En el paraje La Media Luna del departamento San Martín, unas 42 familias originarias se abastecen de agua directamente del Río Bermejo. En la semana las comunidades de la zona denunciaron a la Seabord por la contaminación del afluente y la mortandad de peces.

A ocho meses de haberse decretado la emergencia sociosanitaria y tras haberse prorrogado dos veces, muchas comunidades del norte provincial aseguran no haber recibido ningún tipo de asistencia desde el Estado provincial. La situación de atraso estructural se agudizó en los últimos meses con el avance de la pandemia mundial y en las últimas semanas por la sequía que azota al chaco salteño en su conjunto. La mortandad de animales producto de la escasez de agua para el consumo profundizó en las familias criollas y originarias la crisis que atraviesan desde hace décadas.

En el paraje La Media Luna, ubicado a 25 kilómetros de Dragones en el departamento San Martín, unas 42 familias wichís se abastecen de agua directamente desde el Río Bermejo, donde esta semana se inició una investigación por posible contaminación. Miles de peces de gran porte murieron por causas que se tratan de establecer y ante una bajada considerable del caudal del río, ocasionada por la sequía.

Desde las comunidades de Embarcación y La Quena apuntaron al Ingenio El Tabacal que hoy dirige la multinacional Seabord Alimentos y Energías Renovables y consideran que el afluente se encuentra contaminado por residuos de la producción de azúcar y bioetanol. Desde el área de Biodiversidad de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, se informó que el posible fenómeno puede ser común en esta época del año, a raíz de la baja en el caudal y las altas temperaturas. Pero la explicación no convence a los referentes de la zona.

Todo esto acontece mientras la región atraviesa la peor sequía de los últimos 40 años, mientras en La Unión los vecinos se organizan para exigir al estado la provisión del líquido elemental y cuando ya se perdió casi el 30% del ganado perteneciente a familias criollas. En los parajes más alejados, dependen de pozos precariamente construidos y en muchos de ellos se bebe agua de estanques junto a los animales.

«Tenemos dos bombas en la comunidad, pero una está funcionando a medias y la otra está quemada. La que funciona a medias trabaja con paneles solares y cuando no hay sol no sube el agua al tanque», informa Normando Morales, referente de la comunidad Media Luna. Su relato coincide con lo que meses atrás aducían otros dirigentes de las comunidades de la ruta 53: el excesivo consumo eléctrico de las fincas aledañas satura los circuitos de electricidad perjudicando a familias enteras.

Para hacerse de líquido cuando los extractores no funcionan, las familias del paraje acuden a «La Cañada», a dos kilómetros de la comunidad. Pero la sequía también echó por tierra esa alternativa. «Hay un ciénago que es en La Palmita y que nunca se seca, pero ahora con la sequía se está secando. Es un lugar a donde se puede ir a descansar y que tiene forma de Media Luna, de ahí el nombre de la comunidad. El agua es agua de lluvia», detalle Morales. Sin embargo, la reducción del ojo de agua llevó a que en las últimas semanas tuvieran que abastecerse directamente del Río Bermejo.

«El agua está turbia, pero lamentablemente es lo único que se puede tomar. Dragones está a 25 kilómetros y es lo más cercano que tenemos. A veces vienen desde ahí y traen una bomba sumergible, pero cada tanto. El agua se consume así nomás, se pone en tachos y se espera a que baje toda la tierra. Ahí recién se puede tomar, hay que reservarla una noche», comenta Normando a Cuarto Poder. Las consecuencias del consumo directo de agua no potable son las mismas que durante el verano provocan serios problemas de deshidratación por diarrea e infecciones. «Ahora nomás hay algunos que están con dolores de panza, diarrea y esas cosas. Cada vez me preocupo más por la comunidad y encima ahora no se puede hacer nada por la pandemia», añade.

Cuando a Morales se le consulta sobre la emergencia sociosanitaria, responde como si se tratara de la contingencia por Covid-19. De las campañas iniciadas a comienzo de año tras la muerte de varios niños wichís, reconoce no tener información alguna desde el comienzo de la pandemia. Los casos de desnutrición también azotaron a su comunidad y teme que la situación se agudice a medida que aumentan las temperaturas. «No se ingresó más a la comunidad. Hace cuatro meses que no traen nada. Hay algunos chicos que corren riesgos, pero por protocolos no ingresan hasta la Media Luna. Estamos esperando porque no sólo los chicos, sino que han fallecido personas mayores por desnutrición. Y no es solamente por falta de agua, sino por falta de alimentos. Aquí no hay trabajo, sólo changas», explica. «No ha llegado nada por la zona. Nadie se ha acercado. Sólo recibimos algunos módulos del ministerio, pero de ahí nada más desde que empezó la pandemia».

La realidad del chaco salteño es conocida por la totalidad de los representantes departamentales y jefes comunales, pero el desinterés y la naturalización del problema se tornaron una característica del lugar. Los dichos de la ministra Medrano a comienzos de año atribuyendo las muertes por desnutrición a un fenómeno «estacional» fueron un anticipo de un razonamiento cíclico e insensible cada vez más extendido. Mientras tanto, a los viejos pesares del chaco, se suman nuevas penurias derivadas de la peor sequía de las ultimas cuatro décadas y la posible contaminación del río Bermejo. La crisis sanitaria mundial por coronavirus, por su parte, aleja aún más a las comunidades del sistema sanitario: La triple pandemia.