Una bomba silenciosa e inesperada explotó anoche en el seno del oficialismo. Nadie la vio venir.

Quizás fue la soberbia acumulada en esta década. Quizás fue la ceguera del poder. Quizás un poco de todo. Pero anoche ya habían comenzado los pases de factura. El cimbronazo fue brutal. El barco quedó escorado y Daniel Scioli debe enderezarlo como pueda para afrontar la batalla de un impensado balotaje en menos de un mes.

“Peor estaba cuando buscaba el brazo en le medio del río”. Su frase de cabecera ante las dificultades posteriores de su vida política, puede quedar chica esta vez.

Recapitulemos brevemente: la primera mitad del año, el gobernador bonaerense tuvo que resistir el fuego interno K, que pretendía bajarlo cómo sea y consagrar como candidato a cualquier otro que no fuese él: en esa pulseada triunfó.

Cuando la Presidenta lo pegó a Carlos Zannini y quedó consagrado como candidato único del oficialismo, empezó otra historia. Una para la que se había preparado “toda la vida”, aseguraba. Sabía que los 54 puntos de Cristina Kirchner de 2011 eran irrepetibles. Pero se puso como meta la elección de 2007. En las oficinas del Banco Provincia, Alberto Pérez le prepararon un mapa de la Argentina con los resultados en cada distrito que obtuvieron Cristina y Julio Cobos en aquella elección que ganaron en primera vuelta, con poco más del 45 por ciento de los votos. El equipo político del gobernador realizó encuestas y calculó cuando necesitaba recuperar en cada provincia. Confiaban en que era posible. El primero paso era sacar más de 40 puntos en las primarias y más de diez de ventaja sobre el segundo. Una manera de adelantar la victoria de octubre.

No ocurrió.Scioli se clavó en el 38,6 (no llegó a 40 en Buenos Aires, su provincia) y sacó poco más de ocho de ventaja sobre Mauricio Macri.

El resultado no era el esperado. Pero con su optimismo irredento, siguió convencido de que ganaría en primera vuelta. Se trazó un plan para los dos meses siguientes de campaña en los que se pondría el traje de un presidente anticipado, demostrando que podía moverse con autonomía del kirchnerismo.

El reflujo de la inundación bonaerense que lo encontró en Roma fue una señal de mal agüero. Volvió a las apuradas, redobló sus recorridas, anunció sus ministros y cerró su campaña con la promesa de aflojar el nudo del impuesto a las ganancias sobre el cuello de la clase media. Por un lado, mostraba que ya estaba listo para gobernar. Pero en simultáneo, no podía zafar de las celadas del kirchnerismo duro, que intentaba condicionarlo y marcarle la cancha a cada paso.

Las encuestas anticipaban que el despegue nunca se producía. El sueño de los 45 puntos se fue evaporando. Bajó a 43, a 42 … El jueves pasado, Scioli le dijo a los suyos que confiaba en llegar a los 41 puntos y ganar en primera vuelta. La esperanza estaba anclada en la dispersión del voto opositor.

Ayer mismo, cuando los boca de urna que llegaban a La Ñata comenzaban a mostrar un escenario de balotaje, Scioli mantenía la bandera en alto: insistía en que habría una estirada final con la que definiría anoche mismo la elección en su favor. Algo parecido sostenían todas las figuras del oficialismo.

Con su espíritu deportivo, Scioli saldrá hoy a intentar capear la tormenta inesperada y se aprestará para el combate final. Insistirá en que sacó más votos que nadie. Pero no hay duda que, anoche, Scioli perdió ganando y Macri ganó perdiendo.

“El balotaje se va a disputar y ganar en la calle. Cuerpo a cuerpo”, anticipaba anoche un dirigente kirchnerista. Ahora, Scioli va por el milagro.

Fuente: Clarin