Con el manual ilustrado de Nicolás Maquiavelo en “El Príncipe”, aunque, obviamente, sin su talento, el gobierno nacional salió con su plan “Platita”, Gollán dixit, a tratar de revertir una encuesta desfavorable.

Por Alejandro Saravia

Recordemos que en su obra, Maquiavelo, decía que el bien debía hacerse de a poco, en tanto que el mal debía hacerse de un golpe. Con ese manual, el gobierno nacional cada día anuncia alguna medida que supone un  beneficio a algún sector. Desesperación que lo lleva a aquello de Luis XV, padre del que perdió la cabeza e hijo, a su vez, del que decía que el Estado era él, Luis XIV. Luis XV decía, a su vez, “Después de mí el diluvio”, despreciando, con ello, los efectos de mediano plazo de sus acciones. Esto es, justamente, el cortoplacismo que nos llevó y nos lleva, aún más, a la ruina. Ejercicio preferido de los gobernantes nacionales.

Realmente hay que tener cortedad de mira y de pensamiento para conducir a la ruina un país como Argentina y una provincia como Salta. Pero es lo que está sucediendo o, al menos, mostrándosenos. No sé si nuestra terminal decadencia comenzó en los 30, en los 40 o en los 70, pero sí sé que las diversas versiones de los que hoy gobiernan puso mucho para que ello sucediera. En ambos escenarios, nacional y provincial, lo demostró y lo está demostrando. Con una tozudez asombrosa y digna de una causa mejor.

“La platita”, los 150 mil millones de pesos, destinados a dar vuelta una encuesta, las PASO del 12 de septiembre, muestra con claridad meridiana el desprecio por el mañana. El desprecio por la democracia, que se compone de aciertos y yerros, de elecciones ganadas y de elecciones perdidas. Sobre todo de éstas, las perdidas, que son las que muestran la materia con la que están hechos los dirigentes. Su templanza. Virtud con la  que supuestamente deben cargar sobre sus espaldas el destino de toda una sociedad. Pero no creo que sea adecuado hablar de virtudes. Ya sabemos con qué bueyes estamos arando.

Lo que refleja la táctica electoral nacional, es decir, la compra de votos, es la estrategia de todos sus gobiernos. Es su programa de gobierno. Someter. Someter por el empobrecimiento que es la cara actual de la esclavitud. Mecanismo que impide en pensar en el mañana ya que todo pensamiento está acotado a las necesidades del hoy. Ese es el sentido de la destrucción de la clase media. En definitiva, la que cree en el progreso, en el futuro. En el mérito.

A “la platita” suman dos tahúres y un juez parcial. Es decir, un no juez. Los tahúres, está claro, son Manzur y Aníbal Fernández, que llegan al gabinete no por sus virtudes sino por sus vicios de tramposos irredentos. A menos que el ser tramposo sea, en estas circunstancias, una virtud. El no-juez es, claro está, Ramos Padilla, juez federal de provincia de Buenos Aires con competencia electoral.

Y, en nuestra provincia, sucede otro tanto, de diferente característica, aunque el resultado sea igual. Un reciente informe de la Universidad Austral revela que «el Estado continúa siendo el sector elegido por los argentinos para trabajar». El estudio da cuenta que seis de cada diez personas pone al empleo público por encima del privado. Es un panorama nacional, que si se coteja con las estadísticas laborales de los distintos distritos del país da lugar a otras interpretaciones.

En el caso de Salta se podría decir que no es una cuestión de preferir trabajar en el Estado o no, sino que a la hora de tener un trabajo en blanco por estas latitudes no hay muchas otras opciones, como claramente lo señala un matutino local.

En la provincia hay prácticamente la misma cantidad de trabajadores en la parte pública que los que se desempeñan en el sector formal privado. Mientras, a nivel nacional, es el 28% de la masa de empleados en relación de dependencia que trabaja en el Estado.

En junio pasado había 109.733 salteños que se desempeñaban en la administración pública y fuerzas de seguridad. La mayoría trabaja en el Gobierno provincial (alrededor de 72 mil, según el Presupuesto de este año) y el resto se desempeña en las municipalidades y organismos nacionales. A ellos habría que sumarles las 164 mil personas que en Salta trabajan de manera informal o dependen de la ayuda del Estado, según informara el ministerio del ramo.

 

En el mismo mes, el Ministerio de Trabajo de la Nación contabilizó a 109.600 trabajadores formales privados en la provincia. Las actividades privadas que más empleo generan en Salta son el comercio y el agro. Ambos, 20 mil empleos aproximadamente.

Además de Salta, en el NOA, solo Santiago del Estero tiene mayor cantidad de empleados públicos que privados. En esa provincia, en junio, había 79.744 trabajadores estatales y 49.400 en relación de dependencia de la parte privada. Con razón el éxito electoral de los gobernantes santiagueños.

El resto de los distritos de la región tiene un perfil de empleo más productivo. Tucumán contaba con 128.202 empleos públicos y 172.700 privados hace tres meses. En el caso de Jujuy, eran 5.971 estatales y 55.500 privados;  Catamarca, 12.402 públicos y 28.000 privados.

El empleo público en detrimento del privado es una forma de sometimiento. Un sueldo a cambio de votos.

Y voy a hacer una innecesaria aclaración. No es que uno sea gorila ni nada que se le parezca. Es hartazgo. Harto de que me hablen de liberación, cuando someten. Harto de que me hablen de inclusividad de los necesitados, cuando los esclavizan. Y harto de que corran por izquierda aquellos que son los sectores más conservadores de la sociedad. Hay un límite.

Un mismo partido gobierna nuestra provincia desde 1983, con un pequeño interregno que sirvió, exclusivamente, para que a nivel nacional, erróneamente, no se la considere un emirato, como a varias provincias del norte y alguna del centro oeste, caracterizadas por su feudalismo, por su vasallaje.

Ahora bien, tratándose de un modelo de sometimiento, de una estrategia de diseño de sociedad, y el haberlo consagrado con la destrucción de la clase media, ¿es un éxito o un fracaso? Desde la miserabilidad de ese proyecto sería un éxito, ahora, en clave de progreso y prosperidad, eso se llama fracaso. Ni más ni menos.