Por Alejandro Saravia

Fernando Henrique Cardoso, exministro de Economía y expresidente de Brasil, reconocido intelectual y uno de los fogoneros de la teoría de la Dependencia, decía que gobernar es explicar. Explicar para atrás pero también explicar para adelante. Es decir, enseñar, esclarecer qué es lo que se hace o se hizo y por qué se lo hace o hizo, pero también explicar qué es lo que se va a hacer y por qué se lo va a hacer.

Esto, que parece sencillo, elemental, de puro sentido común, no es del todo asimilado y ejercitado por la conducción gubernamental argentina. Desde un comienzo, desde el mismo momento en que asumió esta nueva conducción, fue reacia a ejercitar tan elemental premisa. No describió con pelos y señales qué país recibía con el mero argumento de que no se podía proveer de malas noticias, de malas ondas, y que todos sabían ya cuál era la situación. Craso error que aún hoy se sigue pagando. Recibió una herencia sin beneficio de inventario. Quizás se debió a no haber leído a Charles De Gaulle, presidente francés, fundador de la V República, quien decía que si tras seis meses de gestión un gobierno seguía inculpando a su antecesor, estaba reconociendo su fracaso.

Es tan elemental lo que estamos planteando que el propio Carlos Pagni, columnista de La Nación, lo dijo también. Habló de la necesidad de acordar puntos estratégicos con los sectores políticos, económicos y sociales y habló también de la necesidad de una épica republicana. Personalmente no sé si eso se alcanza con la clarinada del equilibrio fiscal.

El acuerdo con el FMI que se acaba de firmar se da en el marco de un ajuste económico que era indispensable transitar. No sólo por la herencia kirchnerista recibida sino por las largas décadas de desorganización de la economía y del Estado que transitamos desde 1930. Esa desorganización es la que estamos padeciendo ahora porque nunca se solucionó. Un ramalazo de antiguas épocas. Un pasado permanentemente contemporáneo. Un eterno retorno.

Que este nuevo acuerdo con el Fondo sirva o no dependerá fundamentalmente de dos factores: qué se haga en este tránsito y cómo se lo presente. La desconfianza, la incertidumbre social está puesta en esos dos perfiles. En el qué y en el cómo. Ya se perdieron oportunidades: en el comienzo de la gestión y tras las elecciones legislativas del año pasado.

En este sentido, otro columnista, Julio Montero, doctor en Teoría Política por la Universidad de Londres, es decir alguien insospechado de inclinaciones populistas, habla también de la necesidad de un relato republicano. Dice que si bien la construcción de relatos políticos es siempre peligrosa, en ciertas ocasiones se vuelve inevitable. El desafío es organizarlo de un modo despersonalizado, que tienda a la inclusión y al fortalecimiento del Estado de Derecho. Cita como ejemplo de ello a la famosa disyuntiva entre civilización y barbarie de Sarmiento y a la celebración de la democracia del presidente Alfonsín.

Si bien la construcción de relatos políticos es siempre peligrosa, en ciertas ocasiones se
vuelve inevitable.

Las reformas profundas siempre suponen sacrificios que la gente no acepta a menos que se le señale un horizonte, así como un pasado que debe dejarse atrás. Esa creación de sentido es la esencia misma de la política y prepara el terreno para una gestión técnica adecuada y sostenida sobre un amplio apoyo ciudadano. Acá y ahora, digo yo, omitieron aquella etapa y se lanzaron a una pura gestión en manos de Ceos, sin dibujar ningún horizonte. La incertidumbre es la consecuencia.

Montero concluye diciendo que en la medida en que la ciudadanía entienda que estamos construyendo la república, Cambiemos ganará el capital simbólico para impulsar una Argentina moderna, próspera y genuinamente igualitaria. Tal vez, finaliza, ya sea hora de dejar los consejos de los expertos en marketing comunicacional y hacer política de verdad.
Esa Argentina moderna, próspera e igualitaria señalada es la tierra prometida a la que debemos llegar, y por la cual valen la pena los sacrificios, en la medida en que sean equitativamente repartidos.

El reemplazo del marketing por la política es la natural consecuencia de asumir la vida colectiva no como una foto sino como una película. Con su comienzo, es decir, su punto de largada, su guión y su argumento y su fin. Es decir, el arribo a esa tierra prometida. Algo más vívido, más espontáneo, más vigoroso. Sin tanto coaching ni marketing.