En un editorial de su habitual programa, Jaime Baylay, el talentoso periodista peruano, radicado en Miami, decía que nuestro país, la Argentina, es un manicomio a cielo abierto. Lo decía a propósito de los varados, es decir, de los viajeros argentinos al exterior, por el motivo que fuera, que tienen impedido su regreso al país. Si bien lo decía por eso, hay muchas, muchísimas razones, para afirmar, efectivamente, que Argentina es un manicomio a cielo abierto.
Por Alejandro Saravia (1)
Respecto de ese problema, el de los varados, está claro que es una medida no sólo absurda, irrazonable, sino inconstitucional, por eso mismo, es decir, por lo absurda e irrazonable, pero especialmente también por ser contradictoria con uno de los artículos de nuestra Carta Magna que nos habilita a salir, entrar, transitar en y a través de nuestro extenso y propio país. Éste, el país, no es del conjunto gobernante, de la alianza de Cristina, Massa y Alberto, es de todos los argentinos. Y esa prohibición, la de ingresar al país, es la comprobación más palpable de la pésima conducción del Estado por parte de ese trío, ya que lo que debería hacerse es controlar el ingreso y la correspondiente cuarentena de los que ingresan. A cambio de eso, se los exilia de hecho y se induce, como ocurrió y sigue ocurriendo, a numerosas líneas aéreas del exterior a suspender sine die los vuelos a nuestro país.
Esta gente que gobierna es la que nos ubicó en el singular lugar denominado “standalone”, que literalmente significa “estar parado solo”, pero que en el contexto en que se dio quiere decir que nuestro país no le interesa a los inversores. Que no le interesa a la gran mayoría del concierto internacional. Y que no le interesa ni tan siquiera a nuestros vecinos y socios del Mercosur: Brasil, Paraguay y Uruguay.
Le interesa, sí, a China, Rusia, Cuba, Nicaragua, Irán y Venezuela. Lo mejor de cada barrio, como diría Serrat. ¿Por qué les interesa o, mejor dicho, por qué al grupo gobernante le interesa que a aquellos países les interese el nuestro? Para una simple cosa: para que nuestro país sirva de escenario, de tablado, de palco, para satisfacer el narcisismo de la que realmente gobierna y de la que utilizó, vengativamente, a los otros dos para acceder al proscenio. Es decir, Cristina Fernández, la vicepresidente de la Nación, se vengó de la traición de Massa y de Alberto Fernández que le costó en su momento la eternidad apetecida, haciéndolos cómplices de este desquicio. Con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede. Ja.
Como una López Rega rediviva, se pensó heredera y encarnación de los efluvios de tres muertos: su propio marido, Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Fidel Castro. Ella vendría a encarnar la revolución. Revolución que en realidad fue un fracaso, como lo están demostrando los dramas de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Este último, Cuba, simboliza, en realidad, la fantasía que consumió a buena parte de la juventud política argentina, pero en los 70 del siglo XX, no en los 20 del siglo XXI. En la imaginación afiebrada de algunos casi adolescentes, no en la decadencia natural de septuagenarios.
Eso se llama no tener sentido de las proporciones. Es una forma de desquicio. Por eso, también, es acertado aquello de Jaime Baylay de que nuestro país es un manicomio a cielo abierto. Porque, en verdad, esta farsa llegó democráticamente. Habilitada, desde luego, por otro fracaso que tuvo, también, ribetes de manicomio, como aquel bailecito en los balcones de la Casa Rosada en las vísperas de un incendio.
Nuestro país no se merece la dirigencia política que tiene. Dirigencia que lo conduce interesadamente a la ignorancia y a la pobreza, dos presupuestos para dominarlo mejor. Cada día esa misma dirigencia se enriquece más mientras cada día hay más pobres, más hambre y más ignorancia. En el país de las vacas y las mieses y de Sarmiento. Hay que ser muy inútiles o muy canallas.
Este gobierno decía que prefería un poco más de pobres a un poco más de muertos. Ya llegamos a la cifra fatídica. Ya tenemos más de cien mil muertos y habrá más con toda seguridad. Y cada día crece la pobreza, crece la miseria.
Sólo en un manicomio a cielo abierto se puede admitir tanto desquicio.
(1) Ex Fiscal ante la Corte