Pasó la Audiencia Pública que la ley exige para readecuar la tarifa del transporte público. De las muchas teatralidades que caracterizan al gobierno, estas son las que ofusquen más aunque no se avizore alternativa superadora al sainete en cuestión.  (D.A.)

Ofuscan porque los funcionarios las convocan simulando interés por la voz de los representantes de la sociedad y porque representan un simulacro de participación para definir readecuaciones tarifarias, aunque siempre esas readecuaciones estén resueltas de antemano. Es más, esos funcionarios nos recuerdan cada vez que pueden que ese interés está contemplado por la ley. Hablan de la 6.835. La misma que otorgándoles existencia a este tipo de audiencias las justificaba asegurando que las mismas son el espacio donde las opiniones de todos perfeccionan una norma e incluso pueden interrumpir la prescripción de la misma cuya potestad corresponde a los entes reguladores de servicios públicos.

Justamente a eso, un filósofo francés, Jean Baudrillard, denominaba “híper simulación”: a ese ejercicio realizado en nombre de algo supuestamente noble pero que carece de cualquier atisbo de convicción. De allí que ese despliegue teatral siempre carezca de un público que consciente de la mecánica evita participar del sainete. Es lo que ocurrió hoy: la participación estuvo reducida a sólo trece inscriptos y hasta los partidos de izquierda evitaron ejecutar algún despliegue cómo sí lo hicieron antes.

Esas ausencias pueden interpretarse al menos de dos formas. Una de impronta conservadora que está segura que esa no participación es producto de la desidia ciudadana que no quiere que ninguna responsabilidad pública perturbe la normalidad de sus días. Menos aún días antes de un Año Nuevo que requiere de tantas salidas al centro para buscar el alimento y la parafernalia de la cena festiva.

La interpretación opuesta cree ver en esa no participación la confirmación de que la ciudadanía es dueña de una sabiduría popular, una acostumbrada a captar lo simple pero esencial de las cosas y que ha concluido lo obvio: que esos espacios son un simulacro de participación  real para los de abajo en virtud de su carácter no vinculante.

Hay algo más aún: esa sabiduría popular identifica también a esa situación como un estado de cosas que evidencia no sólo la victoria de los poderosos sobre los no poderosos; sino que estos últimos consideran también que al menos por ahora ese estado de situación es difícil de modificar. La sabiduría popular es así. Nunca aconseja a sus practicantes el voluntarismo extremo porque descree en las derrotas heroicas; ella exige más bien victorias parciales, esas que siempre requieren de la seguridad de que efectivamente la lucha que se quiera dar tenga posibilidades reales de éxito.

De allí el divorció entre los practicantes de la sabiduría popular y las fuerzas políticas que aseguran haber atado su destino al destino de los trabajadores que, sin embargo, suelen manifestar empacho de principios revolucionarios y anemia de resultados concretos que los favorezca.

Por ello mismo esa híper simulación que los funcionarios despliegan a la hora de convocar a audiencias nunca lograran el objetivo de agradar a quienes pagaran nuevas tarifas; aunque esos mismos funcionarios saben bien que mientras la orfandad política de los de abajo se mantenga, siempre podrán aspirar a que la teatralidad se mantenga.