Hacia una clínica de varones con perspectiva de género. Por Débora Tajer.
La pregunta acerca de qué quiere un hombre parafrasea en espejo, la que hemos escuchado una y mil veces en nuestra formación como psicoanalistas: la interrogación que se hacen los hombres acerca de “que quieren” las mujeres. Pienso que sería maravilloso si fuera formulada de ese modo. Sería un paso adelante frente a los desafíos contemporáneos: la pregunta por el deseo del sexo al cual unx no pertenece. Pero no, aún no se puede formular como enigma sobre el deseo del/a semejante, del otro sexo al cual no pertenezco. Se suele aún formular como un enigma que se plantean tanto varones como mujeres, sobre el deseo de las mujeres.
En otras palabras, lo que debiera ser una pregunta sobre el deseo de ese otro, que no soy yo, en este caso, el sexo que no es uno, se intenta formular como una pregunta universal sobre el enigma acerca “del deseo femenino”.
Y esto acontece y se puede explicar por algunas razones que vale la pena identificar.
Nos puede ayudar tomar una distinción que establecía Silvia Bleichmar entre dos conceptos que se articulan que son: a) producción de subjetividad y b) constitución del psiquismo.
El concepto de producción de subjetividad relaciona las formas de representación que cada sociedad instituye para la conformación de sujetos aptos para desplegarse en su interior y las maneras en que cada sujeto constituye su singularidad. El otro concepto, el de constitución del psiquismo, refiere a los modos de constitución del aparato psíquico tomando como causalidad la determinación libidinal del sufrimiento psíquico.
Y ambos se relacionan en la constitución, no solo se influyen e impactan.
Por lo tanto, lo histórico social y lo político, entendido en este caso como la distribución social del poder entre los géneros, hacen parte fundamental de la organización psíquica desde el comienzo.
Dado que la introducción del infante en el simbólico, es en realidad en unsimbólico al cual no se le puede atribuir un carácter universal en el marco de las relaciones tempranas y la crianza. Este simbólico en el cual nos hemos constituido hasta el momento, que algunos tematizan en términos intrapsíquicos como habilitado por la función paterna, es en realidad, como nos enseña Michel Tort, una construcción histórica. Construcción histórica que es solidaria de las formas tradicionales del dominio masculino que asegura a los padres varones el monopolio de la función simbólica. Por lo tanto, el fin de un padre, el del patriarcado occidental, es el fin de un mundo, no el fin del mundo. Las formas de devenir sujeto y el ejercicio de las funciones que participan en él son históricas y constituyen el lugar de las relaciones de poder entre los géneros.
Una vez hecho este recaudo epistémico sobre “la pregunta de origen”, la tomaré como punto de partida para dar cuenta de lo que veo y escucho en la clínica contemporánea de varones adultos como analista mujer con perspectiva de género. Con esto estoy diciendo que los varones tienen género y que esta perspectiva, en diálogo con el psicoanálisis, puede contribuir a trabajar con ellos y sus malestares de época.
Dicho esto señalo que el hecho de que los procesos de singularización de los varones adultos contemporáneos se hayan llevado a cabo en un histórico social caracterizado como patriarcal, implica que desde su más temprana infancia se les ha transmitido vía el “baño de lenguaje” y los vínculos con los/as otros/as primordiales que forman parte de un colectivo con mayores prerrogativas sociales, sexuales y económicas que las mujeres en general, incluyendo las de su mismo sector social. Lo cual, entre otras cuestiones, les ha generado estilos específicos de circulación libidinal y constitución del narcisismo.
Y en muchos de ellos vemos como marca de proceso de subjetivación en el privilegio una inscripción del campo del semejante que podríamos llamar acotado o de baja intensidad. Para estos sujetos, las mujeres no están incluidas en el campo del semejante, por lo cual no tienen los mismos recaudos éticos hacía ellas que si tienen con quienes consideran semejantes, en este caso, los otros varones. Lo cual también obtura que tengan hacia las mismas empatía y posibilidad de identificarse con su sufrimiento en tanto otra. Donde muchos ven solo temas psicológicos que surgen de lo intrapsíquico (empatía, etc.), podemos invitar a que comiencen a articular lo político con lo psíquico para identificar que sujetos se constituyen, en qué contexto.
Luego agregaríamos que estos sujetos con estas marcas de origen, han debido además vérselas con las transformaciones “antropológicas” que han atravesado a lo largo de sus vidas, que incluyen reacomodamientos en las relaciones de poder entre los géneros en la vida cotidiana que han creado mayores libertades, pero también, nuevos modos tanto de sufrimiento como de placeres, que tiene sus especificidades según se trate de varones o de mujeres. Para el caso de los varones, al haber sido subjetivados en un contexto de dominación masculina con la promesa a futuro de portar el monopolio de la función simbólica y que esa promesa, haya quedado, parcialmente incumplida, genera en “los masculinos”, alguna que otra perplejidad y algún que otro avatar que intentaré relatar.
