A partir de los testimonios de cuatro chicas que lograron sobrevivir a la trata y explotación sexual, el film “Chicas nuevas 24 horas” deconstruye el mecanismo de modo contundente, pero no puede evitar los golpes bajos.
Es llamativo que tratándose del segundo negocio más lucrativo y de una de las violaciones más corrientes a los derechos humanos del mundo contemporáneo, no se conozcan documentales recientes dedicados al tema de la trata de personas. No al menos hasta éste, coproducción entre la Argentina, Colombia, Paraguay, Perú y España, coproducido y dirigido por la española Mabel Lozano, que fue candidato al Goya del rubro respectivo en la última entrega y se exhibe, a partir de hoy, todos los domingos en el Malba. Como hilo narrativo, el documental de Lozano –que tiene trabajos previos dedicados al tema– elige las historias y testimonios de cuatro chicas que pasaron por la experiencia (una peruana, dos paraguayas y una colombiana) y lograron sobrevivir a ella, tomando a la Argentina y España como territorios de acogida. El sacudón que generan los relatos se ve reforzado por las impresionantes cifras del negocio, que se van sobreimprimiendo cada tanto sobre las imágenes, con contundente mudez.
Los testimonios de las cuatro víctimas de la trata, sumados a los de una buena cantidad de asistentes sociales especializados en el tema, permiten deconstruir el mecanismo completo del proceso de esclavización sexual. Este comienza con la detección de una muchacha de origen humilde (tres de las cuatro son miembros de familias campesinas y numerosas) y el ofrecimiento de un futuro mejor. En caso de poseer una propiedad, por modesta que ésta sea, eventualmente –en complicidad con una inmobiliaria– se firma una hipoteca, que a la larga las deudas contraídas volverán impagable (en otros casos, lo que se hace pasar por hipoteca es directamente la transferencia de la vivienda). Una agencia de viajes, también en connivencia, prestará el dinero necesario para el pasaje (a la Argentina, a España), que se suma a la deuda impagable, junto con todo aquello que se le cobra a la esclava una vez arribada y luego de que se le quitó la identidad (el documento y el nombre): ropa, accesorios, vituallas, penalidades aplicadas en base a un sistema de castigos. En resumen, esclavitud. En el camino, nadie se enteró de nada: policías, controles aduaneros, autoridades, todos hicieron la vista gorda. Todos la hacen. Es que 32 mil millones de dólares al año permiten comprar casi tantas voluntades como el narconegocio.
El tema nada en la abyección y se presta al golpe bajo. Chicas nuevas… en términos generales lo evita, lo cual no quiere decir que ciertas decisiones no sean discutibles. Por un lado, y avisados seguramente de que los documentales “no venden”, los responsables han querido darle un barniz de cierto “gancho”, que se manifiesta sobre todo en la utilización de la música, de a ratos enfática, del montaje, clipero al comienzo, y sobre todo de un hilo ficcional intercalado, que presenta una imaginaria sesión de venta del negocio de la prostitución a un grupo de compradores. Como si se tratara de un producto Avon, o algo por el estilo. En una oficina impersonal, una gerenta de impecable aspecto, interpretada por la actriz Ana Celentano, destaca, con un cinismo destinado a dar vuelta el estómago del espectador, las inigualables ventajas de un negocio en el que se puede reutilizar una y otra vez la “materia prima”, cargando sobre ésta los costos y desechándola, de ser necesario. La pregunta es si era necesario echar mano de ese golpe que sí está al límite (si no por debajo) y que no suma a lo que el documental expresa de por sí. Otro tanto puede decirse de una serie de planos fijos que muestran a chicas, presuntamente prostituidas o con posibilidades de serlo, sonriendo a cámara, en los lugares donde viven. El efecto es perturbador, pero forzado, porque evidentemente se les pidió que lo hicieran. ¿Ese pedido no es acaso una forma de manipulación, si no de explotación simbólica de su inocencia?
Fuente: Página 12