Por Alejandro Saravia
¿Por qué son aceptadas las leyes en su rol de reguladoras de la convivencia social? La respuesta es sencilla: porque tienen aplicabilidad general, es decir, para todos por igual. Sin excepciones.
En la Inglaterra absolutista existía un lema, un apotegma, que decía que el rey no se podía equivocar o bien que no podía hacer nada malo: The King can do no wrong. Es decir, era infalible y, a la vez, a él no se le aplicaban las leyes puesto que las mismas eran producto de su propia voluntad. Recién después aparecen los nobles ingleses para limitar ese poder omnímodo, esa es la Carta Magna, que tuvo su génesis, en verdad, por razones tributarias. La cuestión es que las sociedades modernas son posibles en virtud de aquel principio de que las leyes son aplicables a todos por igual.
Esta es una de las razones, la más básica si se quiere, que justificaría la actitud de Martín Lousteau al declarar, en días pasados, que no se debería temer a las PASO, es decir, a las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, para dirimir la candidatura presidencial de Cambiemos. Si son obligatorias para todos, se deben aplicar a todos. Sencillo.
Si no les gusta se las debió derogar, como lo postula desde hace ya tiempo Jorge Macri, primo presidencial e intendente de Vicente López, provincia de Buenos Aires. Con el cual también estoy de acuerdo, en definitiva, por las posibles interferencias e intromisiones de los militantes de un partido en la interna de otro. Pero, si la ley rige lo hace para todos.
La otra razón es que, en realidad, Cambiemos es una alianza electoral no una alianza de gobierno, ya que no se percibe, ni mucho menos, la existencia de mecanismos institucionalizados tendientes a recabar la opinión de los integrantes de esa alianza respecto a medidas que deban adoptarse en la gestión gubernamental. Si hubiesen tales mecanismos de consulta previa quiero creer que no habrían habido tantos errores ni tantas torpezas. Porque, con una mano en el corazón: no todo se hizo bien, ¿verdad? En realidad la vigencia electoral de Macri deviene del terror que se tiene al regreso de Cristina, regreso que sería la antesala del infierno. Eso, la pervivencia de esa tensión, es una jugada duranbarbista de una irresponsabilidad superlativa.
Una de las cosas que más molesta, por lo menos a mí, son los cortesanos que sobreactúan indignación ante lo que ellos llaman “una provocación a Mauricio” cuando se afirma la conveniencia de una interna. Conveniencia que desde ya comparto. Pregunto yo: ¿la precandidatura presidencial entró al patrimonio de Macri? ¿Es un bien suyo? Hay que cuidarse de los que son más papistas que el papa. Son los que distorsionan los ecos de la calle frente a medidas que son duras y que no son bien explicadas.
Otros cortesanos insisten en que lo cuestionable es la circunstancia elegida para mencionar la interna: el viaje al lejano con escala en el medio oriente. Era inevitable, puesto que de no hacerlo en esa oportunidad Lousteau quedaría como un cortesano más. Como un mero veleidoso que al primer amague cabrestea mansamente. O al menos al cual se lo contenta con un viajecito integrando la comitiva presidencial. Su actitud tiene un algo de rebeldía que viene bien, sobre todo ante tantos otros cortesanos como dije, y sobre todo en circunstancias que exigen la aparición de alternativas diversas. No todo se hizo bien. Y está bien que se lo señale y personas que se postulen porque piensan que pueden hacerlo mejor. Caso contrario la sociedad puede pensar: ¿esto es todo lo que ofrecen? Así, el abanico se abre.
En esto, y en otras cosas más, hay que desdramatizar. Cambiemos debe mostrar que tiene banco de sobra y que nadie es indispensable. Las instituciones agradecidas. ¿Por qué agradecidas? Porque es necesario que nosotros los argentinos dejemos de creer en hombres providenciales en quienes depositamos nuestros destinos.
La crítica es una guía. Una especie de GPS social. Sólo los muy obtusos se pelean y le discuten a la gallega que les indica la imperiosa necesidad de ir recalculando…