Poco apoyo electoral y cúpula desgranándose. Así agoniza un romerismo que maldice a estrategas porteños y armadores locales. Candidatos que se preguntan qué hacer y soldados que añoran a Ángel Torres, el operador excluido de la campaña y que terminó impulsando al sobreviviente del domingo: Gustavo Sáenz. (Daniel Avalos)

La derrota en algunos referentes romeristas produjo algo similar a lo que produce una excesiva ingesta etílica: pérdida del poco o mucho prestigio con el que contaban y despojo momentáneo pero absoluto de la razón. Algunos de los que estaban en el primer piso del Hotel Alejandro I -bunker romerista el domingo- aseguran que el primero en manifestar los síntomas de una especie de brote sicótico fue Guillermo Durand Cornejo. Y es que mientras los presentes recibían lo resultados y empezaban a sentir ganas de despedirse con la tristeza propia de quienes no volverán a verse; Durand Cornejo protagonizó junto a sus hijos un ingreso iracundo. “Romero? ¿Dónde está Romero?” indagaba a los gritos el hombre que habría sido el primero en esbozar entre los suyos la teoría del fraude.

Su desazón era tal, que a la ira la condimentó con una pizca de arenga al pedirle a los presentes salir a denunciar la supuesta trampa electoral. Como nadie se lanzó al combate, el hombre que ya no será intendente de la ciudad decidió personalizar los pedidos obteniendo por respuesta individuales desvíos de las miradas y un silencio cerrado que permitió escuchar con claridad el último de los intentos: “¿Agustín que vos no venís?”. Agustín es un romerista de larga historia, es de apellido Usandivaras y ante la pregunta respondió tajante: “Yo con vos no voy a ninguna parte”.

La respuesta no calmó los ánimos de quién retomó el escándalo con más gritos acompañados de brazos girando como molinetes, situación que se resolvió cuando algunos lo tomaron del cuerpo para llevárselo a la rastra. “Lo tuvieron que encerrar para que deje de hacer escándalo. Lo encerraron primero en prensa y después no sabemos dónde puta lo mandaron. Lo soltaron para el final pero hasta eso gritaba que todo había sido un fraude”, aseguran quienes relataron a este medio lo allí ocurrido aunque pidieron lo que aquí respetaremos: reservar su identidad.

Armada brancaleone

Aliviados por la internación momentánea de Durand Cornejo, los presentes se entregaron a la desazón que la página del Tribunal Electoral mostraba minuto a minuto: la derrota no sólo estaba consumada, también era irremontable de cara a las generales de mayo. Entre los desconcertados se hallaban tres mariscales que ese domingo y en ese hotel empezaban a sentirse blanco de miradas resentidas: Mateo Goretti, Fernando Rodeles, Pablo Marmorato.

Los tres con domicilio en la Capital Federal. El primero estratega; el segundo y el tercero expertos en comunicación y fundadores del Grupo Panóptico S.R.L., una consultora periodística creada el 9 de enero pasado según dateas.com aunque a la fecha, el sitio oficial de la firma informa de un cliente casi exclusivo pero poderoso: el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la agencia Gubernamental de Control de la misma ciudad, la Fundación Pensar auto proclamada “usina de ideas del PRO”. Entre las pocas restantes, figura Fundara, la fundación cuyo local fue el centro de operaciones de romerismo en la capital provincial.

La relación entre Mateo Goretti y el macrismo es aún mayor: presidente hasta no hace mucho de Fundación Pensar, estuvo a cargo de la restauración del Teatro Colón impulsada por Mauricio Macri mientras en la gestión macrista se lo vincula con la vicejefa, María Eugenia Vidal y el jefe de Gabinete y actual candidato a jefe de gobierno porteño,  Horacio Rodríguez Larreta. Goretti, sin embargo, se hizo más conocido cuando distintos diarios del país informaron en abril de 2012 que Interpol había secuestrado de su casa 58 piezas arqueológicas de la “Colección Rosso” que en 2008 fueron robadas del Museo Ambato en Córdoba. El valor de las piezas ascendería a un millón de dólares y en ese entonces la ministra de Seguridad, Nilda Garré, declaró que Goretti no podía desconocerlo por ser un especialista en la materia y autor de un libro sobre arte precolombino.

Independientemente del prontuario, las fuentes romeristas desencantadas con los resultados del domingo no le critican a Goretti su inclinación por la arqueología sino su pésimo desempeño como estratega. Contratado primero como auditor de campaña pronto se valió de otros asesores contratados para descabezar al viejo operador romersita, Ángel Torres, que hasta octubre de 2014 estuvo al frente de la campaña. Los otros expertos foráneos  son miembros de Starkelab, una consultora también cercana al macrismo y capitaneada por Roberto Starke y que en Salta fue secundado por otro de los miembros del staff: Enrique Borba.

