Pasó el debate público entre los dos candidatos presidenciales que competirán el próximo domingo en el balotaje definitorio. Fue el acontecimiento político previo a la votación y las expectativas eran altísimas aunque pasó poco y nada. (Daniel Escototin)
Había clima de final futbolera. Desde hacía varios días no se hablaba de otra cosa que el debate, “el debate”; en los medios se hicieron mil especulaciones, hasta se planearon picadas, algún asado y la agenda cerrada. La TV ponía lo suyo: promoción, exclusividades y hasta la previa. Mesas, paneles, comentaristas, especialistas de toda laya. Análisis de estrategias “¿Cómo van a salir a jugar?, ataque o defensiva. ¿Cómo ganar, o no perder? ¿Quién se beneficia con el empate?” y la promesa de “el análisis post-debate”. Los medios, que ya no son medio (nunca lo fueron), son parte, extremos de una apuesta política a favor de uno u otro, prepararon sus shows televisivos con escenografías ampulosas ya en sus estudios, ya en la sede del debate en la Facultad de Derecho de la UBA para ser ellos quienes dieran la palabra final.
Llegada la hora, millones de argentinos nos sentamos a ver “El debate” ¿esperando qué? ¿Ser re-convencidos? ¿Convencer a los dubitativos? El debate arrancó frío, con Marcelo Bonelli (TN) como primer periodista coordinando las exposiciones. Casi un maestro de ceremonia que se salía de la vaina para expresar su parcialidad, de hecho la expresó cuando sibilinamente deslizó datos de pobreza según UNICEF. Mauricio Macri quiso copar la parada y arrancó con sus trivialidades de siempre, chicaneando a Scioli sobre su pertenencia kirchnerista. Daniel Scioli más cauto, severo prefería mantener su discurso ciertamente monocorde, sin entusiasmo despojado de cualquier pretensión de carisma y apelando a una mirada hacia el futuro. Aquí la gran paradoja de la noche. Mientras el kirchnerismo hizo del pasado su arma de construcción discursiva, el PRO criticó en forma permanente ese uso del pasado. El domingo, Macri lo llevó a Scioli constantemente a “su” pasado para relegar el futuro cercano a palabras y conceptos tan vagos como inciertos.
Así el debate se fue transformando en exposiciones estructuradas, repetitivas, planificadas. Sin salirse ambos de sus respectivos moldes, sin caer en las trampas tendidas en las preguntas que se realizaban, escaparon una y otra vez a las expectativas de los argentinos de escuchar concretamente qué van a realizar en materias concretas que hacen a nuestra realidad. Vale decir que Macri fue más astuto y rápido en este asunto, mientras le endilgaba a Scioli el estado de la provincia de Buenos Aires, evitó en todo momento enunciar UNA propuesta concreta, real y logró sostener su cómodo papel de víctima atacado por su rival, para desde allí insistir con su ritornelo de “amor, paz y buena onda”.
Le faltó “timing” a Daniel Scioli, dejó pasar su mejor oportunidad de poner en evidencia el proyecto político-económico de Macri. No bastó con que aquel lo denunciara, debía hablarle al país y enunciar lo que es la CABA. Vale también puntualizar que ambos, pero sobre todo Macri no dejó de hablarle a la porción social de CABA y provincia de Buenos Aires. El discurso tolerante de Macri pudo haber sido fácilmente desmontado por Scioli expresando la inusitada cantidad de vetos a leyes sancionadas por la legislatura porteña.
El candidato por el Frente de la Victoria Daniel Scioli fue naufragando en su estrategia de hablarle a los no kirchneristas (necesarios votos para repuntar y sumar) despegándose del gobierno actual, lo que le restó argumentos a la hora de hace sólido su discurso, prescindió de datos, estadísticas, etc. del actual gobierno y se dejó acorralar ingenuamente cuando Macri le tiró encima la cuestión educativa y los paros en provincia.
Mauricio Macri fue con la seguridad que no tenía que arriesgar la ventaja actual sobre su rival, exhibiendo su proyecto y siguiendo la línea trazada por su gurú Jaime Duran Barba, transitó el debate casi en punto muerto, nada dijo de políticas, es mas no habló de política y su pobreza discursiva se agotaba rápidamente en los repetitivos latiguillos tan vacíos como insoportables. No importaba, con eso ganó, convenció y avanza ahora más seguro hacia el 22 de noviembre.
Al debate le faltó más tiempo de exposición de manera tal que los hubiera obligado a profundizar. Se lo pudo organizar de manera tal que efectivamente cada uno expusiese sobre ítems concretos: pobreza, trabajo, medio ambiente, política internacional, género. Qué, Cómo, Con quiénes, etc.
Así el debate se fue apagando en rencillas de alta pobreza discursiva e intelectual, sin propuestas, sin datos efectivos, ni concretos. El debate fue pobre, demasiado para lo que se espera para Argentina, demasiado para quienes se postulan para ser presidente de la Nación. ¿Quién ganó? Se podrá acordar que más pareció un empate, o sea, poco se modificará hacia el balotaje. Es lo que hay, dirán algunos. Quizás el clima futbolero concluyó como concluyen tantos partidos decepcionantes, quizás el problema sea el excesivo clima futbolero, de tribuna y después del 22 habrá que bajar otra vez a la cancha.