En tiempos de encierro obligado hombres descubren la carga que las mujeres soportan sobre sus espaldas cada día de sus vidas, aunque algunos siguen sin percatarse. (Por Andrea Sztychmasjter) La carga mental es aquello que muchas mujeres llevan en total soledad, o quizás sólo lo exteriorizan con sus hermanas y algunas amigas. La artista Emma Clit,  retrató este concepto en «No me lo has pedido»: el cómic sobre las excusas que dan los hombres con las tareas del hogar. En los tiempos actuales cualquier hombre promedio de 40 años para abajo puede sentirse “ofendido” cuando se habla de machismo con las tareas de la casa, pues todos en su mayoría- aseguran haber dejado atrás sus privilegios y hoy se muestran más hacendosos; hacen las compras, lavan platos y ropa, limpian el piso, desinfectan el baño!. Lo cierto es que a pesar de ello, la carga mental que sobrellevan las mujeres sigue invisibilizada, silenciada. Y esto puede demostrarse con cotidianos ejemplos: cuando los hombres dejan que las mujeres les digan en qué pueden “ayudarlas” están negando esta carga mental; cuando un hombre espera que la mujer le diga qué tiene que hacer, la está negando.  La carga mental en definitiva es toda la coordinación, administración y logística que significa mantener una casa. La lista de tareas y preocupaciones que suele ocupar la mente de muchas mujeres es interminable. Además de las propias de su desempeño profesional o laboral, se añaden las propias del cuidado del hogar que recaen con mayor intensidad en ellas. La carga mental en el ámbito doméstico y familiar tiene 3 aspectos que conviene destacar, según la investigación realizada por Área Humana, Investigación, innovación y experiencia en psicología: No es un trabajo reconocido. Al ser un trabajo mental y cognitivo en el ámbito privado, no está cuantificado, es en gran medida invisible y, por tanto, no suele ser valorado por parte de los miembros de la familia, y en ocasiones ni por la propia mujer, hasta que el grado de malestar sobrepasa un límite que es difícil de ignorar. Esto dificulta la propia identificación de las fuentes de estrés y por tanto de una adecuada gestión, con costes para la salud emocional, física y social de las mujeres. Genera un sentimiento de sobrecarga, de no poder llegar a todo lo que se tiene que atender. Este es un factor crucial, junto con la percepción de falta de control e impredictibilidad, y contribuye a un incremento de percepción subjetiva de estrés. El resultado es que disminuye el grado de percepción de autoeficacia y afecta de un modo notable a la autoestima.  Es un trabajo poco gratificante. El tipo de tareas y demandas en el ámbito familiar y doméstico, por sus especiales características, conlleva afrontar contratiempos, esfuerzos de regulación emocional, solución de problemas, conflictos y sortear dificultades que, si bien constituyen sucesos menores, de moderada o baja intensidad, al ser frecuentes y cercanas, tienen una gran significación para la salud de las personas. Por otro lado, son actividades que no suelen generar la percepción de logro, de avance personal o de recompensa. Y al ser experiencias repetitivas e incontrolables, afectarán al bienestar, propiciando determinadas enfermedades físicas, psicofísicas o trastornos psicológicos como la ansiedad o la depresión.

Eso que llaman amor

Fue la teórica feminista Silvia Federici quien -en contra del planteamiento dominante en la literatura tanto radical como liberal-  retrató que el trabajo doméstico y todo el conjunto de actividades esenciales para la reproducción de las vidas de las mujeres, en realidad, constituyen un trabajo esencial para la organización del trabajo capitalista. Esto lo convierte, en cierto sentido, en el trabajo más productivo del capitalismo. Sin él no podrían darse otras formas de producción. Federici en 1972 se unió a la campaña internacional Salario para el Trabajo Doméstico (WfH en sus siglas en inglés).

“La campaña para reclamar un salario para el trabajo doméstico se lanzó en el verano de 1972 en Padua con la formación del International Feminist Colective [Colectivo Feminista Internacional] por un grupo de mujeres de Italia, Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Su objetivo era la apertura de un proceso de movilización feminista internacional que llevase al Estado a reconocer el trabajo doméstico como trabajo ―esto quiere decir, como una actividad que debería ser remunerada― ya que contribuye a la producción de mano de obra y produce capital, posibilitando así que se dé cualquier otra forma de producción. El movimiento WfH supuso una perspectiva revolucionaria no solo porque exponía la raíz de la «opresión de las mujeres» en la sociedad capitalista sino también porque desenmascaraba los principales mecanismos con los que el capitalismo ha sustentado su poder y mantenido dividida a la clase obrera, a saber, la devaluación de esferas enteras de actividad humana, comenzando por aquellas actividades que abastecen la reproducción de la vida humana, y la capacidad de utilizar el salario por una parte de la sociedad para extraer trabajo de esas otras grandes partes de la población que parecen estar fuera de las relaciones salariales: esclavos, sujetos colonizados, presos, amas de casa y estudiantes. Dicho de otra manera, para nosotras la campaña de WfH era revolucionaria puesto que reconocía que el capitalismo depende del trabajo reproductivo no asalariado para contener el coste de la mano de obra, y creíamos que una campaña que fuese exitosa drenaría las fuentes de este trabajo no remunerado y rompería el proceso de acumulación capitalista, permitiendo a las mujeres enfrentarse al Estado y al capital en un terreno común a la mayor parte de las mujeres. Por último, también veíamos la WfH como una herramienta revolucionaria puesto que ponía fi n a la naturalización del trabajo doméstico, disipando así el mito de que es un «trabajo de mujeres», y que, además, en vez de reclamar más trabajo, lo que exigía era que se nos pagase por el trabajo que ya hacíamos. En esta cuestión, debo puntualizar que luchábamos por un salario para el trabajo doméstico no para las amas de casa, convencidas de que de este modo la demanda recorrería el camino hacia la «degenerización» de este trabajo. También exigíamos que estos salarios no proviniesen de los maridos sino del Estado como representante del capital colectivo ―el auténtico «Hombre» beneficiario de este trabajo”. (Extraído de su libro Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas)