Por Romina Analía Gauna*
“Él me explicó que tenemos un amor necesario y conviene que vivamos algunos amores contingentes”
Lancelin,A. y Lemonnier, M.“Los filósofos y el amor
Sabemos que en filosofía, la contingencia es el modo de ser de lo que no es necesario ni
imposible, en general la contingencia se predica de los estados de cosas, de los hechos,
los eventos o las proposiciones y en nuestro caso, se predicará del amor. Todo lo que es
contingente es posible, pero no todo lo que es posible es contingente, pues aquello que
es necesario también es posible, pero no contingente.
La necesidad y la contingencia son pares filosóficos que Simón de Beauvoir y Jean- Paul
Sartre utilizaron para significar y hallar fundamento a sus prácticas “amorosas”. Aunque
suene un tanto contradictorio, atribuir necesidad al lo real y más aun considerar estas
ideas para referirnos a las emociones, estos filósofos encontraron la manera de hacer que
lo necesario irrumpa, a su modo, en el universo afectivo.
Por sus biografías, sabemos que la relación que Sartre y Simone mantuvieron, está
colmada de vaivenes, encuentros, desencuentros, mentiras y verdades, pero sobretodo,
está atravesada por silencios elocuentes que cobraron voz tras la muerte de ambos.
A menudo, la relación que consolidaron se tachó de promiscua e incluso de “inmoral”, sin
embargo en el contexto de una filosofía existencial y tratándose de dos filósofos
existencialistas, la realidad parece mostrar otra forma de interpretar lo dado. ¿Qué
inmortaliza a estos pensadores, además de su filosofía? ¿qué generan estos filósofos en
su relación amorosa que los transporta más allá de sus declaraciones?
Los amantes del café Fiore, eran mucho más que eso, una mezcla entre lo racional y lo
pasional, entre lo físico y lo mental, la animalización o cosificación de ese otro en medio
de la vorágine intempestiva de una relación carnal y relativamente corta, fuera de la cuál
afloraría la calma de las ideas y la tranquilidad de la compañía.
Sarte y Simone “hicieron” el amor a la manera existencial, me aventuro a decir,
asumiendo las ambigüedades del caso y parafraseando a estos pensadores: “el amor no
nace, se hace”.
Las prácticas amorosas desde las que concretaron su deseo de hacerse y nacer con el
otro, no solo fueron el blanco de las peores críticas, sino también de consideraciones
consecuentes de su filosofía.
Esta relación nace de la mano de la fascinación intelectual que provocó su primer
encuentro en el ámbito académico, “quedó muy claro que ninguno de los dos fue
decepcionado” (Cruz, M: 2013.p.129), más aun, en palabras de Simone, Sartre “estaba
muy contento de acapararme; a mí me parecía que todo el tiempo que no estaba con él
era tiempo perdido” (op. Cit.)
Sartre correspondía así, al deseo que Simone formuló cuando apenas tenía quince años:
“era el doble en el que reencontraba, llevadas a la incandescencia, todas mis manías.
Con él siempre podría compartirlo todo” (Beauvoir, S. 1989. P. 550) y Simone, sin duda
era para el filósofo existencialista la conjunción perfecta de “la inteligencia de un hombre y
la sensibilidad de una mujer (…) encontraba en ella todo lo que podía desear o necesitar”1
Efectivamente, ella lo compartió todo y colmó los deseos y necesidades que él manifestó
a su manera.
Esta compartida forma de ser y estar uno para el otro, Sartre se la expresa a Simone, en
la primera parte de lo que la posteridad llamó el pacto: “entre nosotros se trata de un amor
necesario” (Beauvoir, S. 1980. P.26), en tal sentido, siguiendo a Manuel Cruz, el carácter
de necesidad atribuido al amor pone en primer plano, la complicidad intelectual y la
cercanía filosófica. Sartre y Simone, forman una pareja unida por el pensamiento, no solo
en el sentido en que ambos se nutren filosofando, sino también, en el sentido en que
ambos se animan a pensarse, filosofando uno sobre el otro. Además, para admitir que la
relación entre ellos tenía aquel rasgo de “necesario”, Sartre completa el pacto añadiendo
la posibilidad de amores contingentes: “conviene que conozcamos también amores
contingentes” (Sartre, J.P: 1986: p. 198) Acuerdan de este modo una independencia de
baja intensidad que incluye en cierta forma, independencia económica, sentimental y
sexual. De modo que ambos convergían en la idea de que era en vano renunciar a toda
una gama de asombros, ausencias, nostalgias y placeres.
