José Ibarra se muestra como tipo buenazo pero carga una brava historia en Capital Federal: taxista que llegó a controlar la pesada parada de Aeroparque en los 80, se convirtió en empresario y es un sindicalista aliado a Hugo Moyano, quien impulsó su candidatura para diputado nacional por Sergio Massa en Salta. (Daniel Avalos)
Es poco y mal conocido en Salta. Lo primero porque partió a la Capital Federal hace 36 años escapando a la falta de oportunidades en la provincia; lo segundo porque desde que volvió en el 2013 para disputar una banca en el congreso nacional, su equipo de prensa se empeñó en mostrarlo como un tipo simplón, de esos cuya única ambición era la de volcar algo del mucho dinero amasado en Buenos Aires para ayudar a su Guachipas natal. Si la estrategia fue un recurso comunicacional para instalar una figura desconocida o una ingenuidad de quienes aseguran que poca gente debe ser tan amable como José Ibarra, es algo que no sabemos. Lo seguro es otra cosa: Ibarra es un hombre duro.
Tuvo que serlo para ocupar los lugares que hoy ocupa en un sindicalismo nacional que lidia y se codea con los poderes fácticos cuyos largos brazos atraviesan al propio sindicalismo, la política, el empresariado, los medios y las patotas. Ibarra es Secretario General de la Federación Nacional de Conductores de Taxis; miembro de la Mesa Directiva de la CGT que conduce Hugo Moyano; integrante de la Mesa Directiva de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte que fue pieza clave en las dos últimas huelgas generales contra el kirchnerismo al emplear un método perfectamente monitoreado por el moyanismo: llamar a una huelga aduciendo intereses sectoriales y a renglón seguido conseguir la adhesión de la CGT del propio Moyano, de la CGT Azul y Blanca de Luis Barrionuevo, también de la CTA Autónoma de Pablo Michelli y hasta de los partidos de izquierda que en nombre de la insurrección se pliegan entusiasmados a una huelga general que creen destinada al éxito porque el paro de transporte garantiza paralización efectiva.
Lo curioso del caso es que Ibarra accedió a todos esos cargos conduciendo el Sindicato de Conductores de Taxi de la Capital Federal que tiene menos agremiados que los colectiveros de la UTA, los ferroviarios La Fraternidad, los aviadores de Líneas Aéreas, o los conductores de camiones; y que en términos de usuarios a los que asiste y conectividad que garantiza resulta menos estratégico que el resto de los sindicatos mencionados.
La curiosidad se explica de manera distinta según los consultados. Para algunos es un premio a su sumisión al aparato de la CGT de Moyano que acostumbra recompensar a quienes, en nombre de la CGT, se tragan cualquier eslogan; para otros, el salteño es una pieza clave de ese aparato y el encargado de garantizar que la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte adopte la direccionalidad dictada por la mesa chica de un moyanismo que no prescinde, incluso, de la fama de hombre duro que Ibarra se forjó desde 1987, cuando debutó como chófer de taxis, hasta mayo de 2004, cuando llegó a la conducción del sindicato.
De Guachipas a Aeroparque
Las fechas consignadas provienen de un portal poco visitado y peor diagramado: taxifull.com.ar. El mismo publicó una entrevista al sindicalista salteño ilustrada por una foto que lo muestra sentado con el tronco erguido, su bigote espeso y los cuadros de Perón y Evita de fondo. Ya habían pasado muchos años de aquel 1979 cuando dejó la provincia y partió a la capital. Lo que ocurrió entre ese año y 1987 es un misterio, pero en ese año – según la entrevista- debutó como chofer de taxis y convertirse en delegado de la parada de Aeroparque para, finalmente, en el año 1992, retirarse de la actividad “en busca de un horizonte más amplio”. Lo que no dice Ibarra es lo que otros afirman sin tapujos: se fue de Salta escapando de la pobreza y convencido de que su destino era progresar. Y para que nadie se interponga entre él y su destino, desplegó un coraje a prueba de porteños celosos de que un morocho del interior se arrogue la representación de los civilizados bonaerenses. De nada sirve que el reportero pida precisiones del accionar de Ibarra en aquellos años. Solo obtendrá por respuesta otra pregunta. Una que devela la indignación del entrevistado por la ignorancia del entrevistador “¿Sabes lo que es controlar Aeroparque?”.
