Por Franco Hessling
Aclaremos que este texto no pretende reflexionar sobre el movimiento feminista en sí, dentro del cual sobran mujeres y personas de géneros disidentes que cultivan una discusión sobradamente fértil, donde conviven diferentes tendencias que, a juzgar por los hechos, han tenido la madurez de actuar con unidad en las calles. En todo caso, les lectores de Cuarto Poder, para acercarse al feminismo, pueden consultar las notas de Andrea Sztychmasjter, Claudia Álvarez Ferreyra y Andrea Mansilla que acompañan la edición de esta semana. Fuera de nuestro semanario pueden recorrer los escritos de Luciana Peker, Mariana Carbajal, Celeste Murillo o María O´Donell. Simone De Beauvoir suele iniciar a varies. Después del primer espasmo, les patriarcales podrán pasar a Judith Butler, Paul B. Preciado y Monique Witting, sin dejar de visitar otras históricas como Virginia Bolten, Flora Tristán, Rosa Luxemburgo o Aleksandra Kollontai, entre muchas más. Las que conocen estas y otras autoras en profundidad proponen las discusiones más fundamentadas, según dicen las que saben.
Éste, en cambio, es un análisis político del movimiento feminista como actor social en Salta, Argentina, una sociedad tan papal como patriarcal. Recabemos hechos recientes evitando sobredimensionar lo conquistado esta semana en el Congreso de la Nación, aunque sin relativizar esa media sanción a la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), freída al calor de lo que ni el más cavernario puede negar: la marea verde. El movimiento de mujeres y géneros disidentes cobró un protagonismo que en los últimos años ha sido señero de las grandes reformas legales y cambios culturales. Ciertamente todavía leves.
Para no sombrear de escepticismo el matrimonio igualitario, la identidad autopercibida y la fertilización asistida, digamos que quienes consultamos literatura histórica asumimos que las transformaciones culturales insumen décadas. Algunas mentes se petrifican y no hay cambio que consideren justo, ni siquiera cuando ello implica sólo la libertad de otre, que en nada afecta la suya propia. Algo les juega en contra a esas mentes, la finitud de la materia, ya que la petrificación de la conciencia ocurre con el paso del tiempo y, entonces, augura un final próximo. Las subjetividades de les jóvenes son plastilina, contrarias a la rocosa mentalidad de los inveterados, lo enrostran las gráficas de la movilización de esta semana, ocurrida en paralelo a la maratónica sesión de la Cámara Baja. De un lado miles y miles de púberes, adolescentes y mujeres de toda edad. Del otro, quincuagenarios, sexagenarios, septuagenarios y viejos chotos de toda estampa, aunque mayormente de talante oligarca y cháchara católica.
Desde que Juan Urtubey instruyó a la casta política para que declarase la Emergencia en materia de Violencia de Género, sancionada por primera vez en septiembre de 2014, los femicidios no disminuyeron un ápice. Acotemos al respecto que es imperativo entender que no se trata de un dato estadístico, se trata de una aberración intolerable. Urgente. Los femicidios están en la misma escala de valores que la mortandad infantil, mover la vara numérica es una victoria pírrica, no significa prácticamente nada. Son las aberraciones contemporáneas que hay que erradicar de cuajo, no el aborto, un derecho que debe servir para ratificar la libertad de las mujeres sobre sus cuerpos y la obligación del estado de asistir a cualquier persona gestante que no elija la maternidad.
En estos momentos nadie quiere estar en los zapatos de Urtubey o de alguno de los siete diputados nacionales salteños, unos cuantos con ambiciones de gobernador. Ellos habrán visto con preocupación los videos de la inmensa convocatoria que hubo en la Legislatura. El grupo de los pañuelos celestes, reivindicado por el Senado provincial por unanimidad, incluido el kirchnerismo, y por el Concejo Deliberante, se figuró como una balsa en medio del océano. En Capital Federal, las imágenes satelitales sentaron precedente de la enorme diferencia de asistentes de un lado y otro del operativo policial alrededor del Congreso. Retomemos la proximidad: la plaza Güemes, la calle Mitre al frente del Palacio Legislativo, fue la desembocadura del cauce verde que arreció a los defensores del estado patriarcal, que decide sobre los cuerpos que tienen posibilidades de gestar. La asombrosa convocatoria dejó boquiabiertos a la Iglesia y sus pajes, tanto como a los “representantes” del pueblo.
Como se sabe, todos votaron en contra, aún con les miles de jóvenes, personas de géneros disidentes y mujeres que estaban en vigilia y que, a nivel nacional, vienen logrando lo que ninguna corriente política hasta ahora: marginar a la Iglesia Católica del Estado-Nación laico. Salta arrastra un largo lastre de connivencia entre la casta política y el poder eclesial, aunque en los últimos tiempos el movimiento feminista le ha ganado pulseadas que fueron desde un fallo de la Corte Suprema contra la educación religiosa en las escuelas públicas, donde empiezan a dictarse talleres de educación sexual integral, hasta la adhesión al protocolo nacional de abortos no punibles, hace pocas semanas.
La casta política no ha dejado de mostrarse incómoda con estas concesiones que debieron hacerse al movimiento feminista, cargándose el enfado de la cúpula del catolicismo salteño, que si ya miraba con desconfianza que un franciscano ocupe el cargo de Papa, aunque fuera argentino, ahora tiene una úlcera verde que amenaza con herir letalmente sus influencias políticas. Ya ni las y los dirigentes advenedizas/os quieren estar del lado de la arquidiócesis, la juventud impone laicidad y soberanía de cada une sobre su cuerpo y se ve desangrar la cultura patriarcal tan enraizada en la moral de la feligresía católica. Les arribistas empiezan a ver más rédito en ponerse del lado de la marea glauca que en mostrarse conservadores como la Iglesia.
La recua de diputados nacionales por Salta, todos hombres, puso bien alta la bandera de la salteñidad que perdió la batalla en las calles, aquella anquilosada y retrógrada de los conservadores. Ni el oportunismo que los caracteriza pudo con el arraigo a la tradición forzada del relato machista, gauchesco y devoto, que todos los legisladores demostraron tener internalizado. Igual que en el Senado provincial con su declaración unánime contra el aborto, desde el peronismo, pasando por el kirchnerismo, hasta el radicalismo y los PRO puros estuvieron de acuerdo en sostener la clandestinidad del derecho a la IVE. El desencanto de las masas que se movilizaron y manifestaron a favor de este derecho en Salta se hizo sentir en cuanta expresión pública acompañó el debate en el Congreso y sus repercusiones. Cuesta creer que alguno de los diputados que votó esta semana tenga mucho vuelo político después de su reaccionaria y misógina posición. Algunos, como mucho, conservarán su electorado duro, el de la salteñidad en remisión. Otros, como Sergio Leavy, Javier David o Pablo Kosiner, que a veces intentan pasar por progresistas, podrían haber sellado su defunción electoral pensando en 2019.
Vayamos algo más lejos en el escudriñamiento del fenómeno verde: los siete diputados varones hicieron ostensible que el movimiento feminista salteño tiene pocas expectativas que depositar en los miembros de la casta, que aunque hagan reacomodamientos discursivos sobre su “deconstrucción”, sobre todo en tiempos de campaña, luego hacen pocos esfuerzos por empatizar con las demandas de las mujeres y géneros disidentes. Así las cosas, puede que la lectura política sugerida por Cuarto Poder en su edición del 14 de abril de este año, cuando el título central de tapa fue “El cuco femenino”, en un juego de palabras con respecto al cupo femenino, haya dado en la tecla de lo que podría avecinarse para terminar de sacudir la cuidada estructura patriarcal de las instituciones de poder de la provincia. Hasta el momento nadie habla de candidatas mujeres ni trans, pero la inmensa lucha que las salteñas vienen desarrollando, de ganar cierto escarmiento tras la votación del jueves último, no se conformará con elegir otra vez entre candidatos varones.
Se sabe que la discusión por la igualdad no es meramente genital, sin embargo, más vale posible sororidad que seguir esperando empatía de machos. Igualmente, hará falta que las mujeres dirigentes en las que se deposite confianza, además de sororas, cuenten con una orientación política que busque la emancipación de las mayorías oprimidas.