Anoche se celebró el debate presidencial. Asumimos por un momento que la confrontación discursiva televisada es una arista de fortalecimiento del sistema de gobierno representativo, y partiendo de ello, ensayamos un análisis. (Franco Hessling)

Mauricio Macri y Daniel Scioli protagonizaron el debate como aspirantes al sillón de Rivadavia. La cuestión amerita reflexionar sobre el valor democrático de semejante gesto de confrontación discursiva, pero también sobre las mediaciones comunicativas en la elección presidencial.

La analogía con los Estados Unidos se hace insoslayable, en primer lugar por la semejanza con sus debates bi-partidarios, pero también por la importancia concedida a las redes sociales, a la televisión en directo y a la guerra por instalar tendencias virales. Mucha tinta se gastó, por ejemplo, en la relevancia de Twitter para el acceso a la presidencia de Barak Obama.

Por otra parte, además, cabe reflexionar en torno a las condiciones del debate, a los tópicos elegidos, a los moderadores, a los tiempos y las dinámicas para organizar el uso de la palabra. En este caso estuvo organizado por Argentina Debate en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, por ello se basó en el manual de estilo que dicho organismo urdió.

El triángulo “T”

La política de los Estado-nación modernos ha tenido fuerte raigambre en las construcciones territoriales. Suele denominarse con el vocablo “aparato”, a esos entramados de una fuerza política que por sus tejidos llegan a lo hondo de la población. La capacidad de movilización de personas en los barrios, en los municipios y en las urbanizaciones, es el aspecto territorial que todo agrupamiento político desarrolla. En eso el peronismo ha sido imbatible, por méritos propios, inoperancias ajenas y metodologías de lo más variadas.

Ahora bien, de un tiempo a esta parte en el mundo híper-comunicado se ha proliferado la injerencia en la arena política de otras dos T que se le suman a la de Territorio: Twitter y Televisión. Semejante influencia es novedosa en nuestro país ya que, como buena periferia del sistema capitalista mundial, recién arribamos a determinados grados influyentes de accesibilidad y expansión de las nuevas tecnologías de la información.

El sábado pasado, comenzaron a circular mensajes por la red social Whatsapp que solicitaban a militantes de uno y otro bando que instalasen hashtag con sendas tendencias: #GanaMacri y #GanaScioli, respectivamente. De hecho algunos de los mensajes instructivos apuntaban incluso en qué momento cambiar los hashtag, durante el debate el verbo “gana”, denotativo de simultaneidad, y luego la conjugación “ganó”. Se instaba a las milicias, asidas de arcabuces digitales, que twiteen a rabiar.

Por otra parte, la fuerte preparación escénica que se dejó entrever durante la confrontación, demostró que la Televisión, en cuanto dispositivo que mantiene la hegemonía en la transmisión de calidad del “en directo”, tiene una importancia capital en el posicionamiento de las figuras políticas. Las sonrisas de los candidatos, sus modos de interpelar e interpelarse mutuamente, las impaciencias y el nerviosismo, son elementos que dan cuenta de los efectos causados por el vivo televisivo. Ciertas dotes histriónicas, por ende, terminan jugando un rol importante en la campaña.

Fíjese el panorama actual argentino. Un candidato que no atesora el apoyo de muchos gobernadores y que en muchas provincias no tiene estructura partidaria ni “aparato”, Mauricio Macri, ha conseguido instalarse a fuerza de potenciar las otras aristas de este triángulo: Televisión y Twitter. La batalla televisiva la dominan los propietarios de medios, sean públicos o privados, y la de Twitter está librada a la libre presión que los usuarios generen.

A través del aprovechamiento de esas cuestiones, muy trabajadas por el marketing político más mercadotécnico, Macri consiguió consolidarse como referente de la oposición aun sin contar con despliegue territorial en el ejido argentino. La televisión, mayoritariamente dominada por los intereses económicos, se volcó raudamente en favor de su mejor postor, el paladín de la vacua bandera del cambio.

Empero en Twitter, adonde anoche se registraron casi dos millones de publicaciones en el transcurso del debate, se libró una contienda en la que los usuarios daban una disputa encarnizada por ser tendencia. ¿Quién tenía más menciones? ¿Se nombraba más el #GanóMacri que el #GanóScioli? Un nuevo escenario de hostilidades y discusión política, abonado por cantidad de publicaciones más que por intercambios de argumentos: la red social del pajarito.

Si Macri termina por convertirse en poseedor de la banda presidencial, no habrá espacio analítico que pueda prescindir de la influencia de estas cuestiones. Un empresario devenido político, con mejores cualidades televisivas y armado de mensajes contundentes pero huérfanos de sentido profundo, habría conseguido imponérsele al tradicional aparate territorial, la T que hasta ahora había tenido el privilegio en la política argentina.

Democratizar el debate

Como se ha dicho, vamos a suponer sin interrogantes que el debate significa una forma de progreso en la consolidación democrática. Ahora bien, una serie de cuestiones deben ser mencionadas antes de celebrar apresuradamente el gesto político que vivimos anoche, que alcanzó picos de rating de más de 50 puntos.

En primer lugar una serie de decisiones de lo más sexistas. No hubo ninguna moderadora, tampoco se incluyó en la agenda de debate los derechos de las mujeres y de las múltiples identidades de género, se obvió proponer la discusión sobre el derecho al aborto, y además, como broche de oro, se anunció sobre el cierre que “al lado de todo gran hombre hay una gran mujer”, aggiornando un dicho del más rancio sentido común.

En segunda instancia, la elección de los ejes temáticos, que en este caso se consensuó entre las fuerzas políticas y los organizadores, debe necesariamente abrirse a discusión sin que medie ninguna mezquindad por parte de los partidos. Tienen que estar dispuestas, e incluso obligadas, a contestar cualquier cosa.

En tercer y último lugar, el protagonismo de la audiencia asistente. Ayer se solicitaba permanentemente que omitiesen hacer expresiones, sonidos, aplausos o cualquier efusión. Ciertamente ese tipo de expresiones podría mostrar un clima social al respecto de tales o cuales cosas, de cuales o tales temas. Sin embargo, por qué reprimir esas manifestaciones, que también formarían parte de la honrosa libertad de expresión.

Improvisemos, entonces, algunas sugerencias posibles para enriquecer la instancia de debate. Ineluctable será regular los debates por ley, cuestión ampliamente gambeteada por nuestra clase dirigente; asimismo se deberían convocar instancias de votación que permitan al pueblo ser parte de la decisión de temas a abordar y de quiénes serán los moderadores. Por último, mediante sorteo público y fiscalizado, distribuir los lugares de los que pertenecen al público presente. Una vez garantizado que los que han asistido han ido por azar, suprimir la solemnidad y la desdibujada objetividad, y permitirles expresarse con onomatopeyas, aplausos, silbidos y preguntas, en tanto y en cuanto son un muestreo parcial de la ciudadanía.