Hasta los dueños de arrojos revolucionarios celebran que Romero fuera políticamente inhumado por Urtubey. Ello supone, después de todo, el fin del primero y el comienzo de la partida del segundo que deseando involucrarse en lo nacional, ahora está obligado a hacerlo por no poder aspirar a otra gobernación. (Daniel Avalos)

De allí que los resultados de ayer supongan el inicio de un periodo político de descongestionamiento que abrirá huecos que sectores del establishment político y otros que no forman parte de él podrán aprovechar o no según sus propias habilidades. En ese marco muchas personalidades empezaran a albergar expectativas que no tenían mientras Romero y Urtubey monopolizaban la condición de astros centrales alrededor de los cuales orbitaban satélites que a cambio de existencia en el firmamento político, se mantenían sin luz propia en nombre de la lealtad.

Un Urtubey y un Romero que como hombres fuertes imprimieron una huella tan profunda a la política local que devinieron en objeto de interés de la prensa, de los referentes políticos de todos los signos y hasta de miles de salteños. Todos convencidos de que la provincia era un territorio alambrado e inexpugnable para quien pretendiera ocupar lo que esas dos figuras ocuparon en distintos tiempos en estos últimos 20 años. Territorio inexpugnable incluso para lugartenientes encumbrados de uno y otro porque amasados por los rasgos culturales de Latinoamérica, la ortodoxia justicialista y hasta las tradiciones de la izquierda, tales lugartenientes nunca intentaron mirar por sobre el hombro de esos líderes acostumbrados a penar con el ostracismo a quienes intentan disputar el liderazgo.

Con los resultados de ayer eso empieza a flexibilizarse un poco. Primero porque Juan Carlos Romero ha dejado de ser lo que hasta ahora era: el astro opositor sobre el que giraban algunos que vetando las iniciativas de Urtubey pretendían reconquistar la provincia que controlaron hasta hace ocho años. Empresa finalmente trunca por problemas de estrategia política y maniobras mal ejecutadas, pero fundamentalmente porque ese romerismo representó un tipo de reagrupamiento que finalmente se formó como no podía dejar de formarse: sin ideas distintas a las que provocaron la devastación social en la provincia, sin hombres o mujeres nuevos y con una vieja y senil guardia que ni siquiera pudo mantenerse a flote tras la derrota electoral de abril que hizo estallar al estado mayor conjunto e inclinó a los escasos sobrevivientes a pasar a la acción sólo para denunciar que habían sido víctimas de un fraude que nunca demostraron.

El resultado está a la vista: una derrota contundente que inclinará al romerismo a renunciar a futuras batallas y a despedirse de todo aquello por lo que decía luchar. Una derrota que además ha provocado una situación que hasta ahora se analiza poco: la de una familia que parece quedarse sin cabeza visible y capaz de otorgarle una dirección ideológica y política al poderoso grupo económico y político que representa. Justo el rol con que Roberto Romero, otro hombre fuerte del poder provincial, había ungido al propio Juan Carlos que independientemente de las valoraciones personales que sobre éste se puedan tener, había cumplido con entero éxito esa tarea. Nadie de esa familia asoma ahora en ese rol: los hijos del exgobernador porque están señalados como responsables directos de la catástrofe política; tampoco el hermano que al frente del grupo mediático ha sido incapaz de hacer lo que los poderosos medios hacer sin pudor: convertir a dicho grupo mediático en una herramienta política capaz de formatear la subjetividad de los salteños. Por ahora sólo se rumorea que el otro hermano volvería a hacerse cargo de El Tribuno aun cuando la trayectoria del mismo al frente del holding no sugiere un desembarco que busque recomponer el poder familiar, sino más bien un recurso diplomático que busca ganar tiempo para negociar mejor una capitulación honrosa.

Al frente de todo esto, el gobernador Urtubey. El hombre que tras el contundente triunfo de ayer siente que puede avanzar a placer porque a mediano plazo no tiene a qué ni a quién temer en términos políticos. Un político que asegura representar la inteligencia joven, la frescura primaveral y el ímpetu renovador; aunque a decir verdad hasta ahora sólo demostró ser un político inteligente, intuitivo, hábil y dueño de una ambición que probablemente heredó de Romero: trascender la frontera provincial para buscar un rol protagónico en la arena nacional. A diferencia del exgobernador, sin embargo, Urtubey parece convencido de que para no morir hay que crecer y de allí su conducta del último mes: lejos de relajarse ante lo que ya era un triunfo seguro por la diferencia alcanzada en abril y el debilitamiento del adversario, desplegó una ofensiva generalizada para aniquilar de una vez por todas a quien aparecía como el único capaz de doblegarlo. Conseguido el objetivo, ocupado incluso el territorio que hasta ahora le había sido esquivo -la Capital provincial- el actual gobernador empieza a partir de la provincia rumbo al escenario nacional para el que siempre se sintió destinado. En esa partida radica el periodo que acá hemos denominado de descongestión y que imprimirá su impronta al propio oficialismo.

Lo dicho no supone de manera alguna que el actual mandatario renuncie a la idea de ser él quien se encargue de ungir a un sucesor, aunque no es menos cierto que esa tarea es siempre menos factible que blindar el liderazgo propio tal como lo evidencia la propia historia de Romero en la provincia e incluso el presente de Cristina Fernández de Kichner a nivel nacional. Entre otras cosas porque hay cualidades que los líderes no pueden trasferir a terceros, pero fundamentalmente porque los gobiernos nunca representan a un solo y homogéneo sector sino a varios que buscan siempre acumular fuerza para tejer alianzas y disputar internas con los potenciales adversarios políticos.

A esos sectores del oficialismo habrá que empezar a mirar para ensayar hipótesis sobre el rumbo que irá tomando la política provincial. El ejercicio incluirá la necesidad de identificar a aquellas figuras que susurrándole al oído a Urtubey durante los últimos años fueron concentrando el poder propio de los operadores políticos, o aquellos otros que son parte y conducen fracciones poderosas del justicialismo. Unos y otros son los que reivindicarán para sí el derecho a sentarse en la mesa y tallar las cartas para disputar el gran juego que de cara al 2017 y el 2019 empezará a desarrollarse. Que ello empiece a visualizarse más pronto o más tarde poco importa porque eso es lo que efectivamente ocurrirá.

Por fuera del oficialismo, las distintas fuerzas de la oposición también visualizan el hueco que deja el fin del romerismo: ocupar el rol de oposición que hasta ahora ocupaba este espacio. Quedará por ver si un PRO en alza será el encargado de aglutinar y conducir el fragmentado espacio de centroderecha y si la izquierda podrá superar sus supersticiones revolucionarias que, siendo hijas de un incurable empacho de consignas que se adueñaron de las masas en otros tiempos, ahora son vivenciadas como impracticables, infecundas y funcionales a un establishment que razona sobre las realidades concretas mientras los revolucionarios siguen imaginando una provincia y un método político sin posibilidades de realización.