El 6 de septiembre de 1930 el militar salteño José Felix Uriburu hacía irrumpir en la Argentina el poder militar. Con un golpe de Estado puso fin al gobierno de Hipólito Yrigoyen que había llegado a la Rosada antes con el 57% de los votos. (Felipe Pigna)

El 6 de septiembre de 1930 irrumpía en la Argentina el poder militar. Un golpe de Estado ponía fin al segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, que había llegado a la Casa Rosada dos años antes con el 57% de los votos. La crisis económica mundial le complicó las cosas al viejo caudillo, que parecía no reaccionar ante los embates cada vez más evidentes de los golpistas de uniforme y de civil. Desde hacía años se venían escuchando los llamados al golpe, los elogios a las dictaduras y los denuestos a la democracia. Los adoradores de la cruz y la espada fueron logrando, con gran habilidad y la complicidad de algunos que no tardarían en arrepentirse, identificar la crisis, la miseria y la desocupación con el gobierno. Y a la falta de reacción y los errores graves del gobierno radical con el sistema democrático en sí mismo. Según ellos no era solo el gobierno radical el incapaz para encontrar soluciones, sino que lo era la democracia, a la que se la acusaba de caduca. La campaña llegó al extremo de hacerle creer a parte del pueblo que no estaba capacitado para elegir, para ejercer sus derechos, que era mejor delegarlos en gente “preparada”, en manos de los “salvadores de la Patria”. Y mucha gente confió en que la dictadura podía ser más expeditiva, más “moderna” y apropiada para una época de crisis.

Al general José Félix Uriburu sus amigos lo llamaban Von Pepe por su admiración por los militares alemanes. Era un militar cuartelero que se fue metiendo de a poco en la política. El general presidente que había pisoteado la Constitución y las leyes en nombre de la patria, sentó las bases de lo que serían los futuros golpes militares del siglo XX en la Argentina: cerró el Congreso, intervino las provincias y las universidades con un argumento que haría escuela: “Las casas de estudios dejan de ser establecimientos destinados exclusivamente al cultivo de las disciplinas científicas cuando se da cabida en ellas a doctrinas filosóficas, ya sean el materialismo histórico, el romanticismo rousseauniano o el comunismo ruso”.1 El gobierno militar decretó la pena de muerte, estableció el Estado de Sitio, censuró a la prensa, prohibió la actividad partidaria e instaló una feroz persecución sobre la oposición con detenciones arbitrarias y torturas.

La revista El Hogar recibía complacida al golpe militar: “El jefe de la revolución, teniente general Uriburu, avanza entre el clamoreo de la multitud que lo aclama como salvador de la patria.”2 El golpe también recibió desde el exterior el aliento del dirigente radical y ex presidente Marcelo T. de Alvear: “Tenía que ser así. Yrigoyen, con una ignorancia absoluta de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiera complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él, no existían ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las investiduras. Quien siembra vientos, recoge tempestades”.

Un protagonista de los hechos, Juan Domingo Perón, recordará años más tarde: “Nosotros sobrellevamos el peso de un error tremendo. Nosotros contribuimos a reabrir, en 1930, en el país, la era de los cuartelazos victoriosos. En 1930, para salvar al país del desorden y del desgobierno, no necesitamos sacar las tropas a los cuarteles y enseñar al Ejército el peligroso camino de los golpes de Estado. Pudimos, dentro de la ley, resolver la crisis. No lo hicimos, apartándonos de las grandes enseñanzas de los próceres, por precipitación, por olvido de la experiencia histórica, por sensualidad de poder. Y ahora está sufriendo el país las consecuencias de aquel precedente funesto.”

Fuente: Clarín