Ubicándonos ahora desde este paradigma en el plano de la expresión clínica, en mi consulta no escucho que haya UN hombre, hay hombres, en plural. Por lo tanto me siento más cómoda preguntándome acerca de cómo se despliegan los deseos de algunos hombres, así, en plural: deseos y hombres.
Y así, resonando con la pregunta acerca “del” deseo masculino, lo primero que me llega a mi mente es la frase del tango Uno: Uno, busca lleno de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a sus ansias…
Y ahí, aparece Uno, un paciente, que no decía yo, decía uno. Uno busca…..y diciendo uno, decía que quería decir un varón, “porque los varones somos así” y él era así: Uno. Cuando lo escuchaba, recordaba los aportes de un colega que señalaba que en la subjetivación masculina en el patriarcado, los varones suelen confundir identidad personal con identidad corporativa de género masculino. Dado que es el sentido de pertenencia a la corporación parte de las propuestas identificatorias hacia los varones, como en cualquier pertenencia a un grupo hegemónico y privilegiado, lo cual se transmite como decía Serrat, con “la lecha temprana y en cada canción”. Por lo tanto, con Uno, fuimos trabajando en un proceso de singularización que partió de la (con)fusión del yo, con el impersonal y con la pertenencia al colectivo genérico, a la responsabilización subjetiva por su propio posicionamiento con respecto a estas propuestas identificatorias de privilegio, pero también de destino sufriente, en su caso. Se presentaba así, una dificultad para salir de los varones=uno somos así a enunciarse como yo, fulanito de tal, soy así. Y vemos como aún en Uno, no hay UN hombre, hay hombres. En este caso, un futuro ex marido y posible ex hombre, que al llegar al análisis, vino como muchos, por la demanda de terapia de pareja. Ardid, que suele utilizarse para que un hombre que genera sufrimiento en “ella”, pero que no registra como algo propio, se incomode y responsabilice.
Esto es algo que sabemos quienes trabajamos como psicoanalistas: la mayoría de los/as consultantes son mujeres. Los varones que consultan son generalmente psicólogos, estudiantes de psicología, hombres sensibles o “los mandan”.
Vuelvo a la pregunta inicial acerca de qué quiere Un hombre. Y respondo que muchos varones que yo escucho quieren hacer lo que se les antoje, pero sin costos. Y a veces vienen porque sufren porque los demás no les aguantan lo que ellos quieren hacer, o ya no los aguantan más. Que es uno de los temas de las masculinidades en análisis: “Vengo porque no me aguantan”, “Vengo por me dicen que hago sufrir (esposa/pareja/hijos)”. De hecho, una de las estrategias para que un varón entre en análisis, es la terapia de pareja.
Uno, vino así. Y se quedó solo y entró en análisis, ya sin esa pareja en el marco de la cual se estaba transformando en un ex hombre, y salió del análisis con una nueva. Pero lo más importante, es que salió diciendo yo. Yo soy, yo quiero, a mí me pasa… lo mismo que a usted.
A muchos de los hombres que yo atiendo les es difícil relacionarse con las mujeres como sujetos, como decía un título de un muy sugerente libro de Jessica Benjamín, les cuesta ser “Sujetos iguales, objetos de amor” o como lo denomina Ana María Fernández, la dificultad para ser “pares políticos en el amor”. Es decir, hacer de una persona a la que le suponen igualdad de derechos su objeto de amor y viceversa. Como si la degradación de la vida erótica fuera la única solución posible al conflicto o la tensión entre erotismo y ternura.
Siempre señalo que lo que Freud nos enseñó en sus contribuciones a la psicología del amor, de la tensión entre la madre y la prostituta, es un modo histórico de tensión entre erotismo y ternura propuesto para los varones hegemónicos en la modernidad. No es el único modo posible. De hecho si ampliamos la mirada, en la actual liberación de las prácticas de sexualidad de las mujeres, vemos que a muchas se les presenta el mismo dilema: “Cómo desear al tierno y buen compañero, cómo amar al objeto erótico”, dilema inhibido en períodos históricos anteriores, frente a la prohibición social vía “el corset de género” de que estas vicisitudes de las sexualidades femeninas se desplieguen en libertad.
Esta dificultad para suponerle equidad subjetiva al objeto amoroso en las relaciones entre varones y mujeres en el patriarcado actual, se puede ir recorriendo desde algunas propuestas que nos plantea Judith Butler. Un trabajo psíquico necesario de realizar, apuntalado en el dispositivo analítico, para que sea posible el pasaje del otro no solo como abyecto a ser expulsado, sino como enigma que nos constituye, lo cual nos permitiría hacernos más solidarios. Poder entender que todos habitamos vidas precarias y nos necesitamos. Aprender a estar con otros, en este caso del otro sexo, en paridad. Para el caso de la masculinidad hegemónica, lo abyecto es lo femenino, lo gay, lo viejo, lo infantil. Eso, que tomando la línea de Julia Kristeva que nos propone Butler, que es lo que me tengo que sacar de encima en tanto excremento, pues me conecta con mi propia finitud.