Aunque sabemos que las diferentes contingencias por las que atravesaron los filósofos
no fueron precisamente del todo placenteras ni mucho menos discretas o sinceras, lo
cierto es que mantuvieron aquel pacto en todo momento, cada quien tomó el acuerdo libre
a su manera: Muchas veces Simone pagó el precio de la mentira, el silencio y la
inestabilidad e incluso el bochorno con algunas de sus “libertades pactadas”.
El filósofo asumió el acuerdo desde otro lugar, a él nada de esto parecía generarle
demasiados conflictos, de hecho declaró que para sostener las relaciones contingentes
simplemente “mentía”. Manuel Cruz cita una entrevista que Sartre tiene con uno de sus
biógrafos y frente a la pregunta ¡cómo se las arregla frente a una situación tan dura?
Contesta “les miento, es más fácil y más decente ¿A todas? Si, a todas. ¿Incluso a
Castor? Sobre todo a Castor” .
La condición de contingentes de aquellos amores que vivieron paralelamente a su
necesaria relación, se manifiestó en Beauvoir con mayor grado de problematicidad y
reflexión que en Sartre.
Ahora bien, ¿qué pensaron o dijeron estos filósofos acerca del amor? Probablemente,
esperamos, como suele suceder, que seres humanos con vidas tan intensas y sinuosas
en materia amorosa, tengan mucho para decir o teorizar en torno a ello. Sin embargo,
algunos autores coinciden en que Simone habló mucho de sus amores y relativamente
poco del amor mismo y que Sartre, por el contrario, dijo casi nada o muy poco en ambos
sentidos.
Simone expresa su idea del amor en su obra más importante El segundo sexo en el que
luego de referirse a este en términos propiamente negativos para expresar las acciones
que se realizan en nombre del él, posicionando a la mujer en un lugar de inferioridad,
sojuzgamiento y en ocasiones, en situación de minoría de edad y exclusión; hacia el final
de esta obra, la filósofa aproxima las posibles vías de “liberación femenina de la opresión
masculina”; dando a entender que en ningún caso la liberación femenina pasa por negar
la relación con los hombres, ni mucho menos por una demonización de lo masculino:
“La reciprocidad de sus relaciones no suprimirá los espejismos que engendra la división
de los seres humanos en dos categorías diferentes: el deseo, la posesión, el amor (…) y
las palabras que nos conmueven como dar, conquistar, unirse mantendrán su sentido.
Cuando sea abolida la esclavitud de la mitad de la humanidad y todo el sistema de
hipocresía que implica, la sección de la humanidad revelará su auténtico significado y la
pareja humana encontrará su verdadera forma” (Beauvoir, S. 1962. P.544)
Es posible pensar que el punto central de la idea que Simone expresa respecto de una
relación amorosa, probablemente tenga que ver con la manera de vincularse el uno con el
otro, es decir que el vinculo pueda establecerse desde la autonomía y completitud de
cada uno, en vez de pensar la relación desde la falta, la desigualdad, el sometimiento y la
renuncia.
Encontramos en Sartre algunas referencias al tema del amor en sus escritos de juventud
como Bosquejo para una teoría de las emociones o Lo imaginario, La imaginación pero
sobre todo en El Ser y la Nada. En estos escritos Sartre entenderá a las emociones como
un modo de ser de la conciencia, un modo que se da, que emerge en determinadas
circunstancias: cuando el mundo nos opone más dificultad de la que podemos soportar
(Cruz, M. 2013. P. 142). Nos trasladamos así a un ámbito absolutamente mágico.
