Editorial por Rodrigo España
Primero que nada asumo para estas breves consideraciones el epíteto de inmigrante y la primera persona gramatical pero de alguna manera pienso en una situación más bien colectiva en torno a un suceso ocurrido en la semana que pasó: una pintada en la fachada de un comedor —El Refugio Boliviano— ubicado en calle Gorriti casi esquina San Martín: “Fuera Bolivia”, decía escrito con aerosol negro. Aún puede observarse si es que alguno de los lectores decide recorrer, digamos este fin de semana, la zona del Paseo de los Poetas. Notar esto me recordó otra pintada, unos meses atrás, en el Centro Boliviano de Socorros Mutuos (sobre calle Bolívar) que tenía un mensaje similar: “Fuera bolivianos”.
Estos dos casos resultan ejemplificadores para pensar un par de situaciones que como residente salteño, en Argentina, pero nacido en otro país, Bolivia, he podido apreciar en los últimos 15 años de vida en estas tierras. Algo similar a lo que también pueda ocurrirle a otros migrantes, tanto latinoamericanos como asiáticos y hasta africanos, pero no tanto así a algunos europeos, sobre todo aquellos que compran y han comprado históricamente porciones gigantes de suelo, quienes paradójicamente suelen ser los menos vilipendiados a la hora de escrachar a los que vienen a “robar la tierra”.
Para no irnos por las ramas, retomo la idea de que ambas pintadas xenófobas mencionadas en el primer párrafo resultan, en cierto grado, hasta alegóricas si es que analizamos las condiciones en las que se dieron y luego permanecieron o no. En el primer caso tenemos la realizada sobre el mural que adorna el comedor boliviano, esa pintada que sigue ahí, que es visible y que nadie ha hecho nada por borrarla hasta ahora, algo que en algún momento seguramente sucederá, aunque para eso deberían repintar una parte importante del mural en cuestión, del fondo, por así decirlo. La otra, realizada en la pared de SSMM fue tapada, literalmente, porque se le puso un recuadro del color similar al de la pared. Ambas situaciones tienen en común que —salvo una que otra mención en las redes sociales— no preocuparon a casi nadie. Ni siquiera se manifestó el consulado de Bolivia; menos aún se hicieron eco los medios. El mismo trato puede aplicarse, metafóricamente, a la xenofobia: es algo que se percibe, que está ahí, resalta en este valle, se sobrepone al paisaje, lo hace más hostil y al mismo tiempo trata de esconderse. Pero tarde o temprano vuelve.
Prejuicios x 3
Ahora pensemos en algunos ámbitos que en los últimos años han reflotado, una y otra vez, cual tereso que asoma en un río turbio, las condiciones propicias para que el odio a lo extranjero en general, y a lo boliviano en particular, se hiciera sentir en eso que se hace llamar —muchas veces de manera equivocada— opinión pública: la salud, el trabajo y las fiestas religiosas. Tres ámbitos que aparentemente no tienen nada que ver uno con el otro, lo cual es cierto en una primera lectura, pero que si escudriñamos un poco más, encontramos que todos sufren una reticencia creciente por parte de un fácilmente identificable sector de la población: el opa solemne, si es que apelamos a una terminología leguizamoniana y bien salteña.
El término reticencia, aplicado a estos casos, puede resultar un tanto eufemístico, pero lo sostengo al no tener la intención de victimizar a quienes, como yo, emigramos hacia este lugar por diversos motivos. En mi caso más por una situación azarosa que por una decisión ligada a lo económico o político. Algo que no podría decirse en el caso de cientos o miles de venezolanos que ahora arriban a la Argentina. Aunque esa ya sea otra historia a la que ahora por economía de líneas no apelaremos.
Volvamos a lo que planteábamos un par de párrafos atrás y hablemos primero del tema salud, algo que en los meses pasados fue noticia tras el anuncio de una decisión tomada por el Gobierno jujeño para no atender gratuitamente en hospitales públicos a extranjeros (en su mayoría bolivianos). Las repercusiones bolivianas no tardaron, incluso el primer mandatario se expresó al respecto, asegurando que en el suelo del Estado Plurinacional se atenderían en hospitales públicos tanto a personas bolivianas como extranjeras sin requerimiento de dinero alguno. La respuesta del Gobierno salteño fue similar, y de manera opuesta a su par jujeño, el gobernador de Salta aseguró la cobertura médica gratuita para todos los pacientes que así lo requiriesen. Entre que se dieron unas y otras situaciones, el público llenó las redes sociales con mensajes de odio, racismo, mucho trolling y una total ignorancia, por ejemplo, de porcentajes en cuanto a extranjeros bolivianos atendidos en hospitales públicos, un número por cierto mínimo. De la misma manera que se desconocen los tan publicitados tours médicos que se ofrecen en ciudades como Tarija, donde la oferta por un viaje para realizar consultas en clínicas privadas en Salta se ha incrementado en los últimos años. Cabe rescatar que los tiempos de la salud pública (desde sacar un turno, hasta programar una intervención quirúrgica menor) son tan desastrosos en Bolivia como en Argentina. Eso lo puede asegurar cualquier persona que haya viajado por ambos países. Entonces el beneficio de hacer una consulta en uno u otro lugar, es casi nulo.