Aeroparque es el aeropuerto Jorge Newbery de Capital Federal. Uno de los puntos de mayor flujo de viajantes del país, paraíso de taxistas que cuentan con un mercado cautivo de pasajeros que además suelen recorrer largas distancias en taxi y por ello mismo escenario rigurosamente resguardado por los chóferes del lugar y que en los 90 dio lugar a la llamada “mafia aurinegra”: una aceitada organización de propietarios y peones de taxis que resguardaban para sí la exclusiva fila de vehículos que esperan pasajeros y que no dudaban en repeler a golpes a los conductores ajenos al paisaje. A inicios del siglo XXI, incluso, distintas causas judiciales que investigaban a los “aurinegros” aseguraban que los involucrados formaban una especie de cooperativa encargada de dar cobertura legal a quienes caían presos por aleccionar a los intrusos y que el largo brazo de la mafia aurinegra tenía contactos con la policía aeronáutica encargada de la seguridad del lugar. De esa parada fue delegado José Ibarra a fines de los 80 y principios de los 90 y no escasean testimonios que aseguran que el salteño extendió su control a sitios de características similares: Retiro y el Puerto.
“En el año 92 decido retirarme ya que consideré que tenía que hacer otras cosas más amplias en lo personal y en lo político”, declara Ibarra en aquella entrevista. Ni lo uno ni lo otro lo desvincularon del “universo tachero”. Lo primero porque fundó ALOTAX S.R.L., una agencia que en lo central supuso un acuerdo comercial con dueños de taxis quienes cedían la explotación del vehículo a cambio de un pago fijo y del compromiso empresarial de responsabilizarse de las faltas que los choferes pudieran provocar. Casi en paralelo inauguró FM Tax, pionera de los servicios de radio taxi y que en nombre de resguardar la seguridad de pasajeros y chóferes proveía taxis a domicilio a quienes lo solicitaban telefónicamente. A cambio del servicio, el dueño del vehículo pagaba un canon a la empresa. FM Tax, asegura el propio Ibarra, llegó a tener más de 600 vehículos y lo consolidó en dos sentidos: empresario exitoso en términos de ganancias y ampliación de su grado de representación al fundar y presidir la Asociación de Empresas de Radiotaxis de Buenos Aires (AERBA).
Las crisis siempre le sientan bien
La crisis de principios de siglo XXI, el arribo de Néstor Kirchner a la presidencia y la llegada de Macri al gobierno porteño sólo consolidaron su poder. Lo primero quedó registrado en la prensa de la época: las nuevas costumbres generadas por la inseguridad urbana produjeron que, en junio de 2001, 13.788 taxis con equipo de radio estuvieran adheridos a alguna de las 46 empresas reconocidas por el gobierno porteño, representando el 35% de los 38.600 vehículos legales que trabajan en esa ciudad (Página 12, 24/6/2001); paralelamente se iba legalizando la práctica en la cual los usuarios del servicio abonaban un costo extra equivalente a 5 fichas (La Nación, 23/6/2006) por el servicio. Lo segundo y lo tercero porque entre 2003 y 2013 la suba acumulada de las tarifas de taxis porteños sumó un 1.140% con el adicional nocturno incluido, provocando que un trayecto que en 2003 equivalía a 4,4 boletos de colectivo terminara costando 21 en 2013.
Fue ese el periodo donde Ibarra saltó de la representación empresarial a la sindical. Ocurrió cuando el actual Secretario General del Sindicato de Peones de Taxis, Horacio Viviani, era capanga del sector. Ibarra no se molestó en desplazarlo. Lo que simplemente hizo fue ocupar el sindicato que hoy conduce y que en ese entonces estaba venido a menos, aunque contaba con una llave de inestimable valor para quienes anhelan zambullirse en el mundo sindical: una personería gremial otorgada en 1961. Desde allí empezó a desplegar un tipo de trabajo nada novedoso para aquello que la izquierda suele denominar burocracia sindical: incremento de afiliados, gestiones y presiones en busca de subas de tarifas, acceso a predios propio, también a créditos blandos para que los taxistas cambien de vehículos, cursos de capacitación en inglés para mejorar el servicio entre los turistas, un innegable sesgo conciliador con los gobiernos sólo quebrantado cuando alguna medida amenazaba directamente el poder del sindicato y buenas relaciones con las patronales del sector de las que también Ibarra formaba parte como empresario.
Si algo le faltaba para cerrar su propio círculo virtuoso, era ser parte de la mesa chica de la CGT. La oportunidad no tardó en llegarle de la mano de una crisis de tipo política: la ruptura del moyanismo con el kirchnerismo que desencadenó la fractura de la CGT en julio de 2012. La Confederación General del Trabajo que quedó vinculada al kirchnerismo con el metalúrgico Antonio Calo a la cabeza, tenía entre sus miembros al taxista aliado de Moyano, Horacio Viviani, que al partir dejó un lugar vacante en la CGT Azopardo que fue ocupado casi de inmediato por José Ibarra, aun cuando sus relaciones con hombres y mujeres vinculados al kirchnerismo eran bien cordiales.
