Si hay algo que realmente lo molestó a Mauricio Macri fue aquella foto de la CGT junto a Sergio Massa en la firma de un proyecto común sobre el impuesto a las ganancias.

Miró a su alrededor. Y cerca de él habían cometido un error enorme: ignorar en el proyecto oficial un acuerdo previo con la CGT en un impuesto que afecta a un millón de trabajadores. El Presidente, un hombre que cree que la vida es un camino de errores y aciertos, aceptó en el acto que los suyos habían consumado esa equivocación. Ayer, en Olivos, Macri trató de enmendar el error cuando recibió a los dirigentes sindicales cegetistas nuevos, viejos y eternos.

El acercamiento con la CGT tiene dos razones. La primera es la gobernabilidad. Sin un diálogo confiable con la central obrera le será difícil al Presidente llevar la economía en el año electoral que se abrirá en un par de meses. El Gobierno necesita de cierta prudencia de los sindicatos en el reclamo de aumentos salariales durante el proceso de paritarias que comenzará en marzo. La administración sueña con aumentos que no deberían superar la franja de entre el 17 y el 20 por ciento. Veremos. Parte de la inflación de 2017 dependerá del nivel de subas salariales que se acuerden en esas negociaciones.

Funcionarios oficiales aseguran que se ha construido un clima de confianza mutua en el diálogo entre gobernantes y sindicatos. «Hemos cumplido lo que hemos prometido. Ellos también. Eso es importante para ellos y para nosotros», dijo un funcionario cercano a Macri. La confianza sucedió, si es que sucedió, después de la trifulca por el impuesto a las ganancias. Las imágenes de ayer confirmaron que existe, al menos, una relación más distendida entre el macrismo y los gremios.

Las elecciones del próximo año se ganarán o se perderán fundamentalmente por la marcha de la economía. La inflación y el crecimiento son las dos variables más sensibles para la sociedad, más allá de los argumentos, a veces complicados, de los economistas. Macri no ignora que el mundo es un escenario en perpetuo cambio, y que en los últimos tiempos el mundo se acostumbró a cambiar contra los intereses de los países emergentes.

Trump amenaza con absorber todos los dólares que circulan en el mundo. Mala noticia: sobrevaluará el valor del dólar, subirán las tasas de interés y perjudicará el precio de las materias primas. Brasil parecía recomponer su maltrecha economía, pero una ola de denuncias de corrupción contra su presidente, Michel Temer, podría boicotear esa convalecencia. Brasil es el principal destino de las exportaciones industriales argentinas, las que promueven más trabajo en el país. Europa es un laberinto de inestabilidades, inhumanos ataques terroristas y pánico social. Ningún gobierno europeo sabe con certeza si dentro de un año seguirá siendo gobierno. Se cumple la vieja dinámica de la historia que describió Pablo Gerchunoff: los vientos internacionales de la economía afectan siempre a la Argentina durante los gobiernos no peronistas (y benefician a los peronistas, siempre también).

Sin embargo, es imposible percibir en el Presidente un gesto de pesimismo. Está convencido de que la economía crecerá a partir de febrero o marzo, que la inflación será considerablemente más baja que este año y que los argentinos (o una mayoría de ellos) no le negarán su apoyo en las elecciones de agosto y octubre. Les ordenó a sus ministros que desembarquen en el díscolo y pobre conurbano bonaerense con una intensa marea de obras públicas. Guillermo Dietrich, ministro de Transporte, deberá pavimentar rutas y calles, que son ahora de tierra, en una cantidad nunca vista.

La única pregunta sin respuesta en el oficialismo, cuando se habla de economía, es sobre la suerte del ministro de Hacienda, Alfonso Prat- Gay. «Está incómodo», dicen, pero no agregan nada más. Prat- Gay es un economista con importantes relaciones en el mundo económico y financiero internacional. No puede, o no quiere, reconstruir ese trato con sus colegas en el gobierno de Macri. Algunos atribuyen ese impedimento a sus módicos dones de hombre político. Otros creen que la vanidad le ganó al genio. Lo cierto es que la permanencia -o no- de Prat-Gay parece depender más de él que de cualquier otro. El ministro debería tener una certeza: Macri no volverá atrás con la división del viejo y poderoso Ministerio de Economía y Hacienda. Nunca le gustaron los superministros de Economía. Menos le gusta el culto al ego entre sus funcionarios.

El Presidente piensa y razona con la mirada puesta en las próximas elecciones. Una de las cosas que sucedieron en los últimos días y que más le agradó al oficialismo fue la ruptura del eje cordobés que une al gobernador Juan Schiaretti con José Manuel de la Sota, jefe político del peronismo de Córdoba y aliado de Massa. Schiaretti y el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, fueron los arquitectos de la liga de gobernadores peronistas «responsables», que contribuyó notablemente a evitar la derrota parlamentaria del macrismo en el Congreso por el proyecto opositor sobre Ganancias. ¿Schiaretti podría ser un aliado electoral de Macri en Córdoba? La pregunta es prematura y audaz. Las peleas entre Schiaretti y De la Sota terminaron siempre, dice un agudo observador de Córdoba, en afectuosas reconciliaciones. Macri mismo tiene sus aliados radicales, que son enemigos históricos de De la Sota y también de Schiaretti. Por ahora, Schiaretti y Urtubey podrían aislar a Massa o devaluar su influencia. La novedad es que el macrismo no está cerrado a acuerdos con peronistas responsables. Buena noticia para Emilio Monzó.

Entre los peronistas responsables, el que más se destaca es el senador Miguel Pichetto, jefe del bloque de senadores justicialistas. El Gobierno lo acepta sólo con gestos. No pronuncia ninguna palabra. La presencia de Pichetto es fundamental para llevar racionalidad al Senado, acorralado por el fanatismo de los representantes de La Cámpora y por la ineficacia de los oficialistas, que son más que nada radicales. Un movimiento interno del radicalismo se propone reemplazar a Angel Rozas, como presidente del interbloque Cambiemos, por el senador Luis Naidenoff. Lo cierto es que Pichetto viene proponiendo un acuerdo con el Gobierno para colocar bajo un paraguas a algunos temas cruciales para la sociedad durante el año electoral: la seguridad, por ejemplo. El proyecto de Pichetto incluye una política de inmigración estricta con las admisiones y severa con las deportaciones de delincuentes y narcotraficantes. Una política que el gobierno de Macri podría suscribir. Nadie le contestó a Pichetto todavía.

Sergio Massa se inscribe en ese contexto. Por eso, la estrategia del Presidente de alejar a la CGT de la influencia del líder del Frente Renovador. El oficialismo descubrió en las últimas semanas lo difícil que sería para el Gobierno si en las elecciones venideras ganara Massa en la provincia de Buenos Aires. El Gobierno tampoco descarta una candidatura de Cristina Kirchner en esa misma provincia. El oficialismo carece de candidatos conocidos si los busca entre los dirigentes o funcionarios de Pro. Confía sólo en el predicamento que podrían tener entre los bonaerenses el Presidente y María Eugenia Vidal. Pero la sociedad también vota por una persona en un domingo de elecciones y ni Macri ni Vidal estarán en las boletas. La cara más popular que tiene es la de Elisa Carrió, pero ella no es de Pro, es una aliada. ¿Jugará Macri esa carta? La campaña electoral sería, además, atractiva. Carrió contra Cristina y Massa significaría un enorme e iridiscente espectáculo político.

Fuente: La Nación