“Porteños que mandaban ordenes desde Buenos Aires y no tenían idea de lo que era el territorio provincial. Se puede decir cualquier cosa de Torres pero acá los de Urtubey le tenían cagazo porque el tipo conocía la política salteña y era capaz de establecer vínculos con intendentes y dirigentes de la capital y el interior. Mientras estuvo en Salta estableció contactos con medios periodísticos, dirigentes y entidades intermedias que no eran romeristas pero que llegaban a FUNDARA que entonces hervía de actividad. Los empleados lo tenían a Torres al frente del 100% de la campaña”, dicen los entrevistados.

Operación Torres

Si de Torres se sabe poco, ello obedece a que hombres como él hacen del perfil bajo un arte. Señalado como el cerebro oculto de los doce años de gobierno de Romero, también es identificado como eficaz operador electoral. Un especialista en descubrir tendencias y chances electorales; diseñar estrategias; operaciones de prensa para influir en la opinión pública; administrar la relación entre el jefe y otros actores políticos; sellar acuerdos políticos, frentes, alianzas; y arreglar listas con candidatos que mejor tributen al objetivo de campaña.

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El razonamiento desplaza de los primeros planos el sentir ciudadano aunque eso, a tipos como Torres, lo tiene sin cuidado: “Todo lo que un operador tiene de Maquiavelo y todo lo que un militante haría desde un punto de vista ideológico tienen un patrón común que es el triunfo, llegar al Poder. El militante cree llevar adelante una revolución o un cambio social, quiere modificar para ser protagonista, del mismo modo que Maquiavelo le indicaba al Príncipe cómo llegar al poder” (Ángel Torres a Cuarto Poder 26/4/2014).

Después de ocho años fuera de la provincia, Torres regresó en 2013. Romero disputaba la senaduría nacional y las primarias de agosto lo dejaron preocupado: 60.000 votos por debajo de Rodolfo Urtubey y sólo 12.000 por encima de Alfredo Olmedo, que por entonces era el adversario fogoneado por el oficialismo para arrebatarle al exsenador la banca en el senado. Torres fue convocado por Romero y en octubre capitaneó la campaña que le garantizo a Romero la banca: mantuvo la distancia con Olmedo (que también había incrementado sus votos) y redujo la diferencia con Rodolfo Urtubey de 60.000 a 29.000 sufragios.

El resultado lo catapultó a la jefatura de la campaña Romero Gobernador. “En su organigrama de campaña tenía tres casilleros: Comando Capital, discurso y estrategia. Le pidió a Romero hacerse cargo de la Capital diciendo que la elección se ganaba a partir de un fuerte trabajo territorial en la ciudad que produjera un resultado categórico mientras desde acá se denunciaba el desgobierno provincial en toda la provincia. ´Urtubey abandonó a más de un millón de salteños y no le interesa la provincia, Salta necesita un gobernador´ era más o menos lo que decía que los comunicadores debían transmitir”.

Torres no duró. Su historia, su trabajo en las elecciones en octubre de 2013 y el ritmo que le impuso al Comando Capital lo convirtieron en blanco del nuevo entorno de Romero. “Boludeces. Cuestiones de celos, envidias y esas cosas pero también cuestiones de manejo de guita supongo. Lo cierto es que por esos tiempos de tensión con Torres del que también desconfiaban los hijos de Romero, llega Goretti como auditor y la gente de Starkelab. Los de afuera y los de adentro complotaron y se comieron a Torres hasta que el tipo se fue”.

Los consultados precisan que “los de adentro” eran Julio San Millán, Fernando Palopoli, Sergio Camacho y Bettina Romero que habría impulsado el arribo de los consultores macristas. A estos asistían otras figuras como Guillermo Durand Cornejo y Alejandro San Millán aunque el sicario encargado de ejecutar a Torres fue el exsenador nacional Julio San Millán. De todos modos, aseguran las fuentes, la trama contaba con el aval del propio Romero que presidió la reunión donde la suerte de Torres quedó echada.

La última cena

Los testimonios sobre lo ocurrido un lunes de octubre del año 2014 en el local de FUNDARA no ahorran detalles. Ángel Torres estaba sentado a la izquierda de su Jefe Juan Carlos Romero quien abrió la reunión resaltando la necesidad de la unión en tiempos de campaña y la necesidad de solucionar desinteligencias ocasionadas por la tensa relación entre Torres y el resto de la cúpula. El mismo Romero anunció que Julio San Millán expondría el diagnóstico de la situación y la forma de resolverlo informando a su vez que él estaba de acuerdo con lo que se escucharía.

Ante la presencia impávida de Durand Cornejo, Alfredo Olmedo, Javier David (por entonces en el romerismo), Raúl Medina, Ricardo Villada, Juan Esteban Romero, Sergio Camacho y Aroldo Tonini; San Millán disparó acusaciones contra un Torres que al final escuchó sorprendido que lo calificaban de estratega magistral por lo cual era mejor que no perdiera tiempo en la política territorial. Traducido al lenguaje futbolístico, el planteo sería  algo así como que Maradona es muy bueno en la cancha y por ello lo mejor es que vaya al banco de suplementes como técnico.

