Una vergonzosa causa armada contra un joven de Apolinario Saravia conecta sorprendentemente con el crimen de las francesas en San Lorenzo. El comisario señalado por la denuncia trucha figura en un informe del suicidado Néstor Píccolo como sospechoso de haber «plantado» los proyectiles en la escena del crimen. (Nicolás Bignante)

 

Para tener una punta del ovillo entre un caso actual y aquel del año 2011 hay que remontarse hasta el  pasado domingo 28 de junio a las 4:30 de la madrugada, cuando el oficial Walter Omar Mamaní de la subcomisaría «El Dorado» de Apolinario Saravia, se presenta en el domicilio de Iris Waideich junto a otros tres agentes. El objetivo era detener a su hijo de 22 años. El motivo: conducir su camioneta a altas velocidades, de manera zigzagueante, con la música a todo volumen e intentar atropellar intencionalmente a los uniformados. La mujer no tuvo tiempo siquiera de preguntarle a su hijo qué había hecho. Los efectivos lo agarraron del brazo, lo subieron a la camioneta y lo llevaron a la comisaría.

En el trayecto a la dependencia, el joven hizo un intento vano por entender el motivo de la detención. «¡Callate pendejo, no te aguanto más! ¡Ahora vas a aprender lo que es dormir en cana!», fue la respuesta de Mamaní, según consta en el descargo. Efectivamente, el muchacho permaneció detenido unas siete horas, en las que -según relató posteriormente- fue golpeado, amenazado y hasta salpicado con agua fría en cuatro oportunidades. «Te presento tu casa. De acá no salís más», le dijeron al momento de ingresar al calabozo.

En el relato posterior de los hechos, el joven recuerda: «yo estaba sentado y abrazaba las rodillas con los brazos para intentar entrar en calor, ya que hacía mucho frío dada la baja temperatura y que carecía de abrigo». Otras tres personas a quienes no pudo identificar le propinaron golpes en la cabeza y puntapiés, al tiempo que se burlaban e intentaban amedrentarlo de múltiples formas: «Golpeaban los barrotes de la puerta con un palo, cachiporra o similar», añade.

Hasta donde Iris recuerda, ese día su hijo había estado comiendo hamburguesas con otros dos amigos en su domicilio y jugando videojuegos. Alrededor de las 4 de la mañana, le pide prestada la camioneta para llevar a uno de ellos hasta su casa. Media hora después, cuando el muchacho había retornado a su hogar, se desencadena el escándalo.

El hecho acaparó la atención de la prensa local por la tranquilidad que caracteriza a la localidad de Apolinario Saravia y por tratarse de una familia de trabajadores de prensa. Tal es así que, al día siguiente del hecho, el comisario fue consultado por una radio local sobre los acontecimientos. «Muchas veces tratamos con personas en estado de ebriedad o bajo el efecto de alguna sustancia y estamos acostumbrados a sufrir esas situaciones», relató Mamaní al comienzo de la entrevista. Del otro lado del éter, Iris y su familia escuchaban atentamente. «El fin de semana radicamos la denuncia atentos a que se atentó directamente contra la salud física de los efectivos, (…) ya que, cuando se hizo parar el vehículo, estando los efectivos debajo del móvil, o sea en forma peatonal, el vehículo primero hace el amague de parar y luego arroja el vehículo contra mi persona, a fines de evitar el control policial» (sic). «Gracias a Dios no sufrí ningún tipo de lesión yo, ni el personal que tengo a cargo, por haber tenido la agilidad de reaccionar rápido», describió Mamaní.

Tras haber sido liberado, el joven fue denunciado por los mismos efectivos por los delitos de «agresión con arma impropia y resistencia a la autoridad». La única constancia que el hospital local le dio a la policía sobre su estado de ebriedad fue «aliento etílico», una figura ampliamente utilizada en el ambiente policial, pero descartada como prueba fehaciente en numerosos fallos judiciales.

La descripción de los hechos que Iris Waideich tuvo que escuchar por parte de la autoridad del pueblo no cerraba por ningún lado. Con el afán de esclarecer el caso, y seguramente con algo de olfato periodístico, salió en busca de pruebas para echar luz sobre lo acontecido. En ese transitar llegó hasta el Centro NIDO (Núcleo de Innovación y Desarrollo de Oportunidades) de Apolinario Saravia, donde (para fortuna de Waideich y desgracia de Mamaní) una cámara de seguridad captó todo lo que ocurrió esa madrugada.

