El título de la columna, “No miren para arriba”, es el de una película de Netflix protagonizada entre otros por Leonardo di Caprio y Meryl Streep, en la que se cuentan las vicisitudes de una pareja de científicos que descubre un cometa que se dirige directamente a colisionar con la tierra y que, por ser aún más grande que aquel que generara la extinción de los dinosaurios, habría de causar, lógicamente, el final de la vida humana en nuestro planeta.

Por  Alejandro Saravia

Obviamente, es, digamos, una sátira distópica que apunta a mostrar la liviandad, la irresponsabilidad de la dirigencia política, en este caso estadounidense, que en medio de una campaña electoral de medio término no quiere recibir malas noticias, como sería, claro está, la del inminente fin de la tierra. No sólo se rehúsan a escuchar las advertencias de estos científicos sino que basan su campaña electoral en el slogan, precisamente, “No miren para arriba” ¿Y por qué no habría que mirar para arriba? Pues, porque se lo vería al cometa en su derrotero de colisión con la tierra. No hay que mirar para arriba para no ver el cometa, es decir, a la realidad. Es una negación absoluta de ésta. De las advertencias de los que saben. Una creación de una realidad paralela hecha con la mayor irresponsabilidad imaginable.

Acertaron los que hasta acá vieron que esa película de Netflix es una metáfora de lo que sucede en nuestro país, en el que el gobierno, especialmente, pero también la ahora oposición cuando fue gobierno, no tiene/tuvo la audacia necesaria, el liderazgo, para señalar el camino, la dirección, el rumbo que habría de evitar el punto de colisión hacia el que, desde hace ya tanto tiempo, nos dirigimos. Es decir, un liderazgo para mirar de frente a la realidad y establecer un derrotero en base a ella.

Falta de imaginación, de audacia, de liderazgo para hacer con este país lo que se necesita hacer para desandar el rumbo de decadencia que llevan nuestros pasos. Y convencer a todos los argentinos de que es ese el camino. De eso se trata, en definitiva, el liderazgo.  No se trata de seguidores de encuestas, se necesitan diagnósticos acertados y un tratamiento adecuado para nuestra enfermedad social. También coraje, ausencia de mediocridad y una mejor formación dirigencial. Lamento informar pero a diferencia de la dirigencia política de nuestros vecinos de Uruguay, Brasil, Chile, por ejemplo, la dirigencia política argentina es de una ignorancia y mediocridad apabullante. Es obvio que en nuestros vecinos hay excepciones. No lo estamos alabando a Bolsonaro. Estamos, sí, respecto de Brasil, pensando en un Lula y su acuerdo con el forjador del Brasil moderno, Fernando Henrique Cardoso.

El mal que padecemos no es una condena bíblica, son los malos gobiernos. Conducidos por ignorantes. Por personajones sin formación. Insisto, por mediocres. Y, además, ladrones, consecuencia natural, también, de la falta de formación. Las absurdas contradicciones del presidente Fernández; las vacaciones de Volnovich; la convocatoria de D’elía a una marcha callejera en contra de la Corte de Justicia, uno de los poderes constituidos de la república, respaldada por el presidente y alguno de sus funcionarios; las negociaciones con el FMI;  el armado de un entramado gubernamental para procurar nada más que la impunidad de una asociación ilícita; el subsidio energético indiscriminado que no sólo acentúa el déficit fiscal sino la propia crisis energética que padecemos, en un país con condiciones para  ser superavitario energéticamente; ojo, pero también el bailecito al ritmo de Gilda en los balcones de la Casa Rosada y la insustancialidad irresponsable de Macri al pensar que bastaba con su mera presencia, sin explicar y transmitir el para qué estaba donde estaba; el éxito engañoso del “fenómeno” Milei;  los planes como única política de Estado; todo eso, y muchos ejemplos más que tardaríamos días en señalar, hablan del calibre de nuestra dirigencia. Y de la profundidad de nuestra crisis, pero también de la dirección de nuestra salida del marasmo.

Desde hace mucho tiempo venimos hablando de los Estados fallidos. Se volvió a poner de moda. Carlos Pérez Llana, días pasados, se refirió a ellos y a los Estados “canallas”. El propio Foro de Davos en su diagnóstico del mundo entero, al tocar el punto de nuestro país, de Argentina, habló de una previsible eclosión del Estado, refiriéndose al nuestro. Nuestros bonos están cotizados en los últimos lugares del mundo al compás del riego país. Hay, entonces, advertencias, pero sucede que no queremos mirar para arriba. No hay una conspiración internacional en contra nuestra, sucede que nos manejamos con categorías ideológicas e intelectuales de hace 60 años. Atrasamos. Quedamos descolgados de la historia. Ni siquiera ya interesamos.

Así como Martin Luther King tenía un sueño, yo tengo una intuición: la negociación con el FMI está conducida para que vaya al fracaso y que el único lugar en el cual cobijarnos sea la China de Xi Jinping. Ahora, pregunto: ¿será mejor que el imperialismo americano el imperialismo chino? ¿El mismo de Tiananmen? Y tengamos en cuenta que en 1989 no gobernaba Mao sino Deng  Xiao Ping, es decir, el modernizador de China. Aun así sucedió, precisamente, aquella masacre.

Y, sí, nuestra ignorancia nos hace ingenuos. Y el país, definitivamente, le queda grande a nuestra supuesta e impostada dirigencia.