En el siglo XVII, los médicos que luchaban contra la peste portaban una especie de traje ‎confeccionado con lino, cuero o tejido encerado y una máscara con un pico alargado en el que ponían esencias de menta, de alcanfor u otras para purificar el aire que respiraban. El uso de esa indumentaria, inventada por el médico del rey de Francia, se extendió por toda Europa.

Hoy en día, ante el ‎coronavirus, el personal sanitario recurre al uso de trajes herméticos de plástico o de goma y de ‎máscaras, tapabocas o barbijos quirúrgicos. El uso de este último accesorio sanitario por parte ‎de la población se inició en tiempos de la epidemia de gripe española, en 1918, en Japón e ‎infundió cierta confianza a la población japonesa al equiparla con un accesorio similar al que ‎usaban los cirujanos occidentales. El uso del barbijos se extendió paulatinamente por Asia y ‎ahora se expande mundialmente, incentivado por la epidemia de coronavirus. ‎

En realidad, la eficacia de la indumentaria que usaban los médicos contra la peste nunca llegó a ‎demostrarse, como tampoco se ha demostrado ahora la eficacia del uso masivo de barbijos ‎quirúrgicos ante la actual epidemia de coronavirus. Pero al recomendar el uso de ese accesorio, ‎las autoridades chinas, y posteriormente los dirigentes políticos de casi todo el mundo, proponen ‎una “solución” para un problema que de hecho nadie puede resolver en este momento. ‎Lo esencial no es prevenir y mucho menos curar, sino hacer ver que algo hacen. ‎

Thierry Meyssan