Cuando la historia se aleje suficientemente, se sabrá que Cristina Kirchner fue el mejor instrumento que hubo para dinamitar el peronismo. Camina segura ahora hacia una declaración indagatoria (es la antesala del procesamiento) por la denuncia de Alberto Nisman sobre el memorándum con Irán, pero, no obstante, decidió estirar, hasta una eventual ruptura, los límites legales y políticos para evitar las elecciones primarias en el peronismo bonaerense.
Su pasado revaloriza el voto ético y, al mismo tiempo, ella arrincona sin piedad a los peronistas disidentes. Gobernadores, senadores y dirigentes sindicales importantes (el núcleo duro del peronismo) terminaron al lado de Florencio Randazzo, un político de perfil bajo, bajísimo, que cometió la herejía de haberle dicho que no a Cristina.
La ex presidenta tiene más futuro en los tribunales que en la política. La denuncia que hizo Nisman pocos días antes de morir la acusó a ella, entre otros, de complicidad para encubrir a los autores intelectuales y financieros del criminal atentado a la AMIA, que son varios ex funcionarios del gobierno de Irán. Dos años y medio después, y tras ser desestimada varias veces, esa denuncia cayó en manos del juez Claudio Bonadío.
El magistrado no tuvo tiempo de empezar a trabajar cuando la ex presidenta lo recusó, que es lo que hace siempre.
Antes, estuvo brevemente en poder del juez Ariel Lijo, a quien Nisman le dejó sus explosivas acusaciones.
Sin embargo, funcionarios judiciales con acceso a la causa aseguraron que la citación a indagatoria se producirá irremediablemente y que podría suceder en el mes de julio, antes o después de la feria judicial. La indagatoria se convirtió ya en el paso previo de un procesamiento inevitable. Es la causa que más interpela moralmente a Cristina. De hecho, Bonadio tenía (tiene) una causa abierta contra Cristina por «traición a la patria» por los mismos motivos, hecha por familiares de las víctimas del atentado. Por eso, la denuncia de Nisman terminó en su despacho. El juez deberá ahora unir ambos expedientes, aunque ya hay muchas pruebas acumuladas por Bonadio en la causa por «traición a la patria»; por Lijo en los días en que tuvo la denuncia de Nisman, y por el fiscal Gerardo Pollicita, un funcionario incuestionable que imputó a Cristina por la acusación de Nisman un mes después de que éste fue encontrado misteriosamente sin vida. Amigo personal de Nisman, Pollicita se hizo cargo en el acto de la denuncia del fiscal muerto.
El caso Nisman la persigue también desde otro costado: la propia muerte del fiscal. La pericia de la Gendarmería determinó que el fiscal no se suicidó en el verano de 2015, sino que lo mataron. Es la hipótesis que avalaron siempre sus colegas, los fiscales, y todos los que lo conocieron en vida a Nisman. Esa pericia debe precisar ahora a qué hora de qué día murió. Los peritos de la familia señalaron que murió en la noche del sábado 17 de enero; los peritos oficiales aseguraron que Nisman tropezó con el final de su vida en la tarde del domingo 18. Si se estableciera que murió el sábado, la situación de Diego Lagomarsino quedaría extremadamente comprometida. No sólo es el dueño del arma que mató al fiscal; sería también la persona que lo vio instantes antes de morir. Las preguntas que se harían jueces y fiscales serían elementales: ¿fue él?, ¿en ese caso, quién lo mandó?
Ese es el contexto que hay, le guste o no a Cristina. En lugar de someterse quietamente a las primarias del peronismo, prefirió convertirlo a Randazzo en un héroe del anticristinismo. Se puede hacer una descripción psicológica (o psiquiátrica) de la ex presidenta, pero es mejor analizarla con el vademécum de la política. Ha perdido los reflejos políticos. Y los perdió hace mucho tiempo. La silenciosa aceptación de una interna con Randazzo le habría dado un triunfo arrollador sobre su ex ministro. Eligió perseguirlo y proscribirlo a Randazzo con la misma torpeza política con que seleccionó a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de Daniel Scioli y a Aníbal Fernández como candidato a gobernador bonaerense. Así le fue.
