En la Escuela Agrícola hablar de transparencia en el manejo de las cuentas es una broma de mal gusto. Los animales desaparecen misteriosamente, los alumnos son enviados a trabajar en una playa de estacionamiento y no se presentan rendiciones hace meses. Una madre denunció que en el predio se faenó ilegalmente una vaca para alimentar a los estudiantes. El ministerio de Educación, ausente.

En las casi 300 hectáreas de la Escuela Técnica Agrícola N° 3.122 suceden cosas extrañas. Los ingresos y egresos de la institución son de carácter secreto y algunos elementos de su patrimonio desaparecen sin que se abra investigación alguna. A pesar de estar custodiado por efectivos de caballería y de contar con un puesto del servicio penitenciario, en el predio de la escuela, los robos son recurrentes. 

Algunos animales no son asentados al nacer como parte del patrimonio y luego simplemente desaparecen. Varias herramientas de los talleres también fueron blanco del presunto accionar de descuideros. Llamativamente, ninguna de estas pérdidas quedó asentada en actas. 

Las compras también están rodeadas de un especial halo de misterio. Desde insumos para la siembra (cotizados en dólares), hasta televisores para ver el mundial, todo parece formar parte del universo de desmanejos de la actual dirección a cargo de Marcelo Aranda.

La utilización de mano de obra estudiantil para el funcionamiento de una playa de estacionamiento y la venta ilegal de leche a una heladería son algunos de los increíbles episodios advertidos y denunciados por la comunidad educativa.

Las vacas vuelan…

El «robo» de dos terneros llamó poderosamente la atención de estudiantes y docentes del establecimiento. El hecho ocurrió meses atrás luego de que se adquirieran cinco vacas tamberas preñadas de entre $800 mil y $1 millón cada una. Al cabo de un tiempo, los animales parieron y de un total de seis terneros, quedaron sólo cuatro. Una noche, sin dejar rastros y burlando la custodia policial de la escuela, los dos terneros de mejor genética fueron sustraídos.

Algunos vinculan el hecho al traslado de la «guachera» dispuesto por la actual dirección hace algunos meses. Mientras el espacio donde duermen los terneros había sido ubicado tiempo atrás en una zona vigilada, la nueva gestión lo envió al fondo del predio. A los pocos días, desaparecieron los animales y también algunas herramientas del taller.

Cuatro meses atrás, la institución también sufrió el robo de seis lechones de un valor de $10 mil cada uno. Por el hecho no se abrió ninguna investigación ni se realizó la denuncia policial correspondiente. Los lechones ni siquiera formaban parte de la lista de semovientes, puesto que al nacer no fueron dados de alta. Esto significa que, en los papeles, los animales no formaban parte del patrimonio de la escuela. Eran de nadie. Por lo tanto, nadie los reclamó. 

Los alumnos, además, recuerdan cuando hace 4 años se les encargó realizar un conteo de la cantidad de lechones en el establecimiento. El relevamiento arrojó por entonces 64 ejemplares. Tiempo más tarde, cerca de fin de año, quisieron realizar una práctica de faena, pero cuando fueron en busca de los animales sólo encontraron 13. Ante la sorpresa y la consulta de estudiantes y docentes, respondieron que la noche anterior habían entrado a robar nada menos que 51 lechones. Nadie escuchó nada. 

Alumnos y permisionarios

Entre las múltiples fuentes de ingresos con las que cuenta la escuela -que se destaca por su autosustentabilidad- sobresale una de escasa compatibilidad con el perfil agrícola. En inmediaciones del centro de Convenciones de Limache, cerca de la Avenida del Carnaval, se encuentra la playa de estacionamiento de la institución. La misma funciona durante los fines de semana y toda vez que se realizan eventos masivos en el predio gubernamental o en el corsódromo. 

Los ingresos asociados a esta actividad nunca fueron transparentados por la actual gestión, aunque se estima que no son exiguos, dada la cantidad de vehículos que utilizan asiduamente la playa. Los alumnos de los últimos cursos lograron un acuerdo para poder solventar parte de su viaje de egresados con esta actividad. Ellos oficiaban de permisionarios y cuidacoches a cambio de un porcentaje de la recaudación. No obstante, no serían los únicos en aportar mano de obra para el funcionamiento del servicio. 

La sorpresa de algunos docentes fue muy grande al descubrir que niños de los cursos más bajos, e incluso algunos que ni siquiera formaban parte de la institución, se presentaron en la oficina de director a cobrar sus haberes. El ministerio de Educación, hasta ahora, no intervino ni tomó cartas en el asunto.

A parar al asador

Hace dos meses tuvo lugar lo que, sin dudas, fue uno de los episodios más graves y preocupantes. Una vaca que había escapado del corral ingresó a un silo de maíz y consumió una cantidad excesiva de granos. Como producto de la ingesta, el animal contrajo timpanitis, una enfermedad que produce un abultamiento del cuerpo por acumulación de gases y que derivó en la muerte del bovino. 

El cadáver fue llevado al sector de cerdos (posiblemente el menos higiénico) y faenado para el consumo de los alumnos en el comedor de la escuela, algo expresamente prohibido por ley ya que, según el Código Alimentario Argentino, los animales deben ser faenados en mataderos o frigoríficos habilitados por la autoridad sanitaria correspondiente. La Escuela Agrícola no cuenta con un sector habilitado para tal fin, por lo que, si quisiera hacerlo, la ley indica que debe contratar un matadero y trasladar allí al animal. 

El hecho despertó la lógica preocupación de padres de alumnos, quienes realizaron una denuncia ante las autoridades de Bromatología. Sin embargo, los resultados de la inspección dejaron a más de uno con la boca abierta. Durante el examen ni siquiera se revisaron las cámaras frigoríficas, mucho menos se comprobó si la carne almacenada contaba con orden de compra y sello de algún frigorífico habilitado, tal como exige el SENASA.

Al día siguiente, el director Aranda felicitó públicamente a los empleados de la cocina por el resultado exitoso de la inspección. ¿Connivencia?

Leche que no has de beber…

A diferencia de la enorme mayoría de los establecimientos de educación técnica, la Escuela Agrícola N° 3.122 lleva adelante actividades productivas que le permiten sostenerse económicamente. Para el año entrante, además, el costo previsto para la inscripción de los más de 650 estudiantes será de $10 mil cada uno. A eso deben sumarse los aportes del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET) que este año alcanzaron los $8 millones.

Asi y todo, a comienzos de año la dirección de la escuela decidió incursionar en un nuevo negocio tan peculiar como ilegal. La leche extraída en el tambo de la institución fue vendida a la empresa Il Cavalino para la elaboración de helados artesanales, obviando el elemental paso de la pasteurización.

El hecho, que puede resultar jocoso, transgrede aspectos fundamentales del Código Alimentario. La venta de leche cruda de cualquier especie está prohibida por ley en el país por el riesgo de Salmonella, Escherichia coli, Listeria, Campylobacter, Mycobacterium tuberculosis y Brucella abortus, entre otros contaminantes biológicos

Asimismo, la ley exige que todo establecimiento que elabore leche deberá contar con la Dirección Técnica de un profesional universitario que por la naturaleza de sus estudios esté capacitado para dichas funciones, el que asumirá conjuntamente con la empresa la responsabilidad ante las autoridades sanitarias de la calidad de los productos elaborados.

Por supuesto, los ingresos por la venta ilegal de leche tampoco quedaron asentados en los libros contables. Cabe preguntarse ¿Cómo es posible que el ministerio de Educación no haya intervenido ante semejante cúmulo de irregularidades?