Y en el caso de estos varones, lo que pareciera temerse de la femineidad, es la otra diferente, pero semejante en tanto humana. En otras palabras, reconocer a las mujeres en el campo del semejante, como sujetos con los cuales mantener una actitud ética. Cuando esta respuesta es negativa, se dispara el temor a la retaliación de aquella a la cual no se considera semejante, sino subalterno. La “venganza” de aquella de la cual se toma más de lo que se da, porque se la supone que está para servirse. Aquí retomo la pregunta, ¿entran las mujeres en el campo del semejante para estos varones? ¿O se habilitaran en tanto “garcas con las minas”, pero buen amigo de los amigos y miembros del club de caballeros? En fin, la vida como vestuario de varones. Algunas paradojas de las “delicias” de las tensiones entre los géneros en la (hetero) sexualidad patriarcal contemporánea.
Otro aspecto a compartir, es que un eje es como se expresan los malestares actuales en las masculinidades y otro, hacía donde se debería dirigir una intervención psicoanalítica en estos malestares. Y, ahí, es donde la tentación a la restauración conservadora a modo de salir del “ataque de nervios” de que ya no haya hombres, es muy grande.
Michel Tort nos alerta frente a los discursos que homologan dificultades actuales de los varones, con una necesidad de vuelta a reasegurar el poder masculino[13]. El temor por la declinación del patriarcado, como fin del mundo cuando en realidad es el fin de un mundo, el del monopolio de la función simbólica a manos de los varones basado en la prerrogativa del dominio masculino. Son los mismos discursos que leen el aumento de delincuencia juvenil en las sociedades inequitativas o sin promesas laborales para los jóvenes, como causado por la “ausencia de padre”. Y piensan la institucionalización como método para incorporar “lo simbólico”. Cuando, en realidad, en muchas de esas instituciones encontramos “versiones del padre” más parecidas al de la horda primitiva que a sujetos atravesados por la ley simbólica que , a su vez, puedan de este modo colaborar a una organización psíquica que contribuya al lazo social. No me voy a meter aquí con lo que terminan “incorporando” estos adolescentes en esos espacios, basta leer en las noticias los casos de abuso sexual y de abuso institucional (incluyendo el policial.
Volviendo a los varones en análisis, los cuales no suelen ser la línea más dura del patriarcado, les contaré acerca de Dos. Dos, manifiesta que a él le hace falta llegar a su casa y que haya “calor de hogar” y se enoja con ella porque “no se lo da”. Ella reconoce que de niña, por vicisitudes de su vida, nunca tuvo “un hogar calentito a donde volver”. El sí, pero el fuego lo alimentaba otro, en realidad otra su mamá. Y así aprendió a que un hogar es lindo, pero que mantener encendido el fuego del hogar, es “asunto de mujeres”. Él espera que ella haga lo que no sabe hacer. Resultado: los dos se mueren de frío.
Mi intervención como psicoanalista con perspectiva de género es que él se anime a hacer o a organizar que la casa sea un lugar cálido para él, ella y sus hijos, mediante el reservorio de identificación con esa madre que lo supo cuidar “tan bien”. ÉI insiste: “yo mantengo, ella con esa plata tiene que hacer que vivamos bien, haya comida lista, ropa planchada, etc.,etc.,etc. …”.
Así llegó Dos por primera vez, protestando, en ese momento, aún sin hijos. Respondiendo a los gritos y con mucha violencia simbólica a las imposibilidades de ella, como efecto traumático de una orfandad temprana. Análisis mediante, ya no responde violentamente, pero es muy difícil aún, ahora con la presencia de dos hijos pequeños, que ella sea su “mujer de la ilusión”. Qué difícil es asuma que alguien (en este caso él) haga lo que hay que hacer, mejor él que lo vivió o sabe hacer. La angustia de desmasculinización que lo inunda en esos casos es grande. Pero seguimos, …
Tres llegó con un estado de angustia que le provocó encontrarse “de golpe” con los costos de “hacer lo que quería”. Vino con su mujer y su amante embarazadas al mismo tiempo. Llegó derivado por su valiente amante, colega de su misma profesión, a “una analista con perspectiva de género”. Esta mujer confiaba que esta sería una escucha que lo y la ubicarían como sujetos. Y que la decisión que él tomase iba a ser en esa línea.
En su análisis, Tres debió dar cuenta de a quién elegía y si además elegía tener alguno de esos dos futuros hijos. El eligió a su esposa y el hijo engendrado en ese vínculo. Su amante, a partir de esa elección, decidió abortar, terminar la relación amorosa y solo mantener la relación laboral que los unía. Terminó su análisis, sin culpa, pero con responsabilidad y liviano. Pudiendo hablar de su relación con su padre que había mantenido en paralelo “estas historias”, con alto grado de dolor silencioso de su madre y de él como hijo.
¿Qué quiere un hombre? ¿Habrá que seguir preguntándole a los/as poetas? O será que los/as psicoanalistas contemporáneos nos animamos a asumir los desafíos que nuestro social histórico nos demanda acerca de los nuevos modos de los placeres y los sufrimientos.