presencia en el ámbito doméstico, no aborda la necesidad urgente de permitir a las mujeres acceder a posiciones de influencia en la Iglesia, lo que podría contribuir significativamente a la reducción de su vulnerabilidad y pobreza.

En conclusión, mientras el Papa Francisco aboga por la igualdad y por darle mayor espacio y reconocimiento a las mujeres,  su visión resulta incompleta hasta que reconozca y aborde plenamente la desigualdad de género en todas sus dimensiones. La Iglesia, como institución patriarcal, se encuentra ante el desafío apremiante de reconciliar sus doctrinas tradicionales con la necesidad imperante de avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria.