Escondida entre la maraña de cifras y rubros que conforman el presupuesto provincial 2014, hay una que nos permite jactarnos de algo: las regalías petrolíferas aumentan desde que el 51% de YPF Repsol fueron expropiadas por el Estado nacional en abril de 2012. (Daniel Avalos)
No se trata de un crecimiento desmedido; esa cifra no supone que estemos cerca de la denominada soberanía energética; tampoco, que el municipio de General Mosconi, en el norte provincial, haya recuperado los 3.500 puestos de trabajo que perdió cuando YPF fue privatizada en los noventa; o que el norte provincial haya logrado revertir la sostenida baja en sus niveles de productividad petrolífera que padece desde hace dos décadas. ¿Por qué deberíamos entonces jactarnos? Una de las respuestas es la siguiente: entre los 83 millones de pesos que se preveía recaudar en 2012, cuando la producción era aún controlaba por Repsol, y los 105 que se recaudarán el próximo año, hay un camino que se ha empezado a andar y que confirma que la intervención del Estado en la economía, y la lucha por subordinar a los agentes económicos a los mandatos de la política… es estratégica en términos políticos. El Estado y la política, en definitiva, sí importan. E importan mucho más cuando de lo que se trata es de recursos estratégicos para el desarrollo de un país. Las críticas que muchos, por izquierda, le hicieron al gobierno nacional cuando expropió el 51% de Repsol, esas que se empantanan en la discusión de que el Estado no había llegado a esa medida por convicciones ideológicas sino porque se hallaba ahogado por la situación, son y fueron legítimas y comprensibles, pero las mismas no quitan el hecho crucial de que el resultado va en la dirección que el progresismo reivindica como propia: mayor intervención y regulación estatal.
Hay otro motivo para la jactancia. Cada vez es más la población se acerca a una certeza que durante muchos años sólo era compartida por el denominado zurdaje. La certeza de que los agentes económicos independizados de la política buscan y producen siempre lo mismo: saqueo fácil, pura rentabilidad, ganancia exorbitante, no reinversión de utilidades y su consecuencia lógica, que es la de no garantizar la producción que permita sostener la dinámica económica de conjunto. Para demostrarlo, recurramos a una tesis doctoral del año 2011. Se tituló “Movimientos sociales y disputas por el territorio y los recursos naturales: La Unión de Trabajadores Desocupados de Gral. Mosconi en Argentina y la Asamblea del Pueblo Guaraní de Tarija en Bolivia (1995-2010)”. Fue presentada a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA por Juan Wahren. Su objeto era historiar la evolución de los movimientos sociales en el norte salteño y sur boliviano, pero a la hora de describir el escenario en donde se desarrollaba el proceso, el autor dedicó uno de los capítulos (el 2) a explicar la evolución de la producción petrolera en el norte salteño recurriendo a fuentes oficiales de organismos nacionales. Registró así que, entre 1999 y 2007 (auge de Repsol), la industria petrolífera salteña experimentó una sostenida baja en sus niveles de productividad. “… en el año 1999 produjo 890.736,02 m3 de petróleo, mientras que en el año 2007 el total fue de 727.333,97 m3, en concordancia con la baja de productividad del resto del país, pues en el año 1999 el total del país fue de 45.586.625,71 y en el año 2007 fue de 37.301.645,39 m3 (…)” Además, seguía diciendo Wahren, la participación de la provincia de Salta en la extracción petrolífera fue decayendo con respecto a otras provincias; esto puede observarse, por ejemplo, en la participación de Salta en las regalías petroleras: del 2,25% del total de las regalías del país en 1999, cayó a una participación 1% del total en el año 2007.
El leve incremento que las regalías experimentan desde el año pasado, sigamos con la jactancia, confirma que la expropiación de YPF es la condición de posibilidad para que el proceso se revierta. Conviene aquí ser cuidadosos con las palabras. Porque al decir “condición de posibilidad” estamos diciendo que la gloria, pero también el abismo, son probables y que entre esos extremos hay miles de otras probabilidades, aunque con YPF controlada por empresas privadas todas esas probabilidades se reducían a una: el abismo. He allí otro tipo de jactancia. Los países latinoamericanos, los demonizados populismos, no son las bestias que los civilizados agentes del mercado dicen que son cuando los estados soberanos deciden expropiar contrariando las lógicas del tótem mercado. Dios mercado cuyos mandamientos son elaborados por una casta tecnócrata – sacerdotal neoliberal que, como lo hacen los fanáticos religiosos, eligieron construir un demonio a combatir: el demonio de los populismos latinoamericanos, al que caracterizan como un fenómeno dañino que produce en los bestiales sudacas anemia programática, falta de racionalidad y ausencia de calidad institucional.
Por eso la expropiación de YPF en abril de 2012 nos convirtió en decididamente herejes y bestiales. Alcanzaba con leer los diarios de aquellos días. Éramos irracionales, decía el presidente de Repsol Antonio Brufau, que calificó a la expropiación como una “barbaridad” (www.economia.elpais.com). El canciller español, José María Margallo, prefería enfatizar nuestro congénito infantilismo intelectual, es decir en nuestra congénita estupidez. Por ello, usó una metáfora: Argentina se ha “pegado un tiro en el pie” (www.economia.elpais.com). El razonamiento de Margallo inspiró a editorialistas yankees, que en el Financial Times titularon: “La herida autoinfligida. La toma de posesión de YPF es estúpida” (www.clarin.com). Y como lo estúpido es digno de vigilancia, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, declaró que había “que vigilarnos”. Temía que, bajo presión, países como los nuestros aboguen “por políticas más nacionales, más autárquicas, que responderán con más nacionalismo, más proteccionismo” (ídem). La realidad era bien otra. Más precisamente, la siguiente: las civilizadas ventajas que el mercado promociona como propias, el progreso que los agentes económicos dicen encarnar y las riquezas que ellos prometen producir para luego derramar… son un mito. Uno que, como todos, insiste en presentar como real un relato, aun cuando no cuenten con elementos para demostrarlo. La contrapartida de ese mito es la realidad: la del neoliberalismo como pesadilla económica y social encarnada en la historia.