Cayetano Ruggieri vive en la Asociación del Fútbol Argentino. Tiene 77 años. Todo comenzó cuando murió su mujer y Julio Grondona le “dio las llaves” de la sede.

En la casa de Cayetano Ruggieri la normalidad es que las cámaras de televisión y los cronistas estén apostados buena parte del día en la puerta. Él no es tapa de revistas por algún inconveniente; tampoco su día a día obliga a una guardia periodística estricta para conocer sus movimientos. La confrontación entre estas dos realidades radica en dónde está ubicado su hogar: el histórico edificio de la AFA en la calle Viamonte, en Buenos Aires.

Ruggieri irrumpe por la imponente fachada de Viamonte 1366 y pasa inadvertido para los medios que esperan por una de las tantas primicias que allí se producen. Su casa es noticia, él no. Ostenta un elegante traje marrón en el que brilla un pin que perteneció a su amigo Julio Humberto Grondona y que heredó pocos días después de aquel 30 de julio del 2014, el día de su muerte. Su caminar hace recordar al afable abuelo de la película animada UP. Su historia nostálgica de amor también.

La sonrisa aparece en su rostro. Como buen anfitrión, abre la puerta del edificio de la AFA y nos invita a pasar a su casa. En el 8° piso está ese modesto departamento que hace tres años lo cobijó cuando la muerte inesperada de su esposa lo obligó a abandonar la parsimonia de Lago Puelo, una pequeña localidad en el noroeste de Chubut.

«No le pude pedir perdón», se lamenta con un rostro apenado que sólo se volverá a repetir cuando hable de ese tema. La culpa lo invade por haber esquivado, días antes de la muerte de Liliana, comer con ella por la furia que le había producido la eliminación de Boca (ante Newell’s en la Copa). «Boca es parte de mi vida, no es joda», se excusa por aquel exabrupto casero.

«Me estaba volviendo loco. Ya me hubiera muerto si me quedaba allá», explica el motivo que lo llevó a aceptar hacer de la AFA su hogar. Por entonces, Grondona se enteró de la tragedia y automáticamente lo llamó para reincorporar a quien fuera el Jefe de Medios de AFA entre el 2000 y 2008.

A la semana estaba dándole, por segunda vez, una mano al hombre que coqueteó con el poder toda su vida sin mancharse. «Mi viejo me crió bien», advierte como un legado imperante.

Quizás eso lo hizo uno de los pocos amigos del hombre que «tenía la botonera del mundo»: «Él estaba convencido que no lo iba a cagar nunca. Tenía pocas personas en las que confiaba».

La historia entre ellos había comenzado casi 30 años antes. «De una enemistad a una amistad», lo titula un hombre experto en el paño: dirigió policiales, internacionales y deportes del Diario Crónica en su época de esplendor. «Vendíamos 700 mil ejemplares. Si queríamos, podíamos vender enanos a la NBA», lo explica con claridad a sus 77 años. Hoy la mayor tirada de un diario papel apenas roza los 250 mil.

Fue en el año 1977. Cayetano lo evoca como si estuviese sucediendo. Un redactor había publicado un balance inexacto del Independiente que dirigía Grondona. Sonó el teléfono en la caótica redacción y del otro lado la voz que Ruggieri imitará –pegando la pera contra el pecho y sacando un sonido grave de su boca– en reiteradas ocasiones en esta charla de café.

«Una catarata, una ametralladora, media hora. Me dijo de todo». Este adicto al trabajo se comprometió a remendar el error y cumplió. La amistad se forjó y Grondona lo ayudó en el 2000, cuando Crónica le debía 7 meses. «Vení a la ferretería, solo, que te voy a solucionar tus problemas», le dijo antes de darle su primer trabajo en AFA.

Cayetano arranca su segundo café y le hace el trabajo fácil a Infobae: dispara una anécdota interesante detrás de otra. «Grondona me dijo que iba a ser su Antonio Sastre», cuenta con una sonrisa mientras la nota se interrumpe a cada instante por algún dirigente, vecino o conocido que aparece para saludarlo en uno de los tantos bares que rodean su casa.

Desde el día que se «levantó», en época de un incipiente hippismo, a la mujer más refinada, hasta los almuerzos habituales con Alberto J. Armando. Ruggieri es historia viva. Fue el «escriba» de Julio Grondona; o mejor dicho: Antonio Sastre. «¿Sabés quién era Sastre, pibe? ¡Jugaba en todos los puestos!», precisa el actual Intendente de la AFA.

Así y todo, deja en claro que el manto de sospechas que rodea la historia de AFA jamás lo rozó: «Nunca Grondona me pidió que haga nada, ni me insinuó. Conocía mis límites».

La nota está llegando a su final pero la duda que nos llevó hasta ahí todavía no se disipa. Cayetano cuenta que vivió bien, fue ordenado con las cuentas y no ganaba mal. Tuvo propiedades en sitios coquetos y una jubilación digna. ¿Qué lo lleva a vivir ocho pisos arriba de su escritorio si podría estar en un hogar más ameno?, es la incógnita que flota en el aire.

– Entonces, ¿por qué vive en la AFA?

«No me banco la soledad. Mis amigos, que son grandes, tienen su vida. Vivo en este submundo. A veces te hacen sentir importante».

Ruggieri vuelve a reír, evoca épocas doradas de Crónica y sus cruces con el histórico dueño del medio, Héctor Ricardo García, otro de los poderosos con los que aplicó su teoría: «A los jefes los tenés que respetar, pero no tenerles miedo». La simpleza de esa frase es la que lo llevó a ser el hombre de confianza de Grondona.

«El fútbol es un poder porque es un idioma universal. Si Grondona levantaba un teléfono para hablar con un ministro, en dos minutos solucionaba las cosas», relata cuando se le pide una referencia de la influencia del hombre que portó el mítico anillo con el lema Todo Pasa.

Los pocos metros entre el bar y la AFA no le impiden seguir con su libro de historias. Da su mirada sobre la economía de los 90 y cuenta detalles de su presencia en el Mundial de 1986. Argumenta que su pelea con César Menotti lo hizo tener «convicción» en la elección de Carlos Bilardo. Todo vuelve al principio: en el casamiento del Narigón fue que Grondona le ofreció por primera vez trabajo.

El hombre que vive en la AFA está en la puerta de su casa. El caos del tránsito habitual y las cámaras de televisión siguen siendo el paisaje. Al igual que Carl Fredricksen, el abuelo de la película UP, camina lento y firme. Ya lo decidió: en diciembre volverá a Lago Puelo para seguir el deseo que había moldeado con su mujer. Porque el anillo de Grondona estaba equivocado: no todo pasa.

Fuente: Infobae