Hace bastante tiempo, marzo o abril de 2019, es decir antes de las PASO del 19, en una columna titulada precisamente “Liderazgo” decíamos que “….de cara a las elecciones presidenciales de este año la Argentina política afronta dos problemas críticos: Cristina y Macri.

Por Dr. Alejandro Saravia (1)

Nuestro país, cualquier país –decía- no puede hacer proyectos futuros pensando que, como una Penélope colectiva, lo que se teje de día se desteje a la noche…” Nadie, ni los de adentro ni los de afuera, tendrían confianza en ese país como para invertir sus ahorros o vendrían a buscar utilidades. Es una cosa elemental.

Es lo que Juan Carlos Portantiero, Guillermo O’Donnel  y Tulio Halperín Donghi conceptualizaron alguna vez como “empate hegemónico”, es decir, nadie puede imponer su modelo pero le alcanza para obstruir al del otro. Por eso estamos empantanados. En el mismo lugar desde 1974, cuando se agotó el modelo de sustitución de importaciones; el mundo abandonó el patrón oro; cambió el precio del petróleo con la creación de la OPEP; y se planteó la descarnada interna peronista sobre si la patria debía ser socialista o sindical. Un empujón hacia el abismo lo dio la dictadura militar y la desvertebración la dio Menem y sus desarticuladas privatizaciones. En medio de todo ese caos no supimos adaptarnos a los nuevos tiempos, a los nuevos desafíos.

Desde entonces estamos igual. Empantanados. La única diferencia es que asumimos la democracia republicana con Alfonsín pero, hoy, a las falencias económicas y sociales, fruto de nuestro fracaso colectivo, se suma una alocada propuesta de supresión de la división de poderes y del control entre ellos.

Sintomáticamente, los otros días el Jefe de Gabinete, Cafiero, pretendió achacarle a uno de los bandos de la grieta la responsabilidad  respecto del deseo de la juventud mejor preparada técnicamente, de emigrar a otros países. Si uno mira los guarismos no es sólo esa juventud la que se quiere ir, toda lo quiere hacer. Sucede que no tiene los medios para hacerlo. Lo de Cafiero es uno de los tantos cinismos a los que ya estamos acostumbrados.

Veamos: en un reciente artículo elaborado acerca de Venezuela como Estado fallido por una investigadora colombiana, María Chaustre Virguez, ésta caracterizaba a los estados fallidos como aquellos en los que hay pérdidas territoriales (la explotación de nuestra riqueza ictícola por barcos piratas, o el fenómeno de los mapuches en la cordillera patagónica que desconocen al Estado nacional y provincial); el aumento de la criminalidad; la baja legitimidad (en nuestro caso se daría por el desconocimiento o la negación de la existencia del otro como sujeto político legítimo. En definitiva, el reiterado tema de la grieta que trata de que en el fondo se quiere que el otro desaparezca); la debilidad institucional (en nuestro caso la de los tres poderes tradicionales); la baja calidad de los servicios públicos; infraestructura deteriorada o desconectada; indicadores económicos negativos; economía cerrada; oportunidades económicas desiguales; corrupción a escalas destructivas. Son todos motivos que llevan a la población a emigrar en forma masiva.

Pues bien, planteo la hipótesis de que la emigración a otros países  de empresarios y emprendedores argentinos, o de personas con un buen pasar que deciden irse para vivir tranquilos en un lugar previsible, o de jóvenes buscando horizontes, todo ello, creo yo, responde a un plan concertado y perfectamente delineado tendiente a romper aquel empate hegemónico, que arriba mencionábamos. Se trata, en definitiva, de que el otro desaparezca, que se vaya. Se trataría de excluir a la clase media y media alta. Como se hizo en Cuba, se hizo en Nicaragua, se hizo en Venezuela. Homogeneizar hacia abajo, salvo los jerarcas del régimen. Lo vemos en China y en Rusia, modelos de este nuevo régimen. Como si eso fuera progresista o significase liberación.

La sinrazón de los varados, es decir, personas que en ejercicio de un derecho deciden viajar al exterior por el motivo que sea, y de un día para el otro se les desconoce el derecho de regresar a su hogar, tiende, por lo disparatado, lo irrazonable, a desarticular al otro. A desorientarlo para que no sepa ya el modo en que debe o puede ejercer sus derechos. Es perverso o imbécil. Me inclino por lo primero.

Y a eso lo anticipó una militante oficialista, ex modelo, Úrsula Vargues, los otros días diciendo que se queden afuera, que no tienen a qué volver. Con eso decía que el país es solo de una de las partes. A la otra no le corresponde ni tan siquiera un trozo de la propia Patria.

¿Cómo se salva esta destructiva situación? Pues, con un proyecto que contenga a todos. No pasa, obviamente, por hacer de todos los habitantes seres dependientes del Estado mediante el asistencialismo. Se trata de imaginar un nuevo proyecto de desarrollo, agotados todos los que ya intentamos. Y se trata de nuevos liderazgos. Los que están no sólo no nos sirven sino que ya fracasaron. Fracasó Cristina y fracasó Macri. Sería, insisto, imbécil volver a tropezar con esas mismas piedras.

                                                              (1) Ex Fiscal ante la Corte