El material fílmico es contundente. El joven denunciado conducía de manera recta a una velocidad no mayor a los 30 km/h por una de las calles adyacentes al centro NIDO. En la dirección opuesta, el móvil policial detiene su marcha en el momento justo en que los dos vehículos se cruzan. Cuando el joven ya había dejado atrás el patrullero, los efectivos descienden del vehículo y comienzan a efectuar disparos al aire. La cámara alcanza a captar nítidamente cuatro destellos de fuego. La camioneta blanca del muchacho acusado de querer atropellar a los uniformados en ningún momento es dirigida hacia la humanidad de los agentes; de hecho, el muchacho ni siquiera acelera su marcha para huir de la escena. El relato del comisario perdía, en ese momento, toda su verosimilitud.

Al día siguiente, Mamaní tuvo que volver a enfrentar los micrófonos de las FM locales que le requerían una explicación ante semejante chanchullo, pero su versión cambió rotunda y descaradamente. Al parecer, el motivo de los disparos fue que una patota local se encontraba apedreando el móvil al mismo tiempo que el infortunado muchacho les tiraba la camioneta encima. Los azules no encontraron mejor manera de disuadirlos que echando fogonazos al cielo.

«Imagínese que usted va circulando en el móvil y empieza a recibir piedras, lo que menos hace es observar quien está circulando a la par», relata Mamaní en su nueva versión de los hechos. «Después se ve que el vehículo acelera su marcha, pero no a una gran carrera y se aleja del lugar. Obviamente queda en el medio del enfrentamiento policial con los vecinos de barrio ‘El Camping’. Observará también usted que el personal desciende del móvil, siempre observando hacia el barrio 30 viviendas. En ningún momento se pone a mirar el vehículo, porque el ‘frente de batalla’ estaba en el barrio 30 viviendas. Después de que el vehículo blanco se retira, el móvil da vuelta en ‘U’ porque las personas se aglomeran cerca de un colectivo que está al lado de un descampado, y para evitar mayores enfrentamientos, el móvil se retira a la misma velocidad».

La campaña de instalación del nuevo relato policial incluyó también una serie de publicaciones injuriantes que se viralizaron en redes sociales contra Iris Waideich y su familia. Memes, burlas y montajes ofensivos fueron parte del material que se expandió por los dos días siguientes al hecho. En la misma entrevista, el comisario Walter Mamaní expresa con un escalofriante cinismo su «solidaridad» con Waideich sin hacerse cargo de los agravios virtuales; pero matiza sus condolencias opinando que: «Evidentemente hay un cansancio de la sociedad en general que ha decidido atacar duramente ayer y hoy en redes sociales a la señora».

A la familia de la víctima le cuesta hilvanar los hechos con algún antecedente personal que los haya enfrentado al comisario. Pero Iris recalca que, en ocasión de una cobertura periodística, Mamaní le advirtió que la denunciaría por «divulgar información falsa». El episodio en cuestión se remonta a los primeros días de la pandemia. La localidad de Gral Pizarro se vio conmocionada por la presunta llegada de 400 trabajadores de Formosa y Chaco para cosechar limones en Finca La Moraleja. Los habitantes de la zona intentaron impedir el desembarco de los cosecheros con una manifestación en el ingreso de la ruta 5. Según interpretó Mamaní, Waideich había instigado a los pobladores a movilizarse por el sólo hecho de haber dado a conocer la noticia.

En la denuncia formal presentada ante la fiscalía de Derechos Humanos, el hijo de Iris menciona también que, no hace mucho tiempo, uno de los oficiales presentes el día de la balacera le expresó en la vía pública: «qué hacés tontito y boludo. Cortenlá con lo que andan diciendo en la tele o la van a pasar mal». «Puedo suponer que lo querían asustar para que se escape y darle motivos para que vaya a gran velocidad. O simplemente agarrarlo al chico para asustarme a mí», teorizó Iris Waideich en diálogo con Cuarto Poder.

 

Los antecedentes del comisario

 

Además de comisario del pueblo, Walter Omar Ezequiel Mamaní es licenciado en Gestión de Seguridad y ostenta pesados precedentes en materia de confabulaciones y armado de causas. El 12 de marzo pasado, el abogado Héctor Solaligue denunció públicamente al auxiliar fiscal Sergio Dantur –sancionado por andar armado como en el Lejano Oeste por el Procurador Abel Cornejo- y a Mamaní por haber acusado sin prueba alguna a cinco policías de cobrar coimas a transportistas. Los agentes de la ley permanecieron cinco días en prisión, pese a que nunca se citó a testigos civiles, ni se consignó en acta la requisa realizada a la vera de la ruta. La fiscalía de Anta, además, impidió que se realizara una rueda de reconocimiento facial para que el denunciante pudiera identificar a los supuestos coimeros. «En el momento que concurren ante una denuncia anónima, procedieron a consultar a dos transeúntes que transitaban por el lugar sobre algún pedido de coimas que se estuviere realizando, y estas personas contestaron que no», denunció Solaligue por entonces.

El portal metanense Expresión del Sur analizó los hechos de la siguiente manera: «La Policía de la Provincia tiene quistes de presunta corrupción por todos lados y si un funcionario policial trabaja e investiga rozando los intereses de sus superiores en Apolinario Saravia, Walter Mamaní reacciona y persigue a esos funcionarios. La dupla Mamaní – Dantur producen en Anta un cierto temor a la fuerza policial ya que siempre, a instancias de Mamaní, el Fiscal Auxiliar Dantur actúa en contra de los efectivos que conocerían maniobras reñidas con sus funciones de Jefe Policial».

El cuestionado comisario también hizo su aporte en la bochornosa etapa de instrucción por el homicidio de las francesas Cassandre Bouvier y Houria Moumni. En la quinta jornada del juicio, Mamaní describió cómo fue que encontró los proyectiles que acabaron con la vida de las jóvenes, a 72 horas de haberse levantado los cuerpos. El oficial había sido afectado en 2011 a la investigación pese a que, por entonces, prestaba funciones en la División de Delitos contra la Propiedad. Esa mañana, Mamaní emprendió el rastrillaje junto a dos sargentos y un baqueano de nombre Omar «pajarito» Ramos, quien sería luego imputado por «encubrimiento» y más tarde condenado a dos años de prisión en suspenso.

Según el relato de Mamaní, el 1 de agosto de 2011 al mediodía encontró «dos plomos desnudos. Uno estaba a simple vista, el segundo debajo de una hoja». Por el lugar habían pasado más de un centenar de personas a lo largo de toda la investigación: peritos, bomberos, policías y hasta el propio juez Martín Pérez. Además, se realizaron minuciosos rastrillajes con detectores de metales de Gendarmería Nacional que no arrojaron resultado alguno.

Curiosamente, Walter Mamaní también fue quien secuestró tres días después el arma calibre 22 que coincidía con esas balas. Lo hizo en el marco de un allanamiento por robo ordenado por el juez Esteban Dubois en la casa de Raúl Sarmiento. En ese procedimiento no se encontró un sólo objeto de los que supuestamente se buscaban, sólo el revólver enterrado que terminó incorporándose como prueba a la causa. Más tarde, el juez Pérez se lo mostraría a Gustavo Lasi y éste se lo adjudicaría maliciosamente a Daniel Vilte.

El propietario de la vivienda en la que se encontró el arma fue exonerado por falta de pruebas. Se esperaba que su hijo Luis declarara más tarde que el revolver fue «plantado» en su domicilio, pero fue asesinado de una puñalada en octubre de 2013. Por el hecho fue condenado Néstor Fernando Rueda a 14 años de prisión, pero en 2017 esa pena fue reducida por la Sala Primera del Tribunal de Impugnación a 10 años.

Los sospechosos hallazgos de Mamaní en la investigación motivaron que su propio jefe, el comisario Néstor Piccolo, elevara un informe al juez Pérez sosteniendo que las pruebas habían sido plantadas. Lo que siguió a ese hecho es conocido por todo aquel que haya tenido un mínimo seguimiento del caso. El informe del fallecido comisario fue leído en el juicio frente a los ojos de Mamaní por el abogado defensor de Daniel Vilte, Marcelo Arancibia. Todas las miradas se posaron, entonces, sobre el comisario declarante. Todas, excepto la de quienes debían hacer las preguntas correspondientes.