El impuesto a las riquezas, que ni siquiera salió del pesebre parlamentario, pegó sus coletazos por Salta y diversificó reacciones entre silbar hacia un costado y poner el grito en el cielo. Del primer bando, el banquero Jorge Brito optó por preservar algo del misterio que le gusta cultivar desde su residencia en el departamento de Anta, a diferencia de Juan Carlos Romero, quien puso el grito en el cielo y equiparó este impuesto extraordinario a un “ataque”.
Pero el que estuvo veloz, como de costumbre, es el radical de centroizquierda Leopoldo Moreau. El diputado nacional por Unidad Ciudadana explicó su estupefacción porque “dos senadores opositores, Juan Carlos Romero y Carlos Reutemann, probablemente ni siquiera recuerdes que seguían siendo senadores, hoy salieron con los botines de punta contra el impuesto a la riqueza”. Y finalmente, se preguntó el legislador: ¿”Que los habrá motivado para aparecer después de tanto tiempo”?
La referencia de Moreau se dirigió a una frase remanida, la cual no quiere decir absolutamente nada: la grieta. El salteño Romero y el santafesino Reutemann emitieron quejumbre porque, según ellos, “quieren forzar una sesión por teleconferencia”, y al igual que el ex jugador Pedro Monzón de la era bilardiana patearon la pelota afuera del estadio, al recomendar que el oficialismo debe estar “en todos los temas que preocupan a la sociedad y no sólo en iniciativas que acrecientan la grieta”.
Un país ejemplo del capitalismo que ambos admiran hasta babear, Alemania, es una de las naciones que desde la década de los 90 cobra a los ciudadanos de nivel de ingresos medios altos y altos como tributo a la unificación de las dos germanias. Y ni qué hablar de los aportes compulsivos que en la postguerra de 1945 exigió a los grandes industriales teutones para salir de la crisis. O la banca Rothschild, que a fines de 1918 asumió el rol de efectuar grandes contribuciones para cubrir deudas de guerra a favor de Francia.