Enterada de que Ricardo Gil Lavedra defenderá al ex juez Ricardo Lona; Soledad Outes escribe desde Madrid sobre el hombre a quien denuncia como partícipe del asesinato de su padre en la Masacre de Palomitas. “Dicky” Lona, como Soledad lo llama, era amigo de la familia Outes a la que ayuda a desgarrar.

Con sólo dieciséis años, Soledad Outes y su hermana Rosario llegaron a España en diciembre del 76. Escapaban del horror que vivía Salta con la dictadura que ya se había cobrado la vida de su padre Pablo Outes. Éste se había entregado en noviembre del 75 al propio juez Ricardo Lona que era amigo de la familia. En julio de 1976 Outes fue retirado del penal de Villas Las Rosas junto a una decena de presos políticos que luego fueron acribillados en el Paraje de Palomitas. Desde entonces, Soledad Outes vive en España y vuelve cada dos años para, entre otras cosas, exigir justicia por su padre. Desde hace años que denuncia a Ricardo Lona por connivencia con los militares y de ser pieza clave de las maniobras judiciales “democráticas” que dilataron y entorpecieron todo para así beneficiar a los culpables y de ser un persona execrable.

soledad-outes-y-el-pasaporte-con-el-que-salio-del-pais-en-1976

Foto: Soledad Outes y el pasaporte con el que salió del país 

Consultada por Cuarto Poder sobre las sensaciones que le provoco el saber que Ricardo Gil Lavedra asumiría la defensa de Ricardo Lona, nos escribió estas líneas que preferimos publicar integras.

“Ricardo ´Dicky´ Lona animó a mi padre, Pablo Outes, para que se entregara a la justicia asegurándole que obtendría un juicio justo, protección y seguridad. El ambiente de violencia que reinaba en Salta en 1975 y el hecho de que Lona fuese un amigo de la familia que frecuentaba nuestra casa desembocó en que mi padre, escondido en el auto de su prima Florencia Patrón Costas para evitar los controles policiales que abundaban en la ciudad, se entregara a su amigo Dicky Lona en su propio domicilio y en que este lo acompañara a la Policía Federal donde quedó detenido.

Quizás esta fue la primera de las muchas mentiras que el ex juez Lona fue tejiendo y que desembocaron en el asesinato de mi padre junto a otros diez compañeros en el paraje de Palomitas el 6 de julio de 1976 en uno de los crímenes más aberrantes de la historia argentina. Durante el tiempo que mi padre estuvo preso el exjuez Lona incumplió sistemáticamente todas las obligaciones de su cargo, abandonando a mi padre en manos de sus carceleros, despojándolo de todos sus derechos y sumiéndolo en el más absoluto desamparo.

El exjuez Lona por su formación, por sus sobrados conocimientos de las leyes y por el cargo que desempeñaba era el único garante de los derechos de los presos a la vida, a la salud y a la seguridad, a no ser torturados o maltratados. Lona era su única salvaguarda para recibir un juicio justo, para que su dignidad fuera respetada, para que no fueran sometidos o discriminados y sin embargo permitió las torturas, las celdas de castigo y aislamiento, facilitó los traslados indiscriminados y jamás respondió a las peticiones de un juicio justo que le dirigieron los presos que, como mi padre, eran privados de su libertad durante años sin ningún cargo ni derecho a defensa de un letrado. Ricardo Lona despojó a los presos de sus derechos más elementales impidiéndoles la salida a los patios, la lectura y hasta el estudio.

A pesar de los muchos años transcurridos no puedo olvidar que cada día de visita a la cárcel, mi hermana Rosario y yo teníamos que llevar comida y ropa limpia a nuestro padre porque el alimento escaseaba y no se le permitía lavar la ropa. También recuerdo que nos aprendíamos de memoria las noticias y las recitábamos dentro ya que estaban totalmente incomunicados con el exterior y no podían leer, escuchar la radio o ver la televisión. Las salidas al patio eran muy breves, solamente una hora diaria y eso obligaba a mi padre a hacer ejercicio dentro de la celda para mantenerse en forma física y psíquica ya que de joven había sido boxeador y le gustaba entrenar diariamente. Mantuvo este hábito hasta que perdió la musculatura de un brazo por las torturas.

Los traslados sin previo aviso nos causaron mucho sufrimiento ya que a veces pasaban semanas hasta que recibíamos noticias desde cárceles lejanas en Rawson, Resistencia o Villa Devoto. En esas ocasiones nos comunicábamos por carta ya que no teníamos dinero para visitarlo y si lo hubiéramos tenido tampoco hubiera sido posible. No me imagino a dos chicas de quince y trece años, que nunca habían salido de Salta, recorriendo el país para ver a su padre.

Otra fuente de sufrimiento era la incertidumbre ya que mi padre estaba preso sin cargos, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y esa situación se prolongaba sin que existieran cargos ni posibilidad de defensa alguna ni perspectiva de recibir sentencia alguna. El miedo y la inseguridad reinante atemorizaban a los abogados que nunca se acercaron a la cárcel porque temían poner en riesgo su vida. Las visitas se limitaban a un escasísimo número de familiares directos y a su compañera Sara Ricardone que debía soportar el apelativo de “concubina de Outes”.

Las humillaciones también nos afectaban a las hijas que éramos cacheadas sistemáticamente cada vez que entrábamos en la cárcel y a veces teníamos que quitarnos las compresas higiénicas a pesar de estar menstruando porque la funcionaria de turno nos amenazada con impedirnos ver a nuestro padre acusándonos de transportar algún objeto prohibido en ellas. A pesar de esto nunca faltamos a la visita y nos dirigíamos puntualmente a la cárcel al salir del colegio.

Lona fue un colaborador necesario de los criminales y aunque nunca empuñó un arma o apretó un gatillo sus crímenes son en mi opinión más execrables ya que allanó el camino de los asesinos que no encontraron el freno de la ley y la justicia. Gracias al esfuerzo de muchísimas personas que lucharon incesantemente en los últimos cuarenta años y al apoyo decidido de Néstor y Cristina Kirchner; Ricardo Dicky Lona va a tener los derechos que negó a las víctimas del terrorismo de estado. Tendrá un juicio justo, podrá comunicarse con sus abogados, familiares y amigos, sus bienes y sus derechos serán respetados. Y si finalmente acaba sus días en la cárcel como espero, no le faltará un libro o un cigarrillo porque eso sería tortura”.

Soledad Outes, Madrid 3 de abril del 2015