A días de la oficialización de candidaturas sobran nombres y faltan candidatos. Hablamos de aquellos capaces de encender en los salteños la certeza de que con éste o aquel ciertas cosas son posibles. Faltan incluso divos políticos, esos que por simple extravagancia discursiva logran un séquito más o menos numeroso. (Daniel Avalos)

La conclusión que se impone entonces, es que el carisma político estará ausente en las elecciones para diputados nacionales que se avecina. Y ello por la sencilla razón de que todos los que ocuparan lugares expectables -Pablo Kosiner, José Vilariño, Javier David, Bernardo Biella, Juan Collado, Pamela Caletti, Miguel Nani, Julio Quintana (o al que le toque del Partido Obrero), Alfredo Olmedo o Edmundo Falú- carecen de esa cualidad carismática que basada en algún don o talento difícil de precisar con palabras, convierte a ciertas personas en algo fuera de lo común por poseer fuerzas no asequibles al conjunto.

Agudicemos la vista para seguir confirmándolo. Admitamos que nos lanzamos al ejercicio por simple e incorregible curiosidad que siempre nos desliza a dejar otras ocupaciones para saciar la obsesión de encontrar aquí y allá más ejemplos de lo mismo. Chifladura que no nos llevará a encontrar una fórmula que arranque a la provincia del letargo político en el que se encuentra, aunque sí confirmará que ese letargo atravesara a los comicios que se avecinan. Veamos. Entre los candidatos abundan quienes tienen la apariencia de ser la encarnación de los no pendencieros natos que como Kosiner, David, Vilariño, Falú, Biella o Calletti parecen hormonalmente inclinados a aprovechar al instante la oportunidad de no ser partícipes de escaramuzas importantes. Personas convencidas de que el guerrear no es lo suyo y que por ello mismo lo que más desean es marcharse a un rincón del mundo tranquilo, tan bien representado por ese congreso nacional en donde las grandes polémicas de la década hace rato que no recaen en salteños.

Si de esa lista excluimos a Miguel Nanni, ello obedece a que ha dado muestra de cierto espíritu guerrero, aunque reducido a disciplinar a la U.C.R. en donde siempre sus escasos y viejos dirigentes se muestran dispuestos a protagonizar encarnizadas luchas contra los correligionarios propios. Algo sólo semejante a lo que ocurre entre los revolucionarios de izquierda, aunque ahora lo que más caracteriza a la principal fuerza de ese signo en la provincia -el PO- sea la presencia de potenciales candidatos que respetan tanto a sus maestros que aparecen como incapaces de animarse a caminar solos, aunque siempre en nombre de la preponderancia del programa y la castidad del método. Hasta Alfredo Olmedo dejó de ser un personaje. Ya nada queda de esa figura que, irrumpiendo en el 2009, se valió de su enorme fortuna para montar grandes campañas de propaganda y técnicas de persuasión que lograron ubicarlo como un reaccionario capaz de aprovechar las pasiones negativas de una sociedad salteña cansada de viejos y nuevos problemas entre los que se incluye la propia crisis de representatividad de las fuerzas políticas tradicionales. Un Olmedo que a fuerza de repetirse una y otra vez, terminó protagonizando tres fracasos electorales (2011, 2013 y 2015) y entregado a una conducta que la psicología ha denominado “represión” y que es propia de aquellos que sufriendo experiencias amargas, reprimen los recuerdos de las mismas para así tratar de recuperar la tranquilidad y el equilibrio emocional perdido.

La vieja pregunta se impone ¿Por qué esos nombres que se han esforzado sin éxito para ser carismáticos monopolizarán los lugares expectables ungidos por sus propios aparatos electorales? Pregunta cuya respuesta requiere de un complejo análisis que aquí omitiremos para señalar ciertas generalidades Por ejemplo que las características de esos personajes se insertan en un tipo de política provincial que se despliega al margen de lo popular y el entusiasmo masivo; que ante ello el hábitat natural de esos dirigentes es el acuerdo palaciego en donde ciertos hombres fuertes pueden aspirar -o no- a candidaturas, aunque definitivamente luchan por controlar los mecanismos que dirimirán la identidad del candidato. Candidatos que, como ahora ocurre, carecen de carisma porque simplemente ha decidido hace mucho que para sobrevivir hay que respetar los cánones establecidos y esperar que la sumisión sea alguna vez recompensada por los capangas en serio.

Eso está ocurriendo con la lista de candidatos a diputados nacionales en la provincia. Y por ello mismo el resultado es esta especie de política desapasionada al cuadrado. Una que dará protagonismo durante un par de meses a personas que en la mayoría de los casos forman parte de un establishment político que otorga ventajas materiales que les garantizan un buen vivir, pero que no necesariamente los engrandece como actores políticos. Entre otras cosas porque a diferencia de lo que suele creerse, en los palacios también abundan quienes buscan presentarse como seres duros aunque en realidad son seres grises que se conforman con orbitar alrededor de otros astros. Estos sí con ambiciones de poseer luz propia aun cuando esa ambición no necesariamente esté asociada a la idea de bien común.