Entre groucho Marx y Don Fulgencio

Hay algunas dudas en cuanto a cómo catalogar a Javier Milei y a su gobierno. Yo acudiría a dos figuras humorísticas ya un tanto históricas como para no perder mucho el rastro. En efecto, cuentan que uno de los Marx, el más famoso, Groucho, solía decir que él nunca sería socio de un club que admitiese socios como él. Como están de moda las epifanías, en estos momentos en que las brujas cotizan más que los científicos, el encuentro de Milei con Musk me vino como una de ellas. Como una epifanía, digo.

Cuando Milei habla de la dolarización, cuando dice, y actúa, una carnalidad con Estados Unidos que no sólo envidiarían Carlos Menem y Guido Di Tella sino también Kim Bassinger y Mickey Rourke, y va y viene a la gran potencia del norte como a su propia casa y promueva que su moneda sea la nuestra y que su ideología sea la propia nacional. Cuando el propio Milei ve que un país, a la sazón el nuestro, la República Argentina, elige a un presidente como el mismo Javier Milei, toma conciencia anticipada de que ese país, nuestro país, que lo eligió precisamente a él como presidente, no tiene salida.

Es por eso que vislumbra como una única vía de escape que el país que lo eligió a él como presidente tiene que abandonar todas las supersticiones que lo definirían como país independiente y debe erigirse como una especie de Puerto Rico del Cono Sur, es decir, un país libre asociado a la gran potencia del norte, aunque ésta esté en decadencia y se someta al gobierno residual de gerontes, como Biden y Trump. Ese es el proyecto estratégico de Milei según sus propios dichos y sus propios hechos. Atamos a Argentina a la suerte de la superpotencia del norte y, como diría Máximo, sanseacabó.

Pero hay otra figura de historieta a la que me remonta Milei: Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia, una tira cómica de Lino Palacio, que salía, entre otros lugares, en la revista Patoruzú, no sé si seguirá saliendo, y se trataba de un personaje, un chabón dirían hoy, que como no había tenido infancia ya de grande hacía cosas propias de chico.

En ese sentido quien, quizás, mejor describió a Milei fue Mayra Arena, una autodefinida como villera de Bahía Blanca, empleada doméstica en su momento, hoy en el AMBA y que por propio mérito ascendió a clase media, y trabajó en la última elección para Massa. En una entrevista que le hiciera Luis Novaresio, después del debate presidencial al preguntársele cómo lo veía a Milei, Mayra Arena respondió que lo veía como un chico falto de afecto y que lo que ella haría es regalarle un osito de peluche.

Pues bien, cuando veo las actitudes ambiguamente ridículas de Milei, como su pose con los pulgares arriba y el mentón abajo para tapar la papada. O su expresión extasiada en sus encuentros con Musk o con Trump. O el modo en que lo manipula su hermana Karina, a quien él llama “El jefe”, convertida ella en un objeto transicional, categoría que, según quien la describió, el psicoanalista Donald Winnicott, se trata de un pasaje difícil en el cual el niño se siente “infinitamente vulnerable”; y si no fuera debidamente protegido por el ambiente en ese momento, la susceptibilidad a la persecución que en principio es pasajera, puede instalarse como una característica paranoide de la personalidad.

Su hermana Karina, su objeto transicional, cada día más políticamente importante y sin ningún tipo de preparación, salvo el tarot y las tortas caseras, pasa efectivamente a ser el jefe, acentuando lo paradójico de toda esta situación.

Todo sería hasta gracioso, de Groucho Marx a Don Fulgencio, si en eso no estuviera comprometido nuestro destino. El de un país en decadencia a pesar de tener de todo, extremos que acentúan nuestro fracaso. De Argentina potencia a Estado fallido.

Que quede claro que no solo es obra del osito de peluche, o del jamoncito, como prefieran. En definitiva, a éste lo legitiman los 20 años de kirchnerismo en el que en nombre del Estado se destrozó al Estado. Lo legitima el disparate de haber llevado el gasto público del 25 % del PBI históricos al 45 % sin que se haya mejorado nada, al contrario, se empeoró todo.

Lo legitiman, en definitiva, los desbordes por derecha y por izquierda de esos 20 años de irresponsabilidad y de impunidad. Impunidad posibilitada por un sistema judicial cómplice, cuyo paradigma precisamente es Ariel Lijo, juez federal de Comodoro Py, postulado hoy a Juez de la Corte Suprema por el mismo Javier Milei y su tropa de alcahuetes y mediocres vividores. Todo un síntoma de nuestra decadencia sin fin.