De Moyano a Massa
La pretensión de Ibarra por acceder a una banca en el Congreso de la nación, no es ajena al sindicalismo en su conjunto ni al moyanismo en particular. Para confirmarlo, conviene recordar que entre las circunstancias que provocaron la ruptura entre Moyano y el kirchnerismo hubo una clave: la negativa de la Casa Rosada a ceder ante la explícita presión del camionero para que el vicepresidente de la fórmula presidencial 2011 recayera en la CGT. Pretensiones políticas que no cesaron tras la ruptura con el kirchnerismo y la fractura de la CGT, aunque clausurado el camino K hacia ese objetivo, el moyanismo vio en el massismo la vía de satisfacción al deseo al menos por dos razones: toda lista de extracción justicialista anhela una pata sindical y el moyanismo además de serlo, es la pata dispuesta a aportar dinero y una estructura que en las PASO de agosto garantizará al massismo la fiscalización de las mesas en la provincia de Buenos Aires.
A cambio, ese moyanismo forma parte del aceitado aparato que en la soledad de los palacios elige quiénes serán los candidatos que la lista presentará a los ciudadanos. Hugo Moyano ya puso los suyos aun cuando suela mostrarse como un prescindente que sólo piensa en los trabajadores: Facundo Moyano, del sindicato de Peajes, encabeza la lista de diputados nacionales en la provincia de Buenos Aires aunque no integra formalmente ese espacio parlamentario; el hijo del camionero es secundado por Graciela Camaño, la esposa de Luis Barrionuevo que dirige la otra CGT, la Azul y Blanca devenida en aliada de Moyano en las huelgas generales del presente año.
Lógica que se repite en Salta con un José Ibarra que encabeza una lista de precandidato a diputados nacionales por el massismo en la que también se encuentra el camionero local, Jorge Guaymás, como candidato al Parlasur. La candidatura de uno y otro involucra a ese poder sindical. Un poder que pudo sortear las pretensiones de un Alfredo Olmedo que quería negociar su exclusiva candidatura por el massismo valiéndose de herramientas que los “ibarristas” delatan sin tapujos a cambio de anonimato: el apoyo al sojero de algunos operadores de Gustavo Sáenz como Matías Cánepa y el compromiso del frustrado candidato a vicegobernador salteño de acompañar con algunos millones de más a la campaña presidencial de Sergio Massa.
El poder de la corporación sindical y los errores propios de Sergio Massa abortaron la jugada. Lo primero porque ese sindicalismo puede tolerar las negociaciones paralelas pero no que las mismas perjudiquen a un miembro en instancias de este tipo; lo segundo porque la tendencia decreciente en la intención de votos del propio Massa se aceleró en febrero con sus spot “tajai” que le valieron la risa del propio Tinelli, la pifia en la elección del candidato a Jefe de Gobierno porteño que no llegó a hacer piso en ese distrito, y una fuga de intendentes que posibilitaron que el moyanismo sellara con la mesa chica del massismo la efectiva incorporación sindical a ese espacio en puestos expectables. En Salta, Ibarra fue el favorecido y su incorporación fue cerrada por el propio Facundo Moyano y el círculo íntimo de Sergio Massa de la que forma parte los padres de su esposa Malena: Sebastián Galmarini y Marcela Durrieu, un matrimonio que, formando parte de Montoneros en los 70, se hizo menemista fanático en los 90 al punto de haber formado parte de la mesa que impulsaba la re-reelección del riojano en 1998 y que luego se sumaran al duhaldismo bonaerense.
Y entonces llegamos a este presente del “tachero” Ibarra que suele presentarse de una manera que no es: gordito simpático, ocurrente y descontracturado. La realidad es otra: la de un hombre duro y poderoso que busca encabezar la lista definitiva del massismo para lo cual debe dejar en el camino al sojero Alfredo Olmedo. Lucha complicada que pretende sortear montando junto al camionero Jorge Guaymás un aparato provincial a partir de las estructuras sindicales a las que prometen consideración sindical y política a cambios de votos; operando un generalizado despliegue de recursos económicos con los que sí cuentan; pegarse al propio Sergio Massa al que creen mejor posicionado de lo que las encuestas dicen; montándose a un Gustavo Sáenz cuya figura atraviesa al cien por ciento de los votantes salteños capitalinos y al que asistieron económicamente en abril y mayo pasado; y esperando que su contrincante en las PASO, Alfredo Olmedo, siga con su racha de desastres electorales que se agudizaron a fuerza de repetirse una y otra vez desde que emergió en la política provincial en el 2009.