El crimen y la modernidad aparecen como dos cuestiones que hoy vemos como contrapuestas, pero entre la década de 1910 y 1930 en Tucumán, eran ideas complementarias. Desde los medios y la política se las intentó separar, pero en esta nota las volvemos a unir

Por Agustín Haro (1)

Mucho se ha dicho y redicho sobre la Historia (e historias) del mundo del crimen a lo largo y ancho, no solo del territorio nacional, sino a nivel mundial. Las percepciones acerca del mundo del crimen han variado, sobre todo si nos centramos desde una mirada más amplia como la de la opinión pública. Sin embargo, historiadores de la talla de Gabriel Rafart bien han planteando, que es necesario pensar ese mundo del crimen o a los bajos fondos, como espacios no tan alejados de la realidad cotidiana. Crimen y sociedad son dos polos que marchan juntos en la construcción de la cotidianidad de momentos determinados. En el caso de Tucumán, resultan certeras estas aseveraciones del autor tal como vamos a ver en estos pequeños aportes que si bien nos llevan a comienzos del siglo XX, permiten avizorar unos cimientos cuya estructura se mantiene hasta hoy.

 

A la luz del “progreso” (y el crimen)

¿Qué son los bajos fondos? Siguiendo a Dominique Kalifa, estos nos remiten a pensar en un abismo absoluto en el que parece continuamente arrastrarse una multitud de vagabundos, de miserables, de mendigos, de jovencitas “perdidas”, de criminales, de forzados (…)”. Estas miradas, si nos centramos en el escenario local, se circunscriben a un contexto de marcado avance del mundo urbano y la idea de un progreso marcado por la urbanización, la cual delimitaría a la ciudad entre un “nosotros” civilizado y “otro” bárbaro.

De este modo, si vemos a Tucumán y más precisamente su capital, como polo aglutinante del desarrollo y poderío económico desarrollado a partir de la agro-industria azucarera, podemos avizorar cómo se produjo un crecimiento poblacional y urbanístico, promoviéndose desde el Estado “obras de infraestructura, los adelantos tecnológicos y los medios de comunicación que fueron delineando los rasgos de un progreso y una modernidad hasta entonces desconocida.”

Los medios de comunicación serán el modo a través del cual el Estado logrará permear una serie de imágenes acerca de los “espacios atrasados”, ya sea como denuncia, manifiesto o forma de difusión respecto a las preocupaciones de los funcionarios para con los sectores más desfavorecidos de la ciudad. En consecuencia, los diarios El Orden y La Gaceta se encargarán de dar rienda suelta por momentos a esas tareas, preocupados por el progreso capitalino. Un progreso que venía a la luz, de entre tantas cuestiones, del proceso de iluminación que se buscaba llevar adelante en los suburbios capitalinos. Como bien nos dice la historiadora Lila Caimari, la luz viene a poner un tono de legalidad sobre esos espacios oscuros. 

Como verán hasta el momento, existe mucho diálogo de simbolismo e imágenes, la relación entre la oscuridad y la luz, presentándose en esa dualidad cuasi filosófica de bar entre lo malo y lo bueno, también se hacía efectiva en el imaginario de la sociedad. Cabe aclarar que siempre que hablemos de imaginarios, hacemos referencia al cómo la sociedad imagina el mundo que lo rodea (en relación a ideas tales como la cosmovisión, las mentalidades y las ideologías). Y en este sentido, los medios entre las décadas de 1910 y 1930 (al menos), se encargaron de consolidar una serie de imágenes sobre suburbios que a día de hoy continúan presentes. Claramente demarcado con la Avenida Roca, al sur de la capital, calle largamente transitada y que indica(ba) el paso a un terreno riesgoso. Esas miradas se aclimataron al calor del “boca a boca”, y con una opinión pública formada instauró una “realidad” que aleja al ciudadano de la “realidad”. Los espacios de peligrosidad, si bien pueden ser lugares donde la delincuencia “sentó sus reales” (algo que leí de sobremanera en El Orden).

 

Crimen y modernización: una realidad concreta (1910 – 1930)

Bajo estas ideas aparece el crimen. En grandes perspectivas, si nos acercamos a alguna imagen “cliché” podemos ver a este mundo de dos formas muy contrapuestas: la década de 1910 a lo far west norteamericano (sin tanto romanticismo y doble moralidad como las películas de cowboys) y la década de 1930 con el mundo moderno asentado en la provincia, y con tintes que acercaban ciertos lugares a la maffia italiana. ¿El crimen se moderniza? ¿La ciudad modernizada cambia al crimen? ¿Que sucede en la década de 1920?. Acá nuestras realidades se mezclan, impactan contra un matiz de conceptos que lo único que haría, sería complejizar al extremo este texto que usted esta leyendo. Sin embargo, en resumidas cuentas, podría decirse que esa década intermedia aparece como una escena variopinta, donde “lo tradicional” (el “simple hachazo cara a cara” como diría El Orden) se entremezcla con lo novedoso. El avance del mundo moderno a la periferia de la capital, con su luminaria no hará la diferencia a la imagen de luz y sombra, legalidad y delincuencia. 

La década del ‘20 aparece entonces como un escenario convulsionado desde lo social y lo político, con crisis bajo el gobierno de Octaviano Vera, intervenciones federales y la gobernación de Miguel Campero, marcaran una década radical hasta el golpe de Estado de 1930. Los crímenes se modifican, ese “simple hachazo” girará hacia el manejo de armas largas, el “escruche” (ingreso al domicilio) y los traslados de delincuentes entre fronteras provinciales, con el acompañamiento del ferrocarril como medio de movilidad empezarán a ser moneda corriente en las líneas editoriales y policiales de los medios más leídos de la provincia. 

Nuevamente las imágenes se sobreponen en un sinfín de descripciones que hacen a esa convulsión socio-política, y que marca de tanto en tanto la agenda de la opinión pública. En este caso, bandidos de la talla de Andrés Bazán Frías, Martín Leiva, Genaro Leal, los hermanos Álvarez y el “gauchito” Ramón Reynoso, se convertirán en los exponentes de las notas rojas entre 1920 y 1924, con imágenes de “delincuentes valientes” que se alejan de los apelativos de “asesino” que caían sobre cuatreros de la talla de Fidel Pérez o Dionisio Roldán durante la década de 1910. Esos cuatro años son la muestra cabal de ese tránsito hacia la modernidad del crimen. Estas figuras aparecen como la lucha social frente al progreso, que trajo nuevas maneras tal cual dijimos. Es así que a partir de 1926 empiezan a notarse los cambios en los medios de movilidad y traslado de ese mundo del delito, el robo de autos y el manejo en bandas organizadas, provocan un cambio en las miradas del delito. Las formas cambian, los medios cambian, y las modas también: Reynoso, exponente de las tres décadas (asesinado en 1933) da la nota. De sus primeras fotos prontuariales de niño a sus últimas, de adolescente pero ya adulto por la fuerza de la vida misma, nos muestra un saco, una corbata, el pelo “engominado”. 1930 marca ese cambio, el mundo moderno modifica al “gaucho” que se convierte en “hombre”, en el “compadrito” de los campos cañeros y de la ciudad también.

 

  1. Licenciado en Historia, Universidad Nacional de Tucumán. Docente de Nivel Superior (no universitario) en el Instituto Vocacional Concepción (Tucumán)
  2. Kalifa, Dominique, Los Bajos Fondos. Historia de un imaginario, Instituto de Investigaciones Dr. Jośe María Luis Mora, México, 2018 p. 9
  3. Teitelbaum, Vanesa E., “Hacia una política social. Higiene y trabajo en Tucumán del entresiglo” en Anuario IEHS 24, Universidad Nacional del Centro, 2009 p. 66