Casi nadie habla del PRS. Tiene sentido. Después de todo, se parece mucho a eso que la jerga militar denomina fuerzas de reservas. Esas a las que las comandancias prefieren no recurrir pero que, por las dudas, mantienen a su amparo porque los pronósticos de las futuras confrontaciones no son tranquilizadoras. (Daniel Avalos)

Esa condición, entonces, retrata bien el estado de la comandancia “U” que, por temor al futuro, resguarda a soldados de reservas medios tuertos, medios cojos y con músculos que ya no son músculos porque a fuerza de irse estirando, lo que alguna vez fue duro es ahora flácido. Pero prescindamos aquí de hablar de esa comandancia “U”. Hacerlo significaría volver a referirnos a cosas de las que ya hablamos y de las que volveremos a hablar cuando la interna gubernamental se tense un poco más por las evidentes contradicciones que existen en el panjusticialismo. Tensiones que incluye a distintos sectores del PJ, de este con parte del Partido de la Victoria, y de todos con esos tecnócratas antes romeristas y ahora urtubeicistas que conviven con el senil conglomerado de patricios salteños que rodean al Gobernador en el gabinete provincial.

Aquí y ahora, en cambio, detengámonos un momento en ese PRS. Ese partido que siendo alguna vez un ejército activo, devino ahora en fuerza de reserva. Para confirmar el pasado y el presente de ese partido, conviene recordar que la emergencia del mismo ocurrió hace 31 años cuando, en 1983, tuvo su bautismo electoral cosechando en la categoría diputado nacional el 7,7% de los votos (http://nuevamayoria.com/ES/INVESTIGACIONES/politico_electoral/071024.html#autor2). Exactamente treinta años después, en el 2013, en la misma categoría, la cosecha llegó al 6.2% Una historia de 30 años que tuvo su pico glorioso en 1991, cuando el fundador del partido accedió a la gobernación. Después de ello comenzó la decadencia hasta amesetarse entre un 25% y 23 % de los sufragios hasta el año 2007. Y aquí una digresión se impone porque siempre resulta interesante preguntarse sobre los por qué de derroteros de este tipo. Pregunta que bien podría satisfacerse con la historia misma de ese partido. Uno que estructurado alrededor de una figura que había gobernado durante la última dictadura militar, se presentó en democracia como la capaz de asegurar gobernabilidad en un periodo en donde el desgobierno del justicialista Hernán Cornejo, era señalado por propios y extraños como un perfecto desgobierno. El problema de Augusto Ulloa ya al frente de un gobierno democrático fue entonces otro: no pudo garantizar gobernabilidad. No pudo imponer medidas antipopulares en un contexto democrático, tal como lo había logrado durante la dictadura no por pericia propia, sino porque en aquellos años negros contaba con un aliado principal para imponer recetas neoliberales: el miedo. Por eso su gobierno, en periodo democrático, fue un fracaso. Por no poder hacer lo que Menem y el justicialismo hicieron en el conjunto de la nación y Juan Carlos Romero replicó en el conjunto provincial años después: imponer por un lado y convencer por otro de que las medidas antipopulares que caracterizaron al periodo, eran recomendables y hasta deseables.

El PRS nunca puso desempolvarse de ese fracaso y fue allí cuando empezó el declive. Y así, amesetados con la ayuda de alianzas, llegaron a ese año 2007 cuando Urtubey se valió de ellos. El PRS era ya un ejército debilitado, pero ejército al fin. Con un 23% de votos propios en contiendas anteriores podía presumir, por ejemplo, de que había sido clave en posibilitar el 44% que catapultó a Urtubey a la gobernación. La alianza sin embargo dividió al partido. Desde entonces, los que se quedaron adujeron que, quedándose, evidenciaban su vocación de Poder; mientras los que se fueron declararon irse porque se proponían rescatar de las tinieblas a la auténtica identidad renovadora de la que ellos se sentían guardianes. Lo cierto, en todo caso, es que el destino ha vuelto a hermanarlos en lo que a resultados se refiere. Con performances electorales paupérrimas y sin representación parlamentaria orgánica, las cúpulas partidarias del PRS y el PPS se convirtieron en satélites políticos sin luz propia. De esos que precisan de un astro político sobre el cual girar. El PPS esperando el llamado de Romero. El PRS volviendo al amparo de Urtubey. Seamos claros. No contamos con testimonios o documentos que prueben la ya cerrada capitulación del PRS a Urtubey que determinará su permanencia en el frente electoral “U”. Pero el silencio dócil del Vicegobernador para con el Gobernador, se enmarca bien en la lógica de las maniobras que ejercitan las fuerzas políticas de hoy y que por supuesto incluyen al propio PRS: sobrevivir a cualquier precio.

La nueva capitulación, entonces, es hija de un límite estructural y episódico de ese PRS. Lo primero se profundizó en el 2007 cuando, luego del triunfo electoral del actual frente gobernante, la cúpula renovadora terminó por aceptar que la hegemonía del PJ era abrumadora y renunció a disputarla a cambio del manejo de recursos y una presencia en el aparato del Estado que, en el fondo, era o marginal o testimonial. Lo episódico ocurrió con el berrinche electoral de Andrés Zottos en el 2013. Un berrinche que sólo sirvió para confirmar que la potencia renovadora era sólo pirotecnia y mucho menos decisiva, incluso, que la del Partido de la Victoria. Por eso este partido que comandan Sergio “Oso” Leavy y José Vilariño puede darse el lujo de hacer lo que el PRS ya no: amenazar con irse del frente para negociar, explicitar dudas sobre el frente para presionar, o apelar a lenguajes beligerantes que advierten a Urtubey de que ellos, el Partido de la Victoria, son un pequeño ejército que puede no tener la fuerza para hacerse con el control del todo, pero que sí puede ser una pieza importante para aquellos que esté en condiciones y tengan la voluntad de disputarlo todo.

El PRS ya no. Ahora ese PRS se asemeja a la figura del soldado reservista y derrotado. Lo primero porque como ya lo dijimos al principio, es medio tuerto, medio cojo y con músculos que alguna vez pudieron presumir de poderosos pero que ahora busca disimular la flacidez. Lo segundo porque carece ya de voluntad de luchar, porque el temor a morir políticamente se ha hecho infinitamente más fuerte que el deseo de obtener reconocimiento político propio. No se trata esto de un proceso súbito. En política nunca nadie se acuesta siendo un rebelde para levantarse al otro día convertido en un derrotado. Esto siempre es el resultado de un proceso más largo. Uno en donde los golpes recibidos debilitan al sujeto hasta inclinarlos a negociar. Una negociación que suele carecer de gestos de grandeza hasta culminar en una capitulación que también es hija del cansancio, el aburrimiento y la inercia. Todas esas etapas ya se han cumplido en el PRS. Sólo falta una que, más temprano que tarde, inexorablemente podremos reseñar. Nos referimos a la etapa de las justificaciones públicas sobre el por qué continuar en el lugar que en el fondo no se quiere estar. Justificaciones que son siempre autoengaños que buscan disfrazarse como el primero de los paso para salir de un pozo del que ya no se saldrá.