De cara al balotaje del 22 de noviembre, el sociólogo Agustín Pérez Marchetta analiza algunas dimensiones que permiten caracterizar la coyuntura electoral y avizorar los rumbos políticos de nuestro país.

Durante gran parte del siglo XIX y XX en el mundo “occidental” se trabajaron nuevos imaginarios que permitieran aglutinar  a la mayoría de las personas en nuevos colectivos en donde la razón, la ciencia y la técnica estuvieran a la orden del día. Autores como Foucault o Benedict Anderson nos asombraron con su análisis de las infinitas posibilidades que despierta los mecanismos de las maquinarias estatales. Es así que se crearon fronteras, mapas, censos, mitos nacionalistas, guerras y monumentos, buscando proyectar ideales colectivos que permitieran coercionar las poblaciones y establecer identidades grupales más allá de las heredadas de tiempos pasados.

 Esta lógica nacionalista prevalece en nuestros imaginarios, resquebrajándose lentamente a medida que el mundo se interconecta y globaliza, en donde surge otra lógica, la idea de un mundo cosmopolita, conectado con diferentes lugares del globo, en donde las personas pueden viajar y establecer relaciones con diferentes personas del mundo. Ante esta tensión entre nacionalismo y mundialismo surgen los regionalismos, en donde por el lugar que nos toca, Argentina entra dentro de lo que se conoce como la patria grande, América latina.

 Teniendo presente lo nacional, regional y cosmopolita los dos candidatos de cara al balotaje responden a diferentes lógicas: mientras Scioli busca hablarle todos los argentinos, buscando una fraternidad latinoamericana, Macri se concentra en hablarle a esos ciudadanos que se sienten parte del mundo, haciéndoles saber que estamos desfasados, desconectados, en donde es necesario volver a establecer diálogo con los organismos internacionales, para que la Argentina tome el lugar que le corresponde y dejemos de ser el país bananero en el que nos hemos convertido. Durante mediadios de noviembre, yendo puerta a puerta preguntando a los vecinos el porqué de su voto, una chica que estaba decidida por elegir a Macri nos decía: “mi familia no salió beneficiada, nosotros trabajamos con filtro y nos estanco esto de las importaciones […] una amiga mía viajo a Japón por una beca y dice que allá todos nos ven re mal porque tenemos a un vicepresidente procesado”. El imaginario de ciudadano de mundo opera en cierto sentido, quedando la Argentina “mal” frente al resto, lo cual es una vergüenza para la identidad colectiva en donde algunas personas depositan sus representaciones.

 Ser ciudadano del mundo no es una manera errada de pensar (es más, si todos tuviéramos esta lógica estaríamos más cerca de identificarnos como humanidad que como meros países). Pero, ya no en términos semánticos sino en términos políticos, esto significa que todo aquel que no esté en sintonía con esta forma de pensamiento queda automáticamente relegado a ser un ciudadano de segunda categoría (hasta se podrían establecer círculos y escalones de ciudadanía desde esta perspectiva). Eso quiere decir que gran parte de los argentinos quedarían afuera: estibadores, mineros, empleadas domesticas, monotributistas, zafreros, manteros y todos los que no entran dentro de los estándares de la sociedad capitalista de consumo.

 Cambio de conciencia vs. Cambio de modelo

 En términos mediáticos publicitarios las estrategias de campaña son muy disímiles. En un principio, Daniel Scioli apela a un bagaje desarrollista basando gran parte de su discurso inicial en las conquistas del modelo. Mauricio Macri propone cambiar, pero girando el discurso y sosteniendo lo que se hizo bien. Actualmente la batalla política simbólica gravita más sobre el discurso del cambio.

 ¿Por qué? Porque la hegemonía (y por consiguiente legitimidad) que supo conseguir el kirchnerismo se fue desgastando con el paso de los años y actualmente se para desde un discurso más estatista y nacionalista, dejando de lado las organizaciones sociales y las clases medias incluidas desde la lógica de consumo. Esto es observado por las industrias culturales y los medios de comunicación, los cuales exacerban las figuras públicas de los mandatarios, logrando el odio y resentimiento de una gran mayoría de la población para con figuras públicas. Un claro ejemplo de ello es el apodo “la Yegua” en donde además de la dimensión política, se alza la xenofobia, machismo y el racismo de la población Argentina.

Esto elementos combinados con que una parte del electorado de menos de 30 años que no vivió la última dictadura y no recuerda bien los gobiernos de Menem, permite que sea pausible y verosímil elegir democráticamente a la derecha Argentina. La derecha que antes entrara a los golpes a la casa de gobierno, actualmente es democrática y compite en elecciones.

Por último el renacimiento de la dimensión política en términos simbólicos permite que actualmente las personas incorporen la política en su vida cotidiana, que cada cual adosa en mayor o menor medida: desde las redes sociales, los programas de chimentos, los mitines políticos y los actos públicos. Esta resurrección de la vida política invita a luchar y cada cual elige la causa que le parece más justa. El Pro creció al clamor del clima de época y a diferencia de tiempos anteriores, apuesta a una ciudadanía comprometida y activa para gobernar.

 En términos políticos militantes es un tiempo de efervescencia política, en donde grandes colectivos se desdibujan y empiezan a asomar otros. El cambio de conciencia es positivo pero desde un análisis estratégico pensado desde el campo popular la opción que brinda el PRO en términos políticos significa un salto al vacío: la preocupación no es ya el pueblo argentino, ni la inclusión ni los derechos humanos. Los colectivos son más acotados, la mirada es más internacional y los problemas financieros más urgentes.

 En la mitología griega las soluciones eran encarnadas por héroes quienes salvaban al mundo de los villanos. Actualmente, desde una visión política moderna comprometida con la realidad del otro, el colectivo es el héroe quien se ve asediado por los intereses individuales. Queda en nosotros encarnar el espíritu heroico y posicionarnos en el mundo a través de la acción política y salvarnos así de nuestros propios villanos modernos: el egoísmo, individualismo y materialismo imperante.

 Los cambios son necesarios  pero dentro de una lógica donde se garanticen umbrales de dignidad y ciudadanía para todos los sectores sociales de la argentina.. Si gran parte del electorado esta esperando un héroe que salve a la argentina, sepan que hay muchos villanos de capa esperando la oportunidad para asaltarnos de improvisto. Las decisiones políticas, los modelos, las luchas no solo se producen con la figura de un gobierno si no sintiendo cada injusticia como propia y luchando por ello.