A 1600 kms de Salta, el Centro de Residentes Salteños del Oeste del Gran Bs. As., busca mantener costumbres lejos de casa, más precisamente en Rafael Castillo del partido de La Matanza… esa zona gigantesca que es la preferida de la TV para elevar la sensación de inseguridad. (Federico Anzardi desde Bs As)

Anochece en Rafael Castillo, partido de La Matanza, Gran Buenos Aires. El conurbano profundo: esa zona gigantesca que rodea a la Ciudad de Buenos Aires y es la preferida de los canales de televisión que elevan la sensación de inseguridad.

La sugestión que provocan las noticias empieza a parecerse mucho a la realidad en Rafael Castillo, donde esa sensación atraviesa todo el cuerpo sólo con abrir los ojos y mirar alrededor. Obliga a llevar la mochila adelante, a apretar la cartera contra el costado, a no quedarse quieto en la parada del bondi ni a sacar el celular. En Castillo hay algo que tira para abajo y no es sólo el presentimiento de que te van a afanar en cualquier momento porque parece ser tierra de nadie sin un solo policía dando vueltas, sino que es la resignada rutina de un grupo de habitantes de clase media y media baja que viven como en el tema “Time”, de Pink Floyd: cavando un hoyo sin sentarse a descansar, porque enseguida tienen que empezar de nuevo. Hasta que un día se den cuenta de que los años pasaron y de que vivieron nada más que para eso. En Rafael Castillo hay post menemismo, hay década perdida. Acá también la Nación cae.

En Chavarría al 1100, una calle de tierra y charcos, rodeada de baldíos y monoblocks, se erige un monstruo telúrico con forma de galpón. Es el predio del Centro de Residentes Salteños del Oeste del Gran Buenos Aires. Salteñidad en medio de tanto lugar común de resumen de TN. O, como reza el slogan oficial, “un pedacito de Salta en Buenos Aires”. Esta organización sin fines de lucro funciona desde 1988 e inauguró su sede en 1996. En el enorme predio se celebran peñas, fiestas folclóricas, carnaval, se reza la novena del 6 al 14 de septiembre, se realiza la procesión el 15, se venden empanadas, tamales, locro y cerveza Salta traída especialmente. Es el refugio del desterrado que añora su lugar de origen pero no vuelve. El salteño conurbanense extraña algo que vivió hace tiempo y que decidió abandonar para asumir otros ritmos, una tonada diferente y un clima distinto. Mantiene la tradición porque es lo único que puede conservar. No nota los cambios que se producen en Salta y se informa a través de los medios nacionales, que le muestran la salteñidad que creen reconocer, porque es la que eternamente vendió el turismo oficial.

Rufino Viltes tiene 74 años y vive en Morón. Forma parte de la comisión normalizadora del Centro de Residentes y es uno de sus socios fundadores. “Vivo acá desde el año 69”, cuenta, con una tonada que no se le fue nunca, a pesar de las décadas. “A Salta voy una o dos veces por año. Siempre voy a Angastaco, a los Valles Calchaquí (sic). Los últimos años fui a la quebrada, en Jujuy. Antes, cuando no conocía Jujuy, pensaba que Salta era mejor. Pero una vez que la conocí quedé abriendo la boca. No tiene nada que hacer Salta con Jujuy. Jujuy nos supera ampliamente. Nada más que Jujuy no lo sabe exportar de manera turística.”

Viltes se emociona cuando explica sus sentimientos por Salta. Dice que “todo animal que deja su tierra, siente”. “Uno desea volver, vive pensando en eso. No solamente yo, sino todos. Entonces eso nos llevó a hacer esto. Acá hay salteños de todo Salta, de donde menos se imagina. Y a veces, gente que no se conocía, se conocen acá. Salen familiares: ‘sí, somos primos’, dicen.”

