Sergio Lizondo, oriundo de la localidad salteña de Cobos y sobreviviente del accidente que se cobró la vida de 42 gendarmes, relato cómo fue el infierno que vivió el lunes a la madrugada. Estuvo internado en el San Bernardo y salió ileso de la tragedia.
La entrevista fue publicada por el diario Clarín en su edición de hoy y empieza con las palabras del joven gendarme: “Cuando encendí el celular, vi el infierno en el que estaba”. Con esta frase, Sergio Lizondo (25) sintetizó cómo era por dentro la tragedia en la que 42 de sus compañeros –entre ellos dos oficiales mujeres– murieron en la madrugada del lunes cuando el colectivo en el que viajaban a Jujuy cayó al lecho seco del Río Balboa.
Lizondo estuvo internado por precaución en el Hospital San Bernardo y ayer fue dado de alta: solo tiene un leve dolor en la espalda y en un hombro. En su brazo derecho, una decena de raspaduras. Y en la cama matrimonial de sus padres, donde reposa, Sergio habló con Clarín, en Cobos, a 40 km de Salta capital.
“Por la tarde, nos avisan que a las 20:30 debíamos estar en el móvil, uniformados con el bolso y la mochila. Subo y el colectivo estaba casi lleno. Mi amigo Federico Guitián (21), ya estaba con otro gendarme. Me fui dos filas atrás y me senté con el cabo 1º Centeno que estaba para la ventana derecha”, cuenta.
–¿A qué hora salió la caravana?
–Cerca de las 23. Nos pusieron una película. En eso, Centeno me pregunta si yo era casado y le dije que estoy juntado y que mi mujer está embarazada de tres meses. “Apurate y hacé el expediente para la obra social”, me recomendó. Luego, me mostró fotos de sus tres hijos de 13, 11 y 8 años que tenía en su celular. “Al menor le digo Leo Matioli porque está lleno de cadenas”, me dijo y se reía.
–¿Estabas dormido cuando ocurrió la tragedia?
–Venía despierto cuando sentí una explosión y el colectivo se iba de un lugar a otro sin control. Se encendieron las luces adentro y lo que hice fue levantar las piernas y me encogí en mi asiento. Ahí sentí que íbamos por el aire.
–¿Cómo fue el golpe?
–No lo recuerdo. Me desperté. Estaba estirado así como estoy ahora en la cama y aplastado por los asientos. Moví los pies. “Estoy bien”, me dije. Estaba todo oscuro. Había olor a lavandina y a gasoil. A mi lado, Centeno pedía ayuda y decía “quiero ver crecer a mis hijos”. A mi alrededor, goteaba sangre. Piernas, brazos, y rostros ensangrentados. A mi lado, Centeno estaba muerto. Fue un infierno, todavía no sé cómo estoy vivo.
–¿Cómo lograste salir?
–Vi luces afuera y comencé a patear la chapa. Desde afuera me escucharon. Luego decían “seguí pateando, pateá, pateá”. Así logran abrir un agujero más adelante y lo sacan con vida a Sanabria. Con linternas me alumbraron y me pedían que me arrastrara y así logré salir.
–¿Cómo comenzaste el día?
–Lamentando la muerte de mis camaradas. Y en especial siento mucho dolor por Federico. Él se casó el 10 de octubre con Estefanía Contreras, también gendarme (que presta servicio en Rosario de Santa Fe). Éramos tan amigos que compartíamos el alquiler en La Banda, Santiago. Con mi esposa Jorgelina, fuimos los padrinos de casamiento de Federico y Estefanía.