En El Ser y la Nada Sartre hace explícito el tema del amor, cuando trabaja sobre las
relaciones concretas con el otro, lo amoroso refiere específicamente a una modalidad de
las relaciones humanas que él considera, en cierta forma, como problemáticas y es desde
esa perspectiva que parecen importarle. La existencia de los demás aparecerá para
nosotros, en primera instancia; en términos de negación: la otra existencia es tal, en
cuanto no es la mía, esta negación es la estructura constitutiva del ser otro (Cruz, M.
2013, p. 143)
En este sistema desarrollado por Sartre, el otro es quien roba nuestro ser; al tenernos
bajo su mirada, al evaluarnos nos expropia y limita. Pero precisamente por eso el otro es
también el que nos define y nos hace ser, el que hace que haya un ser en nuestro ser
(Sartre: 1984. P.389) . Según la interpretación que hacen las autoras Lancelin y
Lemonnier en Los filósofos y el amor, el sentimiento amoroso es una clase de trampa muy
sutil, que supone al mismo tiempo la libertad del otro y su alienación. (Lancelin,A. y
Lemonnier, M.:2013. P. 249)
De lo tratado hasta aquí, podríamos preguntarnos ¿qué clase de amor les inspiró a Sartre
y Simone sus páginas más profundas? ¿el amor necesario o los amores contingentes?
Todos, supongo. La necesidad que plantearon desde el nacimiento de su relación se
volvería contingente con las intermitencias que abrían paso a los supuestos amores
contingentes que se volvían necesarios en cierta forma, generando las condiciones para
que aquel pacto continuara, aún con variantes y silencios no pactados.
Los escritos que ambos dejaron, nos permite asumir con cierta seguridad la intensidad de
lo que sintieron y nos abren la puerta a considerar la tristeza que genera la inevitable hora
de la despedida final.
En La fuerza de las cosas, Simone ya se había anticipado a ese momento cuando se
observa en el ocaso de la vida y dice: “trato de no pensar en el porvenir. Lo único que me
espera es la desdicha (…) es espantoso no estar ahí para consolar a alguien por la pena
que le causamos al abandonarlo; es espantoso que nos abandone y guarde silencio (…)”
(Beauvoir, S: 1982. P. 761)
Justo después de que la suerte estaba echada, habiendo pasado el momento infinitesimal
de la muerte, Simone se acostó donde yacía el cadáver de su amor, aun caliente y pasó
la última noche junto a él. Sartre muere el 15 de Abril de 1980. Un tiempo después,
Simone escribe La ceremonia del adiós y pronuncia las siguientes palabras: He aquí el
primero de mis libros- sin duda el único- que usted no habrá leído antes de ser impreso.
Le está enteramente consagrado, pero no le atañe. Cuando éramos jóvenes y al término
de una discusión apasionada, uno de los dos triunfaba con brillantez y le decía al otro: ‘le
tengo en la cajita’. Usted está ahora en la cajita; no saldrá de ella y no me reuniré con
usted: aunque me entierren a su lado, de sus cenizas a mis restos o habrá ningún
pasadizo…su muerte nos separa. La mía no nos reunirá. Así es: ya fue hermoso que
nuestras vidas pudieran estar de acuerdo durante tanto tiempo”
La necesidad y la contingencia atravesaron las vidas que eligieron vivir, con la
responsabilidad que implica a un existencialista elegir con libertad. Algunos criticaron que
el compromiso que su filosofía promovía era insostenible en sus vidas privadas… no lo
sabemos… solo estamos en condiciones de afirmar que fueron una autentica pareja
filosófica y en cierta forma su filosofía es producto de ese crecimiento mutuo en el que se
fundamentó con mayor o menor cumplimiento aquel viejo pacto desde el que no se
apartaron: el de un amor necesario y algunos amores contingentes.
*Profesora de Filosofía Universidad Nacional de Salta