Nélida Castro tiene 70 años que parecen menos. Es la encargada de la biblioteca del Centro. Se alejó del Norte en el año 60, hace 53 años. Nació en Jujuy, pero acá se siente una más, porque el NOA une a la distancia. Ella misma confirma que el Centro también funciona como un núcleo de ciudadanos del Noroeste que vienen a buscar algo que no encuentran en el Tren Sarmiento. “Tenemos el mismo pensamiento, la misma nostalgia. Es el desarraigo que nos trajo acá”, explica.

“Todos nos agrupamos acá para sentir que estamos cerca. Para sentir la zamba, el folclore, cosas que extrañamos del lugar nuestro. Venimos acá y nos damos un baño de norteño. Eso es lo que nos trae y nos hace trabajar acá sin ganar un peso, pagando el boleto”, cuenta Nélida y pasa a enumerar las actividades que se realizan en el Centro durante el año:

“Trabajamos todo ad honorem. Mandamos donaciones, tenemos unas escuelitas en el norte que son nuestras ahijadas. Tenemos los patronos, el Señor y la Virgen del Milagro. Hacemos la procesión y vienen mil y pico de personas. Son cuatro cuadras tranquilamente. Viene el obispo. Se hacen seis mil empanadas, tres o cuatro ollas de locro. Es mucha gente. Tenemos una comparsa (“Los Saltas”) para los carnavales, que son nueve fechas, de enero a marzo. Todo acá adentro del predio. Hacemos el Abril Cultural todos los sábados del mes. Vienen escritores a presentar libros, hacemos actividades. Defendemos el acervo, las costumbres de allí, para poder tener acá un pedacito de Salta en Buenos Aires, como dice nuestro slogan. Entonces tenemos locro, empanadas, empanadillas, los postres con cayote y nuez, vino de Cafayate. Todo traemos de Salta. Además de eso, en la Feria del libro o cuando viene el gobernador, no traen los gauchos, somos nosotros los que le damos el marco. Con Romero, con Urtubey.”

El Centro tiene salteñidad por todos lados. No escapa ningún detalle. Bustos de Güemes, banderas de la provincia, cuadros alusivos, cardones en las macetas de los descansos de las escaleras, bombos, cajas y fotos. La música del Chaqueño suena de fondo. Algo curioso: ninguno de los que se encuentran en el lugar está coqueando. Nadie. Hay costumbres que no se trasladan. A las nueve de la noche, la reunión pactada para las ocho aún no comienza. La impuntualidad del salteño promedio parece formar parte del desarraigo. Hay costumbres que sí se trasladan.

Parado a un costado del lugar de reunión está Héctor Aquino, trabajador de la construcción. 61 años de vida y 35 de exilio provincial. Es de San Carlos y llegó hasta la provincia de Buenos Aires con su familia. Hace doce años que viene al Centro. Cuando habla se emociona y le cuesta redondear una idea. Se queda sin palabras y dice que “uno no se olvida” de Salta.

“Extraño de todo”, dice. “La idea mía y de mi señora, que es de Rosario de Lerma, es tener la esperanza de jubilarme y volver. Estamos comprando un terrenito allá, lo estamos pagando. En agosto estuve para festejar los ochenta años de mi madre. Toda persona que va para allá le cuesta volver. Uno se tiene que venir por el trabajo, obligadamente. Es tan lindo ir y tan triste volver. Cuesta mucho”, cuenta.

Rufino, en tanto, explica que se le complicaría volver a vivir a Salta por su vida en Morón y por tener a parte de su familia en Misiones. Nélida, en cambio, dice: “Yo me quedé viuda hace ocho años y pensé en volver, pero tengo mis nietos acá. Además tengo la casa acá. Y no me animo, hay que empezar de nuevo. Además yo estoy compenetrada con esto y allá no lo tendría”. “Esto” es el Centro de Residentes. Suena contradictorio, pero es así: para algunos socios el Centro se volvió tan fuerte que es más pesado e importante que el lugar y las costumbres que dice representar.