“El tipo ni se defendió”, enfatiza uno de los que brindan el testimonio y continua. “Se dio cuenta de que su salida ya estaba arreglada inclusive por el propio Romero. Su experiencia lo llevó a no plantear defensa porque sabía que el fallo estaba arreglado”. El relato no termina allí. Los entrevistados aseguran haber escuchado decir a Torres que no le perdonaba a Romero haber compartido una comida juntos el día anterior en la casa del exgobernador, quien nunca dejó entrever a su viejo secretario personal la suerte que le esperaba. Si lo último es exacto, ese comentario debió partir de la boca de Torres el propio lunes después de la reunión o en el transcurso del martes, cuando Torres asistió al acto que él mismo había organizado en un colmado Teatro del Huerto.

Finalizado el mismo partió a Buenos Aires en donde coordina al equipo de campaña de Sergio Massa. Desde allí se dedicó a garantizar e impulsar la candidatura de Gustavo Sáenz frente a un romerismo que estimulaba a Durand Cornejo. Ángel Torres, inclusive, es señalado como la persona que reclamó y consiguió del massismo apoyo económico y político para Sáenz. Lo último que se sabe con certeza de Torres es lo que publicó Carlos Pagni en el diario La Nación el pasado 9 de abril: organizó una comida en lo de Adolfo Rodríguez Saa para pactar un acercamiento del peronismo federal con Sergio Massa y que de esas reuniones surgieron otras que incluyen al gobernador cordobés José Manuel De la Sota.

Fuera de eso, sólo rumores indican que Torres llegaría a Salta para ultimar detalles de campaña para Gustavo Sáenz que de ganar el 17 de mayo la intendencia de Salta oxigenaría de nuevo a la figura de Sergio Massa que está perdiendo la pulseada con un Mauricio Macri que, sin embargo, sufrió una sonora bofetada con la eliminación de su candidato salteño, Durand Cornejo, de las generales de mayo.

El desbande

Como suele ocurrir tras las derrotas, la búsqueda de responsables resulta perentoria. El romerismo no fue la excepción y uno de los principales blancos del resentimiento es Mateo Goretti: el hombre que no predijo la hecatombe electoral pero sí que sería objeto de la asombrosa capacidad de injuria que los derrotados suelen desarrollar. Con diligencia ejecutiva adelantó su partida de Salta y según un portal informativo (Visión Nacional) difunde en Buenos Aires la teoría de que el culpable de la derrota es el hijo del exgobernador -Juan Esteban Romero- al que acusa de “no saber escuchar”.

Sobre los miembros de Starkelab nada sabemos. Sobre los fundadores de Panóptico -Fernando Rodeles y Pablo Marmorato- se sabe que el primero al menos, participó del acto que el Romero organizo el jueves pasado en el Club Libertad donde buscó mostrar que nadie abandona el barco. También que remitió algunos partes de prensa. Uno de ellos insiste en la teoría del fraude aunque con el argumento usado eran muy endeble: una declaración de Aníbal Fernández del año 2010 donde cuestionaba el método electrónico. Según el redactor del parte esas declaraciones y el festejo de Fernández el pasado domingo cuando Urtubey se impuso con el sistema electrónico, era una contradicción sospechosa. Muy poco para consultora tan cara.

Entre los salteños, el más cuestionado es el exsenador nacional Julio Argentino San Millán. Señalado como el arquitecto de pésimos armados electorales tras la partida de Ángel Torres; es acusado también de ser un pésimo maestro mayor de obras por no poder dirigir eficientemente a los albañiles que él mismo había elegido. Los resultados están a la vista: los deplorables cimientos empiezan a ceder con facilidad tras la tormenta electoral. Miembros del oficialismo dicen celebrar hoy la alquimia entre de paliza electoral, frágiles armados romeristas y tradición justicialista. Eso habría provocado que varios candidatos romeristas deseen volver con Urtubey o al menos sellar acuerdos que no obstaculicen su camino a la intendencia a cambio de esfuerzos clandestinos que permitan al gobernador ampliar la diferencia sobre Romero en mayo. Los diálogos incluirían a Ignacio Jarzún de Rosario de Lerma; Querubín Sosa de Campo Quijano, Miguel Torrente de Anta y Antonio Hucena de Orán.

Si lo último es cierto o simple operación política del urtubeicismo, no lo sabemos. Lo indudablemente es que independientemente de ello asistimos al capítulo final de un tipo de romerismo que fue actor central de la política salteña durante los últimos veinte años. Un cierre que corre el riesgo de representar para los propios un espectáculo doloroso, una retirada sin gloria y desprovista de cualquier gesto de grandeza.