El pretexto de la unidad del peronismo es sólo eso: un pretexto. Una elección interna no pone en duda la unidad de un partido en ningún lugar del mundo. El cristinismo ha roto con el peronismo en casi todos los distritos. En Córdoba, en Capital, en Santa Fe y en Mendoza. Acaba de hacerlo en Corrientes, en Chaco y en La Rioja. La unidad sólo es necesaria en la provincia de Buenos Aires porque ahí está ella. Sólo por eso. La arbitrariedad llegó al extremo de comparar a Randazzo con Martín Lousteau, a quien Cambiemos le negó una interna en la Capital. Hay una diferencia fundamental: Randazzo fue siempre peronista y hasta estuvo al lado de Cristina cuando ésta fue candidata a senadora bonaerense en 2005. Nunca Lousteau anduvo por las cercanías de Cambiemos; en 2015 acompañó la candidatura presidencial de Margarita Stolbizer, no la de Mauricio Macri. Aún ahora sigue estando más cerca de Stolbizer que de Macri.
Pero, ¿qué lo hace merecedor a Randazzo de semejante odio por parte de Cristina? Haberle dicho tres veces que no. La primera vez fue en 2009 cuando Cristina, entonces presidenta, le ordenó que formara parte de las candidaturas testimoniales bonaerenses que acompañaron a Néstor Kirchner. Habían aceptado Scioli y Sergio Massa, pero Randazzo rechazó la idea. Más tarde, en 2015, Cristina lo bajó de la candidatura presidencial sin siquiera avisarle, aunque ella había espoleado esa candidatura de su entonces ministro. Randazzo se enteró cuando miraba televisión mientras corría en una cinta. Al día siguiente, le llevó a Cristina su renuncia como ministro. Cristina estalló en una crisis de llanto. Se encerró en la autocompasión; dijo entre lágrimas que era una mujer sola, abandonada por todos, sin el consuelo de nadie. Randazzo aceptó retirar su renuncia. Cristina le pidió que fuera candidato a gobernador bonaerense. Randazzo le dijo que no por segunda vez, porque su proyecto era presidencial o no era nada. La tercera vez es la de estos días: o Randazzo se somete a una lista con ella o debe quedarse afuera. Randazzo le contestó que no, porque quería competir frente a ella, no con ella.
Semejante sacrilegio no se perdona en el micromundo donde Cristina es la monarca de un reino sin territorio ni bandera. Los caminos que explora para burlar la ley de primarias abiertas y obligatorias son groseros. Una coalición de partidos pequeños, desde Quebracho (que ya expresó su apoyo a Cristina) hasta la organización Miles de Luis D’Elía (también imputado por la denuncia de Nisman) podría dejar afuera al PJ. Randazzo, que se presentará en el PJ, se quedaría con el dinero del partido y con la campaña publicitaria gratuita del Estado. ¿Qué ganaría Cristina con semejantes compañías y con tantas carencias? Otra alternativa es sumarlo al PJ a esa coalición y expulsarlo como candidato a Randazzo por los votos de partidos insignificantes. Es imposible explicar por qué Cristina cree que Quebracho, D’Elía, Amado Boudou o Hebe de Bonafini la ayudan en una elección popular. O ella se quedó sin sensibilidad política o nunca la tuvo y fue Néstor Kirchner, vivo o muerto, el arquitecto de todas las victorias electorales de los Kirchner.
Casi todos los gobernadores peronistas (con la excepción de Alicia Kirchner, más una rehén que una jefa política a estas alturas) se colocaron al lado de Randazzo. Pasa lo mismo en el Senado con la excepción de una porción muy minoritaria de senadores cristinistas. Al acto de Randazzo, anteayer, asistieron 43 gremios nacionales, entre los que estaban algunos tan poderosos como los metalúrgicos, los mecánicos, los bancarios, los petroleros, la sanidad y luz y fuerza. La imagen gris y lejana de Randazzo se iba transformando en la de un semidiós. La autora de esa obra de metamorfosis se llama Cristina Kirchner. ¿Pruebas? Una reciente encuesta nacional de D’Alessio/Berensztein dio cuenta de que el 55% de los consultados respondió que sería una decisión desacertada que Cristina se presente como candidata a senadora. ¿Quién entonces podría disputarle el terreno en su mismo espacio?, repreguntaron. El 84% respondió que es Randazzo el que puede hacer eso. Un resultado imposible (e inverosímil) hace apenas un mes.
Cristina guió al peronismo para que éste encontrara al líder anticristinista que estaba buscando. No se trata sólo de la conveniencia electoral del peronismo nacional, que también existe, sino de algo más profundo. Hay en la versión clásica del justicialismo un desacuerdo de fondo con los postulados ideológicos de Cristina. Ese peronismo ortodoxo está convencido de que es Zannini, desde la muerte de Néstor Kirchner, quien alimenta el caudal intelectual de Cristina. El peronismo, advierten, no puede morir por lo que dice Zannini. El problema que tienen es que es Cristina la que quiere cometer ese crimen.
Fuente: La Nación