La discusión en torno a la inmigración empieza a deslizar a las opiniones de referentes políticos y mediáticos a un terreno peligroso. Álvaro Ulloa, delegado del INADI en Salta, aporta un poco de razonabilidad en esta columna de debate.

La semana pasada leí, y sigo leyendo porque los coletazos no terminan. Declaraciones de distintos funcionarios practicando una suerte de xenofobia maquillada. Empezó Pichetto de la mano de adjudicarle a Perú una política de ajuste de violencia enviándonos todos sus delincuentes a Argentina. La verdad, es que yo me acuerdo cuando Perú nos envió sus pilotos y aviones a pelear contra los ingleses en Malvinas aunque evidentemente Pichetto y yo tenemos distintas memoria. La siguió nuestro diputado Nacional Alfredo Olmedo planteando la necesidad de cobrarles a los bolivianos la atención que les dispensamos en salud y en educación.

Es frecuente cuando las cosas no andan del todo bien buscar un culpable. Lo hizo Inglaterra con el Brexit; lo hizo EEUU con Donald Trump y su muro; lo están haciendo algunos políticos de discurso fácil y de soluciones mágicas. Y ese discurso en un hombre o mujer de nuestro país que no tiene trabajo cala hondo. Le da un enemigo a quien odiar. Piensa que no tiene trabajo por ese inmigrante. Y eso la mayoría de las veces no es cierto.

Lo grave no fueron estas declaraciones aisladas. Lo grave fue que detrás de cada una de ellas en los espacios que las páginas de noticias reservan para comentarios te encontrabas con treinta o cuarenta opinadores anónimos que salían a exigir su libra de carne. Muchos de ellos de la mano de una palabra que suena bien, que tiene sentido común, como lo es reciprocidad, pero creo que a veces se usa para no ser racista a secas.

En el medio de esas declaraciones me tocó participar y me alegro de poder hacerlo en forma escrita. Es allí donde se puede leer tranquilo una posición y después si quieren pueden combatirla desde ahí. No desde la inmediatez que deja la radio o la televisión.

Entiendo que hay que tener cuidado con la construcción de un discurso xenófobo, los problemas complejos no tienen soluciones simples y así lo están vendiendo.

Escucho decir que Salta atiende miles de bolivianos en nuestros hospitales y el alto costo que esto tiene para nuestra sociedad que paga impuestos y que no recibe atención por culpa de que las camas están ocupadas por extranjeros.

Creo que hay que dar esa discusión con datos y propuestas serias. La salud pública no funciona mal culpa de los bolivianos, funciona mal por problemas estructurales de nuestra provincia o si se quiere por problemas de nuestro sistema de salud. No es cierto como se dijo tan livianamente que en el hospital de Orán se atiende a un cuarenta y cinco por ciento de bolivianos. No hay datos ciertos de esto y si así fuera debiéramos exigirle al gobierno nacional una compensación por cubrir un servicio que es fruto de un acuerdo nacional.

Lo mismo ocurre en educación. Un discurso pretende hablar de los miles de extranjeros que ocupan nuestras universidades y la verdad es que nunca conocí un estudiante que diga que perdió su lugar porque encontró un extranjero sentado, o que no podía cursar una materia por la cantidad de extranjeros.

Un estudiante extranjero es una persona que genera relaciones con los argentinos. Alguien que el día de mañana si vuelve a su país seguramente comerciara con nosotros, que influirá en su tierra a favor de acuerdos con Argentina. Es en definitiva un pequeño embajador de nuestro país en su lugar y créanme que en este mundo cada vez más globalizado eso es una enorme ventaja

Argentina es un país que tuvo una estrategia de fronteras abiertas. No fue un planteo de bondad. Fue una estrategia exitosa que consistió en abrir nuestro país al mundo, confiar en que nuestra salud pública y nuestra educación pública iban a desarrollar a esos miles de hijos de inmigrantes y que con ellos creceríamos como país. Y eso ocurrió: César Milstein, premio Nobel de Medicina en 1984, era hijo de Lázaro Milstein  de ascendencia judío y ucraniana que estudio en la Universidad de Buenos Aires; Bernardo Houssey, Nobel de Medicina en 1947 y educado en el Nacional Buenos Aires era hijo de franceses; Pérez Esquivel, Nobel de La Paz, estudio en la Universidad de la Plata y es hijo de un pescador de Pontevedra, España. Y así podríamos seguir con Favaloro nieto de sicilianos y a su vez emigrante a EEUU donde también estudio, trabajo y aprendió para volver a trabajar en nuestro país.

Escribo todo esto para recordar que millones de argentinos vinimos de los barcos como decía Octavio Paz. Nuestros abuelos se fueron de una Europa pobre y vinieron a este país a crecer como hoy lo hacen bolivianos, paraguayos, chilenos, colombianos y peruanos. Un inmigrante es un hombre que no se conformó con su destino, es un rebelde que sabe que por las suyas, con esfuerzo, con educación, puede construir un futuro mejor para sus hijos. Esa gente necesitamos en nuestro país.

Dicho todo esto hagamos una diferencia: un inmigrante es una persona que entra al país por un paso fronterizo habilitado, con sus documentos en orden, con su carta de libre de antecedentes al día. El otro no es un inmigrante. Es un ilegal y Argentina no tiene margen para la ilegalidad.