Los intendentes del interior, esos personajes poderosos de un territorio dado, los mismos que gobiernan municipios casi a perpetuidad y apelan a mecanismos de poder que muchos novelistas jamás podrían imaginar… acapararan en el corto plazo titulares gráficos, análisis radiales y zócalos televisivos. (Daniel Avalos)

El deslizamiento desde las páginas interiores de los diarios a las primeras planas ya ha empezado, pero se trata de una tendencia destinada a consolidarse. El fenómeno puede explicarse con relativa facilidad, aunque esa explicación posea rasgos que no necesariamente sean alentadores para quienes pretenden que la lucha contra los privilegios, las injusticias o las desigualdades, sean el resultado de la energía desbordante de los de abajo. Y es que ese tono de denuncia con que también los poderosos medios también envolverán a la figura de los intendentes, no obedece a una generalizada rebelión del interior salteño contra quienes desde hace décadas gobiernan los municipios; ni al hecho de que el periodismo experimente una súbita necesidad de visibilizar la mecánica con que esos intendentes se enriquecen y se enquistan en el poder. El fenómeno es hijo de objetivos menos nobles que, a su vez, son el resultado de una particular coyuntura política: la de un establishment político provincial atravesado por agresivas internas en el marco de la disputa electoral que se avecina.

Eso explicará la centralidad periodística que tendrán los intendentes: la necesidad de un bando por restar base de adhesión civil al bando adversario. En ese marco los estrategas del bando que busca arrebatar el control del Estado al oficialismo, encuentran útil apelar a medios que puedan visibilizar las mecánicas de poder de esos intendentes que son aliados estratégicos de un oficialismo que siempre, pero siempre, ganó elecciones con los votos del interior. Una brevísima digresión acá se impone. Servirá para precisar que estas líneas no creen en absoluto que esos bandos sean dueños de voluntades políticas opuestas y sí que son partes de un establishment selecto y estrecho que buscan sofocarse mutuamente aun cuando, en lo fundamental, compartan los mismos intereses. Realizado el rodeo, retomemos nuevamente el análisis de la estrategia romerista y sentenciemos que la misma ya ha dado un paso importante: instalar como tema de debate el oscuro manejo de los intendentes hacia el interior de sus territorios y sus turbios vínculos con el gobierno central. Movimiento que está llamado a repetirse aunque cobrara mayor fuerza a medida que las elecciones se acerquen. Ante ello, el oficialismo reaccionará como pueda. Un “como pueda” que en lo central, significará tratar de invisibilizar los muchos rasgos poco convenientes que caracterizan a sus aliados del interior. Un objetivo difícil de cumplir porque la conducta de muchos de esos intendentes, es blanco fácil de un titular periodístico que provoque la desaprobación ciudadana generalizada. Desaprobación que puede no alcanzar para restarle poder territorial al intendente, pero que efectivamente horada la legitimidad de los mismos y del gobierno central que se vale de ellos para mantener su propia cuota de poder en el conjunto provincial.

Advirtamos que es lógico que eso ocurra y admitamos también que consideramos deseable que así sea. Lo primero porque cualquier manual político recomienda al contendiente de una disputa política a desgastar las piezas centrales del adversario; es la forma de llegar al momento de enfrentamiento definitivo con más chances de triunfo. Lo segundo obedece a que nada nos vincula ideológica, política o sentimentalmente con intendentes como Sergio Ramos de Rosario de Lerma, o Rubén Corimayo de Cerrillos que, juntos, suman 40 años ininterrumpidos de gobiernos salpicados de procesos judiciales que nunca llegaron a nada. Menos aún si reparamos que si se sumaran los años de intendencia de Ramos y Corimayo, más los de otros como Flores de Guitian en Cachi, Juan Ángel Pérez de El Carril, Esteban D’Andrea Cornejo de La Merced, Osvaldo Darío Sosa de Coronel Moldes y algún otro, suman más de cien pirulos que nos inclinan a pensar que esa famosa expresión que dice que “no hay mal que dure cien años” es mentira en el peor de los casos; mientras en el mejor de los casos representa un estado de religiosa resignación ante el infortunio. Ni hablar si a todo eso le sumamos un hecho no menos deslegitimador: saber que de los 150 informes de auditoría sobre municipios salteños sólo uno fue aprobado, mientras el resto muestra irregularidades en el manejo de los recursos públicos a veces abiertamente delictivos. Eso es lo que explica que en medio de ciertos paisajes desoladoramente pobres, haya intendentes que viven una riqueza ostentosa y que en muchas ocasiones se asemejan a los tiranos que la literatura retratara tan bien en tiempos del boom latinoamericano: falaces y peligrosos pelícanos que buscan esclavizar a los que dicen representar; representados que además fueron convertidos en peces a los que el tiranozuelo va “embuchando en la bolsa rojiza que le cuelga del insaciable pico” (Augusto Roa Bastos: “Yo el Supremo”).

