La lucha de décadas se condensó en una excelsa movilización con actividades durante toda la sesión de Diputados y vigilias que, por una vez, no fueron para embroncarse por la desigualdad sino como preludio de una inmensa conquista. Las 22 horas de espera en primera persona. (Andrea Mansilla)
El jueves 14, a la tarde, llevaba 32 horas sin dormir y transitaba las últimas horas del día que quedó marcado en la historia y en las memorias de todas las personas con capacidad gestante de Latinoamérica para siempre. Tenía sueño pero no me sentía cansada. Un exceso de euforia me tuvo festejando desde el miércoles a las 11 de la mañana, momento en que empezó la sesión en la que se debatió el proyecto de ley por el aborto legal en Diputados. La vigilia en la plaza de la Legislatura en Salta, como en todas las plazas del país, explotaba de gente.
Después de la conferencia de prensa, la sesión fue transmitida por una pantalla gigante que durante todo el día reprodujo además mensajes de lucha y esperanza.
Compartiendo la plaza, al lado en un gacebo transparente, diez (o menos) personas pasaron de la plegaria al baile y desplegaron carteles con dibujos de niñes nacides pidiendo “no me asesinen”. En una escena digna del realismo mágico, los antiderechos (quienes se arrogaron el término pro-vida) sentían que el poder de la oración iba a cambiar el curso de la historia: desde el día anterior, las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro fueron sacadas a la galería de la catedral. Esas imágenes que no asomaron en los momentos más oscuros de nuestro país salían a detener el terremoto feminista y sólo lograron congregar a un grupo de personas que defendían la vida y en las redes sociales nos deseaban la muerte.
Durante el mediodía y las horas posteriores, la plaza se fue llenando de pañuelos verdes y glitter. Amigues, compañeres, hermanes, madres, fueron llegando con banderas, parches, stickers y carteles deseando la legalización del aborto. A las 16.30 comenzó una intervención artística que movilizó a la multitud hacia la calle Mitre, cortó el tránsito y ocupó el lugar que veníamos tomando pero que ahora tendremos para siempre: la calle.
Después de cantar el arroz con leche de las Socorristas en Red —un clásico de las movilizaciones feministas— algunes compañeres subieron a las escalinatas de la plaza y ahí quedaron elles: cientos de adolescentes que nos enseñaron sus cantos nuevos, nos mostraron otras formas de organización, llenaron la plaza de esa frescura que a veces creímos olvidada. Esta vez no sólo había mujeres, lesbianas, trans y travestis vistiendo el símbolo de la consigna feminista más presente de estos años sino que ahora adolescentes varones se llenaron de purpurina y accesorios verdes, demostrando así que la masculinidad de la que otros se vanaglorian no es más que un instrumento de opresión. Ahí estaba, ante nuestros ojos, la nueva generación que a partir de septiembre va a crecer en un mundo más justo. Ahí estaban elles, sin precisar ninguna indicación, creando nuevas reglas.
Con el sol cayendo, la danza afro nos puso a bailar en esa calle tomada y la mística del momento arengaba a seguir cantando fuerte mientras en la Cámara de Diputados los legisladores salteños (todos varones) pedían cementerios para fetos. Como era de esperarse, en las redes sociales, Salta volvió a ser tendencia por los dichos nefastos de Alfredo Olmedo. Sin embargo, la vigilia demostraba estar a la altura del momento histórico con una organización y una cobertura de la sesión que nada tenían que envidiarle a la gran vigilia porteña, salvando por supuesto las distancias en cuanto a densidad poblacional.
La tarde siguió entre cantos, abrazos y abucheos a las exposiciones antiderechos en el Congreso. A las 19 se vivió un pañuelazo más y Patas Flacas/produ feminista sacó desde un drone una foto histórica para la provincia.
Sol Bello, Celeste Martín, Mariana Baraj, Valen Taina y otras artistas tocaron mientras del otro lado de la plaza curas y otras personas antiderechos violentaban a nuestres pibes rezándoles y cantándoles en la cara, desplegando una más de las claras hostigaciones que habían vivido en sus colegios. La policía salteña, siempre protectora del patriarcado, estaba más preocupada por contener las vallas de la Legislatura que por impedir un desastre. Fueron las compañeras feministas que conducían la radio abierta quienes alertaron de la situación y pidieron que nadie respondiera a las provocaciones.
