El mundo político que habita Mauricio Macri es desparejo, heterogéneo y contradictorio. Un mes antes de que venza el plazo para el cierre de listas, y comience el proceso electoral de las decisivas elecciones que concluirán en octubre, la gestión del Presidente conserva más del 50 por ciento de imagen positiva (52, según la última encuesta de Poliarquía, y 60 , según Isonomía).
Cuando los gigantes asiáticos China y Japón lo arropaban con halagos y promesas, Brasil se hundió en una nueva profundidad de su crisis política y moral. El conflicto de Brasil pone en riesgo la economía argentina, que es, precisamente, el sector que más interpela a Macri. La misma sociedad que lo avala también lo cuestiona por los altos índices de inflación y porque muchas personas no llegan con sus ingresos a fin de mes.
La mayoría de los economistas dice que la inflación está ahora mejor que hace un año. La afirmación es cierta, pero es un consuelo que sabe a poco. Si la inflación estuviera en los niveles del año pasado (40 por ciento durante 2016), Macri ya habría perdido de antemano la elección y viviría de crisis en crisis. La sociedad toleró el nivel de inflación del año pasado sólo porque entendió que el nuevo presidente estaba esquivando el campo minado que le dejó Cristina Kirchner. Eso ya pasó, por lo menos para gran parte de la sociedad. El problema de Macri es que su gobierno viene haciendo promesas sobre el crecimiento y la inflación que hasta ahora no se cumplieron.
Es notable, sin embargo, que aún con las promesas incumplidas el Presidente haya conservado los números de aceptación que tiene. Y es más significativo que la mayoría de la gente común siga confiando en él. Con apenas un 20 por ciento de consultados que consideran buena la situación del país, el 54 por ciento tiene expectativas positivas para el futuro. Ese porcentaje de expectativas favorables no fue alcanzado nunca por Cristina Kirchner en sus ocho años de poder. Es evidente que, por ahora, influyen más en el ánimo colectivo la imagen de honestidad del Gobierno y el cambio rotundo en los modales políticos. Es el triunfo de Macri en su contraste con Cristina. No obstante, la experiencia histórica obliga al Gobierno a ser cauto. Tarde o temprano, la economía interviene en la política y, fundamentalmente, en las elecciones.
La unanimidad de los economistas independientes señala que la inflación será más baja desde ahora y que ha vuelto a moverse el consumo. Según la medición constante que hace Orlando Ferreres, la inflación de mayo será de un 1,5 por ciento y posiblemente estará por debajo del 1 por ciento en junio. La inflación es un animal que suele sorprender a la administración con inesperados sobresaltos. Sucedió en abril, cuando nadie esperaba que el promedio de aumento del costo de vida fuera del 2,6 por ciento. Puede volver a suceder. El Gobierno hace poco y nada para acercarse a los empresarios formadores de precios y éstos terminan decidiendo sin ningún compromiso.
Incluso, hubo una disputa sorda dentro del Gobierno por culpa de la inflación. El Presidente cometió una injusticia cuando culpó de todo al Banco Central. Federico Sturzzeneger hace lo único que puede hacer: levantar las tasas de interés para sacarle dinero al mercado y bajar el consumo con la esperanza de que la caída de la demanda empuje los precios hacia abajo. Bajar el consumo choca, a su vez, contra la política del Gobierno que aspira a renovar la capacidad y los deseos de compras de la sociedad. Ninguno saldrá indemne si todos se meten en ese laberinto. El gasto público, y más que nada el déficit, es el gran promotor de la inflación. Ésa no es responsabilidad del Banco Central, sino del gabinete que preside Macri.
Hubo también otro debate y éste incluyó a los empresarios. El equipo político del Gobierno detectó que en marzo y abril muchos empresarios aumentaron los precios de sus productos para que se confundieran con las subas de las tarifas de los servicios públicos. Esa información indicaba que los empresarios habían tomado innecesariamente esa decisión porque sabían que no habrá aumentos de tarifas hasta después de las elecciones. La información fue avalada por equipos de analistas del Banco Central, que hicieron informes neutros y asépticos, aunque consignaban ese crucial dato.
El equipo político de la administración (¿el Presidente también?) tuvo accesos de furia contra varios hombres de negocios, a los que acusaron de políticamente ciegos. Ayer, en Japón, Macri les habló a los 80 empresarios argentinos que lo acompañan. «Yo estoy abriendo puertas para la venta de productos argentinos, pero el Estado no vende nada. Son ustedes los que deben vender. Modernicen sus productos, sean más competitivos, piensen en un país que puede proveer alimentos como ningún otro», los sermoneó. Con un barniz de cordialidad, estaba la eterna desconfianza del Presidente en las aptitudes políticas del empresariado local y en la capacidad de éste para imaginar un país diferente.
De todos modos, el equipo económico no compartió esa mirada. Su argumento es que los empresarios actuales son los mismos que había en la década del 90 cuando la inflación no era un problema. «Somos nosotros los que tenemos que hacernos cargo de resolver la inflación», dijo un exponente destacado del equipo económico. Macri debería estar pendiente de que su equipo no cometa un próximo error cuando administra la economía. En febrero pasado, sus funcionarios complicaron de tal manera las compras en cuotas que la sociedad creyó que las cuotas se habían terminado. El consumo se derrumbó y Macri sufrió la peor caída de su imagen desde que accedió a la presidencia.
En los últimos dos meses recuperó lo que había perdido. Recuperó la simpatía de la sociedad que lo votó en la segunda vuelta frente a Daniel Scioli. El nivel de aceptación que tiene ahora el Presidente es fácilmente comparable con el porcentaje de votos que sacó en noviembre de 2015. La mejor noticia que le dan los economistas es que el consumo se reactivó en el último mes en los niveles moderados de la actual economía argentina, un 1,5 por ciento. Los números de Poliarquía son compatibles con esas novedades que consignan los economistas; los encuestadores señalan que hubo una recuperación de indicadores de consumo, sobre todo de electrodomésticos, y más propensión de la sociedad a comprar.
Macri caminaba sobre ese frágil equilibrio, entre la certeza y la duda, cuando Brasil estalló de nuevo. Su aliado Michel Temer ya no es lo que era cuando era un presidente débil. Su adiós a la presidencia sólo admite dos preguntas: cómo y cuándo se irá. El problema es más profundo que la tragedia política y personal de Temer. La corrupción incluye a casi toda la dirigencia política, oficialista y opositora, de izquierda o de derecha. La crisis política tiene una correlación directa con la economía en Brasil. Los dos últimos años de agonía política registraron la mayor recesión histórica de Brasil, que condenaron a la economía argentina al estancamiento o también a la recesión. Brasil es el destino de la mitad de las exportaciones industriales de la Argentina, sobre todo las automotrices. En los últimos meses, la economía brasileña había comenzado a recuperarse tenuemente. Ya nada será como parecía. La actual crisis del gigante sudamericano devaluó su moneda; significa la primera mala noticia para el gobierno argentino. El personal consuelo de Macri consiste en que es el único líder latinoamericano que queda en pie. No es poco cuando todo vacila o se derrumba a su alrededor.
Fuente: La Nación