Esos hombres, decíamos, ocuparán la centralidad periodística de la provincia. Que así ocurra, también decíamos, obedece a esa lucha interna del establishment político provincial. El diagnóstico y la explicación, nos arroja a una primera y pesimista conclusión: en nuestra provincia, son las agresivas internas del Poder las capaces de imponer una agenda de discusión en donde los cuestionados son parte importante de ese Poder. Primera conclusión que nos arroja a una segunda no menos pesimista: en esta provincia, la direccionalidad política sigue dependiendo, en lo fundamental, de la voluntad de las cúpulas gobernantes. Ante semejante desesperanza, una pregunta se nos impone: ¿Puede salir algo bueno de este debate sobre los intendentes? ¿Algo que trascienda los mezquinos intereses del Poder y ayude al progreso material y el desarrollo político de los pueblos del interior?

Una de las muchas respuestas a esa pregunta, nos desliza desde el pesimismo mencionado a un optimismo prudente, pero optimismo al fin. Uno que es hijo de un diagnóstico simple: en tanto las internas del establishment tendrán vida mientras Romero y Urtubey compitan entre ellos y en tanto el rol que jugarán los intendentes en esa disputa será de central importancia en los resultados electorales… la centralidad periodística de estos últimos está garantizada. Centralidad, acá viene el lado optimista, que permitirá que los rasgos indignantes que intendentes, gobierno central y medios adictos u distraídos siempre invisibilizaron, ahora tengan más chances de visibilización. Algunos podrán decir que este optimismo posee un vicio insalvable: valerse de actores ajenos al periodismo que en una coyuntura particular están interesados en denunciar a intendentes no porque busquen el bienestar del interior, sino porque una determinada denuncia periodística puede dañar políticamente al adversario político del momento.

El argumento tiene fuerza. También mucho de verdad. Admitir lo segundo supone aceptar que el periodismo sirve no sólo para buscar la verdad, sino también como instrumento de operación política-mediática al servicio de determinados actores políticos. No es menos cierto, sin embargo, que las características de la coyuntura puede y debe ser utilizado por quienes desde hace años denuncian eso que ahora todos se muestran dispuestos a denunciar. Coyuntura que definitivamente puede convertirse en condición de posibilidad para que las solitarias voces del interior, esas que desde hace años denuncian la mecánica de poder de los intendentes, puedan ahora encontrar eco entre hombres y mujeres de otras geografías que creyendo saberlo todo, ignoran mucho porque también son objetos de una política del Poder que no por antigua ha perdido eficacia: usar a los propios medios de comunicación para que el llamado Pueblo sólo vea y sepa, aquello que el Poder quiere mostrarle y hacerle conocer.

Pero habrá, sin embargo, que aprovechar la coyuntura y hacerlo sin complejos. Después de todo, si las mezquindades y las contradicciones de los de arriba generan posibilidades para que los de abajo avancen un tanto, es legítimo aprovechar las ventajas al respecto. Sobre todo aquellos medios y periodistas que rebelándose contra el status quo mediático, saben bien que el mismo suele dar consejos engañosos que parten desde el engaño. Lo primero porque suele exigir al periodista un periodismo que prescinda de valoraciones sociales, cuando el propio oficio nos arrastra a ello; lo segundo porque ese status quo quiere hacernos creer que ellos sí carecen de valoraciones, cuando es claro que no sólo poseen valoraciones sino también particulares proyectos de sociedad. Nuestros referentes y deseos son otros: Mariano Moreno, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, García Márquez o el genial Ryszard Kapuscinski que con una frase no menos genial, pone palabras a nuestros propios deseos: “el verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible”.

La coyuntura descripta, entonces, posibilita denunciar esa mecánica del Poder de los barones del interior. Poner luz sobre aspectos que esos intendentes y el Grand Bourg tejen en la oscuridad y pretenden que en la oscuridad queden. Para hacerlo habrá que recurrir incluso a los archivos. A esas notas ya escritas pero que se podrán reescribir porque la linealidad del poder de los intendentes, provoca que la mayoría de ellos siempre protagonicen más de lo que ya han protagonizado: manejo irregular de los recursos públicos; uso mentiroso de conceptos como federalismo que, en nombre de la autonomía de los pueblos, esconden el encumbramiento de caciques adictos al poder central que, a cambio de los votos del interior, garantiza a los caciques impunidad obscena para el manejo de los recursos; recursos que, por supuesto, enriquecen al capanga que ostenta riquezas provenientes de los magros recursos de un municipio pobre que alberga paisajes urbanos desoladoramente pobres.

Una combinación letal que explica la fuerza de un clientelismo político cuya existencia requiere de dos variables centrales: un inescrupuloso con el dinero suficiente para comprar voluntades; y pobres que por serlo, se ven obligado a poner un magro precio a la voluntad propia.