“Siempre estoy pensando en volver. Porque uno no se va a olvidar jamás de la provincia de uno. No puedo hacerlo porque tengo mi casa, mi familia. Hace poquito estuve en Salta y me encanta, me gustaría vivir allá, pero no se puede. Me gustaría repartirme”, explica Victoria, una mujer de Coronel Moldes que vive en el conurbano hace cincuenta años y poco maneja de salteñidad explícita. Habla con la s arrastrada, algo típico de la zona. Tanto, que a veces se le escapa una al final de cada palabra. Victoria representa al que partió y siguió su vida en otro lugar, echó raíces paralelas y se dio cuenta de que jamás podrá estar conforme del todo, porque nunca podrá tener sus mundos completamente conectados. No hay Facebook ni red social que sea tan potente.

La visión del salteño que se fue

Para la mayoría de los entrevistados del Centro, Salta es una provincia que se encuentra bien, limpia y ordenada. La comparación inevitable que hacen es con su entorno más inmediato, el conurbano. Suena lógico que paseen por Tres Cerritos y se sientan en París. Al lado de Rafael Castillo cualquier ciudad es luz. Pero el salteño desarraigado no suele recorrer los barrios más profundos y se entera de lo que pasa a través de los medios nacionales. Conocen poco del día a día de la política salteña y reconocen que no hablan del tema en las reuniones.

“La ciudad de Salta se ha convertido en una ciudad cosmopolita. Por el turismo que tiene y además los países limítrofes que tiene cerca”, opina Nélida. “Se ha convertido en una ciudad como Buenos Aires, Córdoba. Es así. Diferente a Jujuy, que mantiene más su acervo cultural. Pero es la ciudad de Salta nada más, porque si uno hace 20 kilómetros más, la cosa ya cambia”.

“A la ciudad la vi muy expandida, se expandió muchísimo. Y se juntó mucha gente en el centro. Se introducen demasiadas ideas distintas en Salta, de distintos países. Cuando hacen los festivales de Urkupiña tiran bombas todo el tiempo, no dejan dormir. Eso antes no existía. Ahora pasa en cada esquina, a cada rato”, asegura Rufino. También dice que cada vez que viaja a Salta se descoloca durante el primer día, por el cambio de ritmo entre Buenos Aires y el Norte. “Uno llega acelerado y allá es todo despacito. El primer día me cuesta adaptarme. No encuentro nada abierto. Acá todo el día está todo las 24 horas”, dice, entre risas.

“Cuando voy la encuentro linda, por supuesto, con muchos más adelantos. Adelantos en todo. En turismo. Antes no había tanto. Allá uno deja la bicicleta y nadie se la lleva. Acá es imposible”, dice Victoria. A su lado está Matilde, una mujer de Guachipas que hace cuarenta años abandonó Salta y ahora trabaja en la municipalidad de La Matanza. Su opinión respecto a Salta es similar a la de Victoria: “Es más tranquilo, hay mucha tranquilidad. Es otra cosa. Tenés otra vida, allá. No estás preocupado porque te van a robar. Se vive muy distinto. A mí me gusta cómo maneja Urtubey. Vi muchos avances. Cuando voy la veo distinta. Veo mucho cambio, más grande, más limpia, más vigilancia, esas cosas. Salís al centro y está todo mucho más vigilado. Veo que se vive más tranquilo allá”.

“Está muy politizada Salta, no sé qué pasa”, reconoce Viltes, y agrega: “Si tuviera que votar allá, primero me informaría bien cómo están las cosas”. Es el único de los consultados que se muestra cauteloso a la hora de responder por los políticos salteños. El resto responde de una manera similar, basando su respuesta en comentarios de familiares y las noticias que reciben. Se asombran por el crecimiento del Partido Obrero y destacan a Urtubey como un buen gobernador.

“Creo, por comentarios, al menos; que Urtubey está haciendo bien las cosas. Eso me dicen. Pero habría que vivirlo”, dice Aquino, que cierra su respuesta con un resumen de lo que aparentemente se vive cuando uno es salteño, vive lejos y extraña: “Acá no se habla mucho de política. Sólo hablamos de las tradiciones”.

Para el salteño desarraigado, entonces, que se maneja a la vieja usanza, la política no es tradición.