Como el romerismo en el pasado, el urtubeicismo recurre también a la estrategia de deslegitimar un conflicto, el docente, atribuyéndolo a la mano oculta de la izquierda. Pablo Kosiner fue símbolo de la teoría conspirativa en el ayer, rol que ahora parece querer cumplir el ministro de Trabajo, Eduardo Costello. (Daniel Avalos)

El primero en su momento y el segundo hoy, vendrían a ser los que, en la militancia universitaria, se denominan los jetones: esos personajes que buscan ser la correa de transmisión entre las ideas de la cúpula del Poder y las masas a las que se pretende convencer de que, en este caso puntual, el paro es una maniobra política protagonizada por agentes extraños al propio sector docente cuyo objetivo inconfesable es el del rédito político. Convengamos… se trata de una práctica habitual del Poder. Tan habitual que produce situaciones que, a veces, parecen responder al plan de un curioso dios capaz de intercomunicar lenguas y mentes de funcionarios que, separados por el espacio y el tiempo, utilizan argumentos y tonos beligerantes tan asombrosamente homogéneos, que pareciera que, si uno dejase de hablar, bien podría el otro proseguir con la frase como si fuera él quien la hubiera empezado. Ejemplifiquemos. Dijo Kosiner en abril de 2007, ante el conflicto docente de ese año: “Sectores ajenos a la docencia o con aspiraciones políticas que buscan sacar rédito en la continuidad del conflicto” (Cuarto Poder, 7/4/07, pág. 16). Dice Costello en abril de 2011: “Lo que sucedió el día de la asamblea legislativa fue una clara maniobra política del Partido Obrero y de partidos de izquierda que buscaron, tanto adentro como afuera del recinto, generar situaciones para obtener rédito político”.

Antes de preguntarnos sobre el porqué de las similitudes del lenguaje, reparemos en un detalle no menor: la palabra política en boca de los jetones, tal como ha sido utilizada, se arropa de un significado negativo. Como algo semejante a un peligro del que hay que alejar a los docentes porque parece, que para ser un docente químicamente puro, no hay que tener roces con la política. Y uno no sabe bien de qué se trata. Puede que en los jetones del Poder exista la convicción de que la política es deseable sólo como ellos la practican; o que ellos se perciban como mártires dispuestos a nadar en lo que ellos consideran la mugre de la política, a fin de librar a la sociedad de tan insalubre tarea; o que solo reaccionen así ante manifestaciones que consideran una amenaza al rol que ellos ocupan y desde el cual, en épocas menos tumultuosas, piden a la población que se comprometan con la política a fin de resolver los problemas colectivos.

No menos curiosa resulta la concepción que parecen tener de una docencia conceptualizada como presa fácil de la manipulación de los zurdos. Parece, en definitiva, que los jetones del Poder son leninistas silvestres. De esos que pueden no haber leído a Lenin, pero que llegan por intuición y ciertos razonamientos elementales a algunas de las conclusiones a las que arribó el revolucionario ruso por medio de complicados razonamientos de tipo político: que los trabajadores por sí solos no pueden superar cierto grado de reclamo porque carecen de la conciencia para ir más allá. Razón por la cual, tal conciencia les es aportada por una vanguardia esclarecida que, organizada en un partido de revolucionarios, es la encargada de concientizar a los trabajadores no revolucionarios a cumplir un destino insurreccional. Precisemos dos puntos. Esa conclusión a la que llego Lenin es resistida por parte importante de una izquierda que, como la derecha, no es homogénea; pero conclusión a la que Lenin arribo como estrategia para concretar la revolución, mientras los jetones del Poder salteño la utilizan sólo para injuriar a una manifestación que tiene nada de leninista.

Un razonamiento así debería llevarnos a concluir lo siguiente: que los jetones del Poder sobredimensionan el rol de la izquierda y subestiman el de los trabajadores. Pero a la vez, una conclusión así significaría que estas líneas están sobrestimando a los mismos jetones del Poder. Y es que no hay en ellos razonamientos ideológicos ni doctrinarios. Hay en ellos sólo un razonamiento de política fáctica. Esa que los empuja a estar siempre dispuestos a defender el bando propio porque, defendiéndolo, sostienen los intereses que les interesa sostener: los propios. En este marco, a Kosiner le fue bien. Actitudes como las asumidas en aquellos días del romerismo le permitieron incrementar, por ejemplo, su propio Poder. Y al parecer, esa experiencia que el político fáctico identifica con claridad, empuja a nuevos funcionarios como Costello a querer seguir esos pasos: ser el jetón que, lleno de coraje, les recrimina a los docentes la indócil actitud y les advierte sobre las negativas consecuencias de la misma. Algunos aseguran que no es así. Que Costello proviene de un tipo de militancia atravesada por el deseo de incluir al pueblo en los procesos políticos de los que casi siempre ha estado excluido. Debemos admitir que no sabemos nada de ese pasado de Costello. Pero sí sabemos que aunque un análisis riguroso de los personajes de la política no debe prescindir de sus orígenes políticos y sociales, menos aún debe hacerlo de la resocialización política adulta de ese personaje.

Y eso sí podemos hacerlo hoy con relativa facilidad. En primer lugar, porque los medios han registrado las expresiones de Costello que han dado origen a estas líneas. Y en segundo lugar, porque existe Facebook. Sobre el tenor de sus declaraciones, digamos solamente que evidencian un tipo de razonamiento que explica por qué se puede considerar legítimo reprimir a unos manifestantes a los que se consideran contaminados por un virus maligno. Lo del Facebook, en cambio, porque una simple visita a la cuenta del ministro no nos deja la sensación de que Costello sea un descamisado del peronismo, sino más bien un simulacro tardío de los Golden Boy romeristas de los años 90: la pretensión de dandy que publica fotografías de manera tal que el retrato producido parezca el resultado de una pose casual; la ostentación de la moto de varias cilindradas tal como parecen gustarle al Gobernador que el ministro admira; la imagen del cuerpo duro y marcado por horas de gimnasios, etc.. En fin… la banalidad propia que surgió con la devastación cultural menemista de los 90, en donde el recién llegado se percibía como un conquistador que, no conforme con haber llegado, quiere que todos noten que ha llegado.

Eso, por supuesto, tiene un costo: subordinación absoluta y acrítica a un tipo de poder y rigor absoluto contra los que, con sus actos, parecen querer arrancarle legitimas concesiones a ese tipo poder. Costello lo está pagando, como Kosiner en otros tiempos, entregándose a la tarea de horadar la imagen del docente que lucha, disparándole difusas e injustas acusaciones. Es esa, justamente, la liturgia del Poder: un tipo de conducta que surge siempre cuando ese Poder se siente amenazado. En Salta está ocurriendo eso con el gobierno. Le estallan por todos lados una seguidilla de episodios conflictivos que no cambiarán en lo esencial el rumbo de lo existente, pero que sí dejan en evidencian que ante ellos, el gobierno se siente incapaz de resolverlos sin el uso de un tipo de violencia selectiva y de baja intensidad, la advertencia permanente de escarmiento y el agravio.

Foto: imagen de la cuenta de Facebook del Ministro Costello