En cuanto a las festividades religiosas, entre las más populares —y que también en las últimas décadas incrementó el número de “fieles”— está la Virgen de Urkupiña, que suele aglutinar tanto a parte de la comunidad boliviana como a cientos de salteños que año a año renuevan un pacto canónico matizado con fiestas, fuegos de artificio, música a todo trapo y bailes por las calles céntricas y de barrios periféricos. Todas actitudes reprochadas por quienes ven en esta mezcla de paganismo criollo, ritual católico y extranjerización de santos o vírgenes una afrenta a las buenas tradiciones locales y los patronos “propios”. Este es sin duda otro de los temas que divide a los salteños en cuanto a que, por otra parte, se aprecia un número cada vez mayor de personas que adhieren a la festividad, que seguramente en un futuro será absorbida y modificada para las necesidades de venta turística, como ya ha sucedido con gran parte de los carnavales andinos, cuyos sincretismos se observan en las manifestaciones de la puna salteña, que guarda en sus tradiciones una gran cantidad de expresiones, precisamente, “bolivianas”.
Sobre los extranjeros que vienen a “robar” trabajo, planes sociales, y demás mitos ya arraigados en un sector bastante reaccionario de la sociedad, demás está decir que si pensamos en Salta como una meca laboral, es que vivimos en un universo paralelo. Ésta es una provincia con altísimos índices de informalidad laboral (rayanos a la mitad de la población según las más recientes cifras dadas a conocer por el Indec), la cual es fácilmente aprovechada por patrones que apelan a la mano de obra extranjera que tiende a ser barata y esclavizable, además de redituable totalmente desde un punto de vista explotador. Como suele suceder en la zafra, o en otras plantaciones cercanas a la frontera. Pasa nuevamente lo que con la salud: hay más de exageración que de realidad en las suposiciones respecto al tema laboral y extranjeros.
Ficciones fronterizas
Recordemos por un momento fines del año 2016, cuando el senador kirchnerista Miguel Pichetto hizo comentarios algo más que polémicos al preguntarse “¿Cuánta miseria puede aguantar Argentina recibiendo inmigrantes pobres?”.
El último censo de 2010 arrojó el dato de 1,8 millones de inmigrantes. Las comunidades más grandes son la paraguaya, con medio millón, y la boliviana, con unos 350 mil. Otro dato que interesa resaltar antes del cierre es que en Argentina los extranjeros son el 4,6% de la población total, lo cual sitúa a éste como el país latinoamericano con mayor recepción de inmigrantes.
Pensar al inmigrante como un cáncer, como un intruso y negarle derechos, endilgarle aspectos negativos y promulgar un cierre de fronteras al estilo D. Trump, es casi tan absurdo como apelar a la discriminación positiva, asegurando que por el mero hecho de ser boliviano, paraguayo o mexicano uno es un trabajador, honesto, humilde, cabizbajo y sin respuestas. Porque la mierda existe de un lado y del otro. Cuando la frontera se diluye entonces es que un verdadero lugar toma forma; y para comprobar esta teoría hágase el siguiente ejercicio: si usted es salteño, jujeño o tucumano (inclusive) compare cuántas situaciones, históricas o no, cuántos aromas, colores, sabores, palabras, sonidos, tradiciones, y afectividades guarda en relación a otro ser que habita su misma “patria” pero en un lugar un tanto alejado, como podría ser Chubut, o para no ir tan lejos, pensemos en Buenos Aires. Tómese su tiempo.
Ahora repita el mismo ejercicio, pero con Bolivia.
Si tras realizar este breve listado la noción de frontera enseñada en las escuelas y reproducida a lo largo de vidas y vidas sigue resultándole natural, pues hay un problema más serio, que implica una ficción apoderándose de lo palpable, que es la convivencia con los pares. Usted ha vivido en una burbuja toda su vida.