Se cumplen 25 años de la detención de Walter Bulacio afuera de un recital de los Redondos. Fue el 19 de abril de 1991. Tras su muerte, ocurrida una semana después, se convirtió en un ícono de la lucha contra la brutalidad policial y la violencia institucional.
A los 17 años, Walter Bulacio tenía dos pasiones: San Lorenzo y Los Redonditos de Ricota. Hoy, hace 25 años, una privación ilegítima de su libertad, la violencia institucional que lo encerró en una comisaría y las lesiones físicas que allí sufrió le impidieron el sueño de escuchar, por primera vez en vivo, la voz del Indio Solari y la guitarra de Skay Beilinson, los ídolos que lo habían convocado ese viernes 19 de abril de 1991 al estadio Obras Sanitarias. Se vino en micro, con otros chicos amigos, desde Aldo Bonzi, su barrio en el partido de La Matanza. Llegó a Obras a las nueve menos diez; en el bolsillo llevaba la plata que le había dado su abuela, María Ramona Armas, para comprar la entrada. El sueño se transformó en pesadilla porque a las 21.15, por orden del entonces comisario Miguel Angel Espósito, lo subieron en un colectivo de la línea 151 y lo llevaron detenido por “averiguación de antecedentes” a la seccional 53ª de la Policía Federal, junto con otros 72 jóvenes, diez de ellos menores de edad, igual que Walter.
En la mañana de ese 19 de abril de 1991, los matutinos daban cuenta en su portada de la intervención federal en la provincia de Catamarca que significó la caída del gobernador Ramón Saadi, luego de varios meses de protesta social por el crimen de una adolescente que también tenía 17 años, María Soledad Morales, asesinada el 8 de septiembre de 1990. Mañana a las 12, en la Legislatura Porteña, 60 organizaciones sociales, gremiales y políticas, anunciarán el lanzamiento de la Campaña Nacional contra las Detenciones Arbitrarias, a 25 años del Caso Bulacio, confirmó a Página/12 María del Carmen Verdú, abogada de Correpi y de la familia Bulacio.
El viernes, para recordar a Walter, se hará una marcha, a partir de las 17.30, desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo. La manifestación será encabezada por Tamara Bulacio, quien con su abuela, María Ramona Arias, ya fallecida, fueron bandera de la lucha por reclamar justicia para Walter.
El chico Bulacio vivía en Aldo Bonzi con sus padres, Graciela y Víctor, y con su hermana Lorena. Tamara todavía no había nacido, pero desde los 8 años asistió a cientos de marchas y escraches.
La abuela Mary, que falleció el 4 de octubre de 2014, fue la última en verlo a Walter, antes de que subiera al micro que lo llevó a Obras. El joven les había avisado a sus padres que no lo esperaran a dormir esa noche porque, una vez finalizado el recital, se iba a quedar en la Capital Federal porque a las 5.30 del sábado 20 tenía que “fichar” en su lugar de trabajo, en el Club Municipal de Golf, hoy Campo de Golf de la Ciudad, en el barrio de Palermo. Por eso, su familia recién lo empezó a buscar en la tarde del sábado. Walter era caddie y si bien cobraba un sueldo básico, lo importante era llegar bien temprano, para que los golfistas lo eligieran y recibir las propinas, más jugosas que su salario.
El chico de 17 años trabajaba por las mañanas y a la tarde estudiaba en el Colegio Nacional Bernardino Rivadavia, en San Juan al 1500, en la Capital Federal. Estaba cursando el quinto año, con buenas calificaciones. Nunca se había llegado ninguna materia. Walter era un soñador al que le gustaba escribir poesías. Verdú todavía conserva algunas que le hizo llegar Víctor Bulacio. Un profesor de Literatura aseguró que Walter tenía “una buena redacción y le gustaba mucho escribir”. Su abuela Mary era la que controlaba que no faltara a clase y que cumpliera las tareas.
María Ramona Armas, la abuela, cumplía un rol de madre. Los padres de Walter lo habían tenido cuando eran adolescentes, a los 17 años. Mary se encontraba con su nieto, de lunes a viernes, para almorzar juntos cerca del Nacional Rivadavia. Era posible porque ella trabajaba en un geriátrico ubicado en San Juan y Salta. Ella tomaba un descanso al mediodía, se encontraba con Walter cuando él salía del trabajo, almorzaban, Mary volvía a su trabajo, el joven al colegio, y después emprendían el regreso, siempre juntos, a Bonzi.
La noche del viernes 19 de abril de 1991, Walter Bulacio formó parte de la primera tanda de detenidos que partió hacia la comisaría 53ª. Sin embargo, como se demostró en el juicio oral contra el comisario Espósito, que se hizo 22 años después de la muerte de Walter, el chico fue uno de los últimos en ser registrados en las actas policiales. “Los policías aclararon que los menores eran los últimos en ser anotados porque había ‘más papeleo’, según dijeron”, recordó Verdú.
La causa Bulacio pasó por decenas de jueces, entre juzgados de instrucción, cámaras de apelaciones y Corte Suprema de Justicia. El caso fue cerrado por la Justicia local, por prescripción de la acción penal, y fue reabierto, en diciembre de 2004, por un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El juicio oral se hizo a fines de 2013. El comisario Espósito sólo fue juzgado por el delito de “privación ilegal de la libertad” y nadie pagó por la muerte de Walter, que agonizó una semana por los golpes y lesiones sufridos en prisión.
El comisario Espósito, que siguió el juicio desde su casa, por video conferencia, recibió una pena de tres años de cárcel “en suspenso”, sin cumplimiento efectivo. La querella, que trató, sin éxito, de acusarlo por el homicidio, pidió seis años y no tenía argumentos jurídicamente atendibles para presentar el recurso de Casación. La defensa de Espósito aceptó una condena leve y el fallo quedó firme. El 9 de noviembre de 2013, al informar sobre la sentencia, Página/12 usó como título de tapa las palabras de la querella sobre el juicio: “Tarde y mal”.
Fuente: Página 12