Las consultoras que miden la intención de voto manifestada por los ciudadanos argentinos en general y salteños en particular, dan cuenta de una coincidencia llamativa. En todas, el porcentaje de los llamados “indecisos”, que cargan los números en la columna de “n/s –n/c”, son por ahora los más altos. (Daniel Salmoral)

Si bien es cierto faltan 8 meses para la elección general provincial y 12 para la general nacional, los porcentajes superiores al 55% entre los que dicen que “no saben o no contestan” a quien votarían el año venidero, están exhibiendo que, mayoritariamente, hay indiferencia pero por sobre todo bronca entre los electores que no están ligados, de manera directa o indirecta, con la actividad política y sus protagonistas.

De hecho, este será el mayor escollo que deberán sortear todos los candidatos, sean del partido que sean, ya que si se profundiza la consulta a los votantes, muchos y en cifras que se podrían considerar alarmantes, dirán que en realidad les importa poco y nada quien gane los comicios tanto a nivel nacional como provincial porque más allá de los nombres de los ganadores, están persuadidos que su vida seguirá siendo igual o peor que ahora; que se tendrán que seguir enfrentando a los mismos problemas de todos los días; que están convencidos que quienes ganen seguirán robando igual o más que los que están en funciones en este tiempo; que luego de la campaña electoral ninguno volverá a visitar sus barrios y villas hasta dentro de dos años cuando otra vez necesiten sus votos; que todos los que desembarquen para ocupar cargos ejecutivos y legislativos se la pasarán nombrando parientes, amigos, amantes y chupamedias en los cargos de “AP” (Agrupamiento Político), y que en definitiva, al otro día del comicio, ellos volverán a ser solamente un número, una estadística y punto.

Tal grado de desinterés hacia la esencia del sistema democrático que es la chance de elegir libremente quienes serán los que irán a defender los derechos de todos en los despachos ejecutivos o en los escaños legislativos, no se instaló en el corazón de la sociedad por un albur sino que esta realidad, preocupante por cierto, es la consecuencia de años de estafa a los ciudadanos, los votantes, por parte de varios de los “dirigentes” políticos.

Obviamente que no son la totalidad de ellos quienes se han encargado de esmerilar la credibilidad en el sistema, pero para el ciudadano de a pie le resulta cada vez más difícil diferenciarlos, por lo que a estas alturas les cae irritante, intolerable e indignante, ver que elección tras elección son los mismos rostros, los mismos nombres y las mismas mañas las que aparecen en las marquesinas políticas.

Como para profundizar aún más este estado de bronca e indolencia entre los votantes, hace ya algunos años que, en los ámbitos parlamentarios tanto nacionales como provinciales y municipales, se convirtió en una especie de “moda”, repudiable por cierto, que en sus bancas asienten sus posaderas personajes carentes de mérito para hacerlo y que sin embargo logran llegar simplemente porque son, “hermano de, hija de, testaferro de, amigo/a de, amante de, sobrino de, chupamedia de, o lo que sea de”, bastardeando de esta manera lo que, se supone, debe ser una carrera de honores para terminar recién en algún despacho ejecutivo o recinto legislativo.

El caso de la senadora nacional por nuestra provincia, Cristina Fiore, viene bien para graficar esta situación a raíz de los enormes vericuetos y las traiciones que debió realizar a lo largo de su corta vida política para llegar a donde hoy está.

Su actitud irrespetuosa hacia los miles de torturados, violados, asesinados, robados y desaparecidos que lo dieron todo para que décadas después alguien como ella, carente de todo escrúpulo llegara a transitar por los históricos pasillos del Honorable Senado de la Nación, sirve para ahorrar palabras a la hora de ejemplificar porque nació y está creciendo esta bronca citadina.

Estos hechos, sumados a la angustiante situación que viven millones de argentinos sumidos en la pobreza, la indigencia, la ignorancia, la inseguridad y las drogas, entre otros males, componen la “tormenta perfecta” para generar tamaño rechazo ante el proceso electoral que se avecina.

Algún político podrá hacerse el desentendido y decir yo no provoqué esto. Seguramente que sí, pero serán los menos.

La mayoría, a conciencia o no, “trabajó” a destajo para “chocar la calesita” de la Democracia con la que, nos aseguraban, sería posible comer, curarse y educarse entre otros preciados valores

Frente a la elección que viene para el 2015, por la salud del sistema y aunque más no sea en defensa propia, toda la clase política debería tomar nota de esta realidad y comenzar a dar los pasos necesarios para que, aunque sea de a poco, la cosa se revierta.

De no hacerlo, le dejarán abiertas las puertas del averno para que, los diablos que siempre atentaron contra el sistema democrático y que nunca se durmieron del todo, despierten y ante tanta desesperanza e incredulidad, vuelvan a hacer de las suyas.

Un apasionado de la historia recordaba y advertía a la vez que en la Alemania post Primera Guerra Mundial y ante tanta desesperanza, descreimiento y rechazo del pueblo alemán hacia los políticos “profesionales”, un día apareció un “iluminado”.

Por obvias razones, decía, sería bueno que nuestra dirigencia política toda se entere, si aún no lo sabe, a quién se está haciendo referencia y como terminó la historia alemana.