El alfil “U” de origen radical, Matías Posadas, y el novio de la candidata “U” proveniente del PJ, intercambiaron golpes en un acto electoral el pasado sábado. El hecho puede explotarse en clave teatral, por trasladar a la política la incomodidad que los bastardos generaban en los viejos matrimonios. (Daniel Avalos)

El matrimonio, en estas líneas, está representado por la unión entre Urtubey y el propio justicialismo. Aclarada la identidad de los cónyuges, intentemos ahora explicar el incidente teatral que nos convoca y su probable significación política. Para ello reparemos, primero, en la naturaleza del mismo: fue un incidente violento. Eso significa que las contradicciones que atravesaron a los protagonistas terminaron tensándose hasta llegar a la violencia que, siempre, pone la razón y la fuerza propia al servicio de provocar daño físico en aquel al que se considera adversario. Tratemos de explicar ahora el porqué de las contradicciones. Se trata de un ejercicio fácil. Los pugilistas representan a sectores políticos que disputan por lo mismo: el voto de una ciudadanía que posibilite al candidato de esos sectores acceder a una banca en el Congreso de la Nación. Convengamos: no se trata de poca cosa. Una banca, después de todo, no solo representa la posibilidad de acceder a un buen sueldo: representa, fundamentalmente, la posibilidad para el que la ocupe de ser parte de eso que genéricamente denominamos Poder, es decir, la chance fenomenal de que aquel que se convierta en diputado pueda reunirse con otros personajes de igual o mayor Poder, para así poder trazarle una direccionalidad determinada al curso de la vida de, por ejemplo, todos los salteños.

Más difícil, en cambio, resulta explicar el tercero y último de los ejes seleccionados por estas líneas: el momento y el lugar en donde esas contradicciones estallaron y produjeron el momento violento. Y es que esos sectores no tuvieron un encuentro fortuito mientras protagonizaban sus respectivos actos de campaña. No. Esos sectores con intereses contrapuestos formaban parte de la misma actividad. Una caminata proselitista del oficialismo que proclama pertenecer a una misma aunque diversa familia política: la que encabeza el gobernador Urtubey, pero que tiene en el justicialismo su columna vertebral. Justamente allí, la figura del bastardo viene en nuestro auxilio para explicar semejante entuerto. Y es que el Frente Plural que conforman los hermanos Matías y Federico Posadas representa bien a esa figura: la del hijo político de Urtubey, engendrado en una unión electoral anterior al matrimonio que el mismo gobernador contrajo con el justicialismo. Lo primero ocurrió antes del 2007. Lo segundo, después. Justamente aquí viene la parte propiamente teatral. Mientras el matrimonio gozó de su primavera conyugal, cuando en los esposos anidaba la ilusión del amor eterno, el PJ se empeñó en olvidar las aventuras de soltero de su cónyuge y desechó cualquier tipo de reproche al hijo ilegítimo de aquel pasado. Pero cuando los dominios políticos empiezan a correr peligro, y si ese peligro obedece también a que el bastardo, en nombre de la identidad propia, divide el voto que al PJ conviene no fragmentar… el fruto político del primer amor electoral del Gobernador empieza a ser objeto de las miradas acusadoras del cónyuge restante. Es esto lo que ahora está ocurriendo. Si hace dos años el PJ reprimió su ira cuando el Frente Plural, bendecido en silencio por Urtubey, dividió al oficialismo y posibilitó el triunfo de Durand Cornejo sobre el PJ capitalino, ahora este PJ empieza a dejar en claro que aún no se divorciará de Urtubey, pero advirtiendo que no se quedará de brazos cruzados mientras el bastardo pone en peligro lo que el cabeza de la familia considera suyo.

Lo anterior nos arroja a una conclusión posible: puede que las escenas de pugilato vividas el sábado pasado sean un episodio desagradable pero anecdótico; pero las contradicciones entre esos sectores con intereses contrapuestos forman parte de un entramado estructural de la política oficial. Unos y otros lo saben. Y unos y otros saben también que el justicialismo deberá por ahora encargarse sólo de eliminar políticamente a quien lo está incomodando. Ni Urtubey ni el romerismo irán su auxilio en lo inmediato. El primero porque, precisando de la posibilidad de declamar que su figura trasciende al PJ, impulsa a ese Frente Plural que se parece mucho a los partidos políticos del siglo XIX: una herramienta electoral al servicio de dos personas, con un caudal electoral asentado casi exclusivamente en el mero clientelismo y cuyo único objetivo político, que trasciende a sus líderes formales, consiste en reforzar el poder del propio Gobernador. Por eso mismo, Urtubey se comporta con ellos de forma similar a las madres solteras de antaño que luego contraían matrimonio: acariciando clandestinamente a su criatura prematrimonial, mientras para los hijos legítimos, como Rodolfo Urtubey o Evita Isa, las caricias son públicas y estridentes.

El romerismo, por su parte, tampoco se encargará por ahora del bastardo ajeno que, en nombre de la propia madre, denunció con éxito la maniobra por la cual el exgobernador se auto-cedió un hangar en el aeropuerto local. Un romerismo que acostumbrado a ajustar cuentas contra quienes perturban el buen vivir de su jefe, asumió una paciencia oriental para no dedicarle, en el medio más poderoso de la provincia que le pertenece, ni un solo ataque a esos hermanos que hicieron de la glorificación de Urtubey una liturgia en donde la inteligencia y la elegancia quedan reducidas a su mínima expresión. Las lógicas de la política explican esta indulgencia romerista. Juan Carlos Romero, después de todo, es de los que saben bien que la furia pública en política es como el vino bebido en exceso: resta fama y fortuna al que quiere poseerla. Que por ello mismo sólo conviene dar rienda suelta a la rabia cuando ese ejercicio no ponga en riesgo al objetivo que se persigue, y que para el romerismo en la actual coyuntura es uno: que en las legislativas nacionales próximas y en las provinciales de noviembre, ese Frente Plural haga lo que ya ha hecho: dividir el voto oficialista en capital otorgándole así más chances a los candidatos propios. Solo después de ello, la rabia no amenazaría los objetivos y podría evaluar si finalmente se mostrará como le gusta mostrarse: el hombre fuerte al que no le tiembla el pulso para ejecutar los escarmientos políticos que sean necesarios.

De allí también que los Posadas estén condenados a profundizar lo que hasta ahora han venido haciendo: atar sus destinos estratégicos al propio Urtubey, como condición de posibilidad para su supervivencia. Mientras tanto, el justicialismo rumia su rencor y acumula bronca política que más pronto que tarde, descerrajará sobre el actor incómodo. Para saber cual será el resultado de ese conflicto en desarrollo, habrá que esperar un poco. Lo indudable, en todo caso, es que un desenlace feliz para los ciudadanos es improbable. Entre otras cosas porque los actores estelares involucrados en la obra, aun cuando insistan en presentarse como jóvenes idealistas, generosos y desinteresados, poseen ya las mañas propias de quienes han nacido políticamente viejos.