Después del trago amargo, la temperatura del aire seguía bajando pero éramos cada vez más y el frío no existía. Tuve la suerte de compartir ese momento histórico con mis amigues y mis primas. En sus trabajos, muches compañeres más seguían el debate por internet y anhelaban estar ahí. Todes sabíamos que la historia se estaba escribiendo en ese mismo momento. Mis amigas de siempre y yo soñamos muchas veces con este momento: todas abrazadas, cantando, llorando por la alegría de haber conseguido un derecho que nos tenían vetado.
Lo que no habíamos imaginado quizás es que llegaría tan de sopetón. Que se nos daría en el seno de un gobierno neoliberal que violenta constantemente nuestras economías domésticas, nuestra educación, nuestros servicios. Que habría tanto odio del otro lado, del lado de los antiderechos. No imaginamos quizás que se nos rezaría en la cara, con asco. Es verdad que estábamos acostumbradas a la violencia simbólica que las instituciones constructoras de hegemonía ejercen sobre nosotras y la disidencia todos los días, pero al menos yo, nunca imaginé que nos llamarían asesinas, perras y marsupiales en un mismo debate. Tampoco imaginé que las diputadas de distintos espacios políticos fueran a olvidar sus diferencias (y vaya si son muchas) para votar a favor de la legalización. Algunas no creían en la justicia social y terminaron votando favor de una ley que es justamente eso.
Durante el tiempo que duró la sesión, casi 22 horas, tuvimos que soportar la violencia de Andrés Zottos que empezó su exposición saludando a los departamentos salteños como si fuese un programa de radio. Tuvimos que soportar la vergüenza ajena que nos producían las posturas de Sergio Leavy, Miguel Nanni, Alfredo Olmedo, Martín Grande, Pablo Kosiner y Javier David.
Finalmente, a las 9.56 de la mañana del jueves 14, la media sanción que conseguimos gracias a años de lucha y a la fuerza de la vigilia en las calles, nos unió en un grito de victoria que acompañamos con lágrimas de emoción. Abracé a mis amigas, que hoy son Socorristas y han acompañado y cuidado a todes les que quisieron abortar en estos años. Las abracé fuerte y recordé nuestras charlas de adolescencia porque fueron el síntoma de nuestra militancia feminista: hoy no nos encontrábamos buscando herramientas para acompañarnos ni llorando por las injusticias, el jueves nos encontraba abrazadas entre pañuelos verdes llorando de emoción por la conquista que logramos todes les feministas en las calles.
Cada vez que nos dijeron locas, cada vez que nos dijeron feminazis, cada vez que quisieron enseñarnos cómo luchar, nos dieron más fuerza para seguir creando nuestra propia lógica de organización y lucha. Cada opresión, cada violencia que nos rasgó la piel, nos posicionó donde estamos ahora, dando un ejemplo de movilización y demostrando que somos el movimiento social más importante de estos últimos años.
Después de cantar con mis amigas, fuimos a la plaza a festejar con les compañeres. Algunes estaban en sus trabajos deseando tener a alguien a quien abrazar, deseando poder cantar fuerte y festejar a los saltos. A pesar de esta gran victoria, en Salta todavía corremos el riesgo de ser desempleades si decimos lo que pensamos y sabemos que es la batalla que elegimos librar todos los días. Sin embargo, mientras caminábamos hacia la plaza, mujeres y hombres nos esbozaban sonrisas y nos mandaban mensajes de afecto. Yo decidí irme temprano porque en casa me esperaba mi mamá, la mujer que me enseñó todo lo que sé sobre el amor y la empatía y con quien comparto cada lucha en la calle y dentro de las paredes de las casas que habitamos. Me esperaban también mi tía y mis primas, porque eufóricas por la victoria, nos juntamos a comer para festejar. Por una tarde nada de lo que pasaba a nuestro alrededor nos importaba. Ni el mundial, ni lo que decían desde la iglesia, ni lo que pensaban los opinólogos que sentían el deber moral de decirnos por qué les parecía mal la legalización. Pensábamos en las personas con capacidad gestante de otros países (una amiga de Uruguay me había estado mandando mensajes de aliento toda la semana) que ahora aprovecharían el envión feminista. Pensábamos en las más chiquitas de nuestra familia y en el mundo que para ellas estamos construyendo. Pensamos en la fuerza del movimiento feminista en Salta, capaz de luchar contra un régimen moral que constantemente es noticia nacional por la violencia que ejerce sobre nosotres.