» Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, 

las historias de cacería seguirán glorificando al cazador «

( Eduardo Galeano) 

A propósito de algunas declaraciones  erráticas -dolidas- acerca de la figura del «pasquín» con un tenor  despectivo y asociándolo a una postura falaz y difamatoria, nos vemos obligados a elevar algunas consideraciones docentes.

La figura y el uso del “pasquín» en la América profunda, difiere sustancialmente de la versión europea de su origen. Aún cuando su acepción más conocida por algunas élites es la romana, urge diferenciarse simplemente porque la dicotomía entre las Américas y la Europa, también constituye una posición ideológica determinante.

La médula de la acepción pasquinera por la que abogamos, se remite a la tierra de Indias. En particular, a la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas, entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, que fue el escenario de las rebeliones que anteceden a la guerra de la Independencia. Constituyen, una rica veta de información sobre diferentes aspectos de la vida cotidiana de los pueblos donde aparecieron, y de los cambios que fueron generando a partir de la divulgación de sus textos, mucho antes de la aparición del género noticioso tal cuál lo conocemos en la actualidad. La aparición y circulación de pasquines en Charcas revelaba el estado latente de descontento y rebeldía, y se mantuvo de manera sostenida a través de los siglos coloniales. Si bien los pasquines no eran confeccionados por los propios originarios por cuestiones de idioma y escritura, lo escribían criollos y nativos,  enalteciendo un espíritu  mancomunado contra la opresión y a favor de la libertad en el más amplio de sus sentidos.

Preocupados del “qué dirán” colonial y los efectos de los papeles pintorescos que circulaban y contagiaban sus mensajes, las autoridades procuraron afanosamente hacer desaparecer todos los pasquines encontrados o sus copias, tarea nada sencilla, pues los hábiles autores los fijaban en las horas de mayor oscuridad. Así, las ciudades amanecían empapeladas en diferentes lugares de la América colonial, sobre todo en puertas de cabildos e iglesias, y durante fiestas o alborotos populares donde irremediablemente eran leídos.

La imposibilidad de cercenar su aparición y circulación, sumado al frustrante resultado de indagar en su autoría, derivó en una forma de sentar autoridad contra estos sustanciosos escritos a través del contra-pasquinismo: una respuesta a la queja, por medio del mismo soporte, con un texto emanado desde la persona injuriada o sus allegados.

Las leyes reales decidieron en vano, prohibir su reproducción en  América, y una serie de disposiciones sancionatorias de la Corona Real al respecto, quedaron en letra muerta, rendidas ante el espíritu del “pasquín” como un colectivo, una verdad ineludible, un nosotros con algo para decir, y que conlleva un proyecto de cambio o una modificación de lo que molesta. 

Así fue como afloraron piezas satíricas, político-literarias, en prosa o verso, de alto contenido y nivel escriturario que tenían en común el deseo de hacer públicas insatisfacciones coyunturales, hilvanadas en estrategias de composición con distintos dibujos, tipos, tamaños y colores de letras que conforman el texto, haciendo gala de ideas precisas. 

El escrito, bajo esta forma, era fácilmente leído, aprehendido, memorizado, copiado y repetido por la mayor cantidad de personas, al tiempo que se garantizaba su circulación. En este sentido, el “pasquín” constituyó una forma de comunicación tan escritural como visual, provocando su sola presencia en el escenario, cierto desorden. 

Sus apariciones, eran causa de gran inquietud en las ciudades donde surgían, motivando reacciones que iban desde la sorpresa, hasta el escándalo.

La composición de textos para los pasquines constituyó todo un oficio, y sus artífices ejercían la labor en notarías públicas, de modo tal que estaban enterados de una serie de detalles ocultos. De allí, que entre simulación y disimulo, se realizaban las composiciones sigilosamente, y a falta de la imprenta de la que gozaba Europa, llegó a constituirse en una institución social, como en otras partes lo era la prensa.

La gente con ideas atascadas, comenzó a encargar líbelos a pedido, aunque dadas las prohibiciones y juicios seguidos contra los posibles autores, era un riesgo componer y exponer estos textos, aunque también podía ser un peligro el sólo hecho de verlos, escucharlos y divulgarlos.

Salvando las distancias coyunturales e históricas, el “pasquín” no ha alterado su espíritu a lo largo de los siglos, y en sus casi tres décadas de existencia en Salta, sus páginas siguen configurando la forma de hacer público algo que todos piensan o saben, y que no figura en el diario o la prensa en general. Ese rumor que recorre la ciudad sobre algo o alguien, es la materia prima para que, de forma osada y por qué no valerosa, salga reflejada cada sábado para disfrute de los lectores a quienes les pertenece, única y exclusivamente,  nuestra lealtad.

El “pasquín” sufre de represalias, la rabia que producen las verdades, y las maldiciones de algunos influyentes que no pueden alterar lo escrito, quedando el sinsabor de lo publicado, estampado en el celuloide rosa.
Cuarto Poder ha desarrollado una notable forma de registrar las miserias públicas con un estilo único, con su estigma de denuncia y provocación. Cuenta con el registro del paso por sus hojas de una hueste de excelencia, conformada por las mas exquisitas plumas y pensamientos de escritores, decidores y periodistas del medio salteño. 

Cada semana aporta a una reflexión colectiva de manera artera y original sobre los temas de actualidad, no con la pretensión leguleya de «quedar bien”, sino con la convicción justiciera de «quedar mal».

Su color rosa alude en términos de sátira, crítica social y burla, a un episodio de la década de los 90, cuando un grupo de funcionarios desde el placard,  sostenían que Salta era un campo de rosas. Hoy, el “pasquín rosa” es distinguido como único en su género,  símbolo de una sensibilidad manifiesta, puesta del lado de los lectores en una lucha semanal y sostenida contra la desmemoria.

Nosotros, los pasquineros, lucimos con orgullo la toma de posición en favor de la justicia poética como vector de cambio, y una exhortación intelectual constante a la toma de conciencia por parte de otros sectores.

Somos enfáticos, ácidos, directos, y sufrimos de aversión a las versiones oficiales. Tenemos sensores implacables de los secretos y archivos, y nos identifica, la humilde pretensión de interpretar rugidos. El espacio rosa es generoso, de culto y que un funcionario, político o legislador “casual” de cualquier tipo y laya se moleste por nuestros escritos, nos deviene en el honor de desmitificar la cacería.

Una raya más al tigre, una opción ideológica